Es una noche de verano del año 1944. Todos los ojos estaban puestos en la que entonces sería la II Guerra Mundial. Alemania había iniciado la guerra hace cinco años y aún no se veía el final de esa masacre. El fascismo y el nazismo habían tomado las riendas de Europa, con la "amenaza comunista" al este y el poderío militar estadounidense por el oeste. Sin embargo, la verdadera desgracia no ocurría fuera de las fronteras, sino dentro de esos campos de concentración que aún ponen los pelos de punta.

Hace dos años que Himmler, alto cargo de las SS, decretó que "todos los gitanos mestizos, gitanos romaníes y miembros de clases de gitanos de origen balcánico que no sean de sangre alemana" debían ser enviados al campo de concentración de Auschwitz. Allí compartirían destino con la población judía, opositores del nazismo, personas LGTBI y otros tantos grupos. En ese campo convivían mujeres, hombres y niños bajo la atenta mirada de los dirigentes nazis.

Es 2 de agosto de 1944, día que hoy en día vemos tan cercano al fin de la guerra. Pero tras dos años de torturas, vejaciones y penurias el más famoso de los campos de concentración fue esa noche el lugar de exterminio de unos 4.200 o 4.300 gitanos que habían sido obligados a "mudarse" allí. Fueron conducidos esa noche a las cámaras de gas, donde perecieron sin ser apenas considerados seres humanos.

Lamentablemente, este no fue el único episodio de genocidio de la comunidad gitana durante el nazismo. Porraimos es la palabra calé para denominar el holocausto gitano. Sin embargo, el término más conocido para denominar la persecución sufrida por el pueblo romaní es Samudaripen, que significa "la gran matanza".

Celia Gabarri, responsable del área de Igualdad de Género y Mujeres Gitanas de la Fundación Secretariado Gitano (FSG) en Palencia, reivindica la invisibilidad que ha tenido este acontecimiento histórico. "Cuando estudiaba el holocausto nazi, en mis libros de texto no aparecía nada de las atrocidades contra los gitanos", narra, "no fue hasta que empecé a estudiar historia del pueblo gitano, cuando encontré el Samudaripen, y lo eché en falta en mis libros del colegio".

La realidad es que el pueblo gitano rara vez ha aparecido entre las víctimas del holocausto nazi, si bien, este acontecimiento de la historia parece estar narrado por el pueblo judío, pese a que no fueron los únicos en ser exterminados en el III Reich.

La ONG Movimiento contra la Intolerancia narra el antigitanismo que siguió a la caída de la Alemania nazi. Los Juicios de Nuremberg, dedicados a reparar los crímenes nazis, solo mencionaron brevemente el asesinato de miles de personas de etnia gitana como un grupo que fue asesinado "sin ninguna explicación". El pueblo gitano no fue nunca indemnizado por los crímenes de guerra en su contra.

Durante la locura nazi, fueron encerrados en "campos de familia", bajo esa tapadera se escondía algo mucho más oscuro. Se practicaron las primeras esterilizaciones forzadas, no solo a los adultos sino también a niños, con la idea de extinguir a este pueblo.

Según el dossier del Centro de Estudios Andaluces, los métodos empleados eran cada vez más brutales, se experimentó con seres humanos, especialmente niños, por medio de líquidos corrosivos y métodos baratos en los campos para eliminar a esta etnia. Los "arios" eran "razas puras" y el resto eran seres "impuros", así que en su delirio de limpieza racial, se envío a las minorías étnicas a campos lejanos superpoblados con tan pobres condiciones de vida, que los que no morían asesinados lo hacían por la inanición o enfermedades como el tifus.

Pero de lo más cruel que padecieron los romaníes fueron los experimentos del doctor Mengele, que empleó Auschwitz como laboratorio y a los gitanos como principales cobayas. Los niños eran sus favoritos para hacer experimentos genéticos, testar resistencias y practicar torturas diversas en nombre de lo que llamaron "ciencia".

Se les denegó ser víctimas de los nazis, se alego que no fue por esa supremacía racial, sino por su propia culpa, con estereotipos de ser un colectivo "asocial y criminal".

Gabarri explica que el "reconocimiento del genocidio comenzó hace poco, y la conciencia social también, es una pena que no se hubiera constatado antes. Esto era necesario para que se conociera y reparara lo ocurrido".

No fue hasta 2015 cuando el Parlamento Europeo declaró el día 2 de agosto como el Día Europeo de Conmemoración del Holocausto Gitano para "rendir homenaje a los 500 000 romaníes – en aquel momento eran, al menos, una cuarta parte de la población total romaní – que fueron asesinados en la Europa ocupada por los nazis".

Pero la realidad es que el pueblo gitano no solo ha sufrido el holocausto nazi, también el 30 de julio es un día trágico en su historia. España no se libra de ser culpable de persecución gitana. La Fundación Secretariado Gitano recuerda la noche de La Gran Redada de 1749, o la Prisión general de gitanos. Este ataque a la comunidad hace 273 años fue un hecho que aún se desconoce en el imaginario colectivo, y que hoy por hoy es parte de la agenda de actos estatal, en recuerdo de todas aquellas personas que fueron perseguidas solo por el hecho de ser gitanas.

El antigitanismo no es solo cosa del pasado, sigue presente hoy en día. Gabarri comenta que como persona gitana también sufre el racismo que persiste en la sociedad actual: "Se asocia que la comunidad gitana parte con una situación de desventaja por estar en situación de vulnerabilidad o marginalidad, pero también somos muy diversos".

Y explica cómo pese a que hay muchas personas de etnia gitana con estudios y buenos empleos dignos, también se enfrentan a la discriminación, por ejemplo, con el acceso a la vivienda "cuando dices tu apellido y aparecen los 'pero'". El 'no' y el rechazo no reside únicamente en situaciones de marginalidad, explica, sino en una cuestión de racismo colectivo.

"El racismo está, las leyes ayudan, y si hay un área específica para la etnia gitana, es porque es necesaria", asevera Celia Gabarri. 

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