Tras una semana de duelo, los daneses han podido despedir a Henrik de Dinamarca con una solemne y televisada ceremonia en la iglesia de Christiansborg. El esposo de la reina Margarita II (77) falleció el pasado martes 13 de febrero a los 83 años y desde entonces se han sucedido varios homenajes y la capilla ardiente. Sin embargo, no ha sido hasta este día 20 cuando su familia y amigos han podido dar el último y definitivo adiós al príncipe.

A la cita solo estaban invitados sesenta personalidades de la realeza, pero los conciudadanos han podido ser testigos del dolor de los asistentes gracias a que todo el acto ha sido retransmitido por televisión. Desde las pantallas de los hogares daneses relucían los colores vivos de los tulipanes rojos, naranjas y amarillos que decoraban el escenario fúnebre.

Familiares y amigos despiden a Henrik de Dinamarca.

Las flores también han estado muy presentes dentro del templo eclesiástico, ya que cientos de coronas reposaban sobre el suelo frente al féretro y las personas más allegadas del fallecido. En primera fila y de riguroso negro han permanecido junto a la viuda, los hermanos de Henrik, las hermanas de la reina, el primer ministro danés o los reyes de Grecia, con quien la Casa Real de Dinamarca mantiene un estrecho lazo.

Pero, sin duda, todas las miradas estaban puestas en la reina Margarita II. Ella ha sido la primera en llegar al templo. Su coche paraba a las puertas del lugar y allí ha sido recibida por el Confesor Real y el resto de oficiantes de la ceremonia. La monarca mantenía un gesto serio, al igual que sus hijos y su nuera. Los ciudadanos congregados querían llamar la atención de la Familia Real y consiguieron que estos dirigieran el rostro hacia la multitud e hicieran un amago de saludo, pero poco más. Al dar los primeros pasos hacia el interior de la iglesia, las lágrimas comenzaron a caer sobre sus mejillas.

La reina Margarita II de Dinamarca a la salida del templo. Gtres

Frente a los familiares y amigos del difunto se posaba el féretro cubierto por la bandera nacional. Muy cerca de él aguardaba la corona de flores blancas firmada por Daisy, nombre con el que Henrik llamaba cariñosamente a su mujer. Ante esa escena, y el discurso de despedida del oficio eclesiástico, Joaquín de Dinamarca, hijo de la reina y el fallecido príncipe, no podía evitar llorar. El pañuelo y la mano de su madre aliviaron segundos después ese llanto.

Cuando todo acabó la Familia Real se levantó y caminó tras el féretro que ponía rumbo al exterior para llevar a cabo el destino que Henrik de Dinamarca había pedido: ser incinerado y que sus cenizas descansaran en el mar danés y en los jardines del Palacio de Fredensborg.

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