David Herrero / ICAL



Tímido por naturaleza y apasionado de los cuentos a modo de radiografía de la sociedad para intentar entenderla. Joven, muy joven sacó de la cazuela su primera creación, a partir de una novela negra, pero Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961) fue conquistado por la esencia norteamericana para convertirse, sin saberlo, en un cuentista de historias al alcance de la mano. Palentino emigrado a Cantabria desde pequeño, se caracteriza por ser un observador nato de las personas y de los dilemas, así como un escritor escondidizo y que disimula tras cada personaje, sin desviarse ni una pizca de la verdad. Renglones de un hombre de rutina, que no es otra que cocinar cuentos por placer, que le han otorgado, de manera inesperada, el Premio Castilla y León de las Letras 2020.

¿Cuál es la razón de ser escritor?



Casi todo lo que somos está prefigurado en los primeros años de la adolescencia. Yo era solitario (demasiadas mudanzas y cambios de colegio a cuestas) y soñador. Soñar era barato y empezaba a gustarme mucho el cine. Adoraba ver películas, enterarme de quiénes eran sus directores, sus guionistas. Me tentaba filmar algo, pero el súper 8 de aquella época era caro, el montaje complejo. Escribir fue siempre más sencillo y discreto. Así empecé. Las fantasías de una edad plasmadas en papel.

¿Por qué se especializó en los cuentos?

No empecé garabateando versos, como suele ser al principio. Recuerdo haber escrito una novela negra, con tintes eróticos y fatalistas, en un cuaderno. Tendría 15 años. Enseguida me precipité en el mito del perdedor tan querido por el cine norteamericano. En esa época leía de todo y de esa mezcla de lecturas surgieron, por casualidad, algunos libros de cuentos. Hemingway, el Hemingway relatista, entró en tromba en mi quehacer literario. No tenía nada que ver con Cortázar o Borges; era vida, pura vida. Acción y músculo narrativo. Me embaucó y de su obra fui pasando a la de otros cuentistas anteriores y posteriores. Me sentía cómodo. Yo era joven y tenía la premura de la edad. Los cuentos me colmaban. A pesar de que muchas de mis narraciones abundan en cierta desesperanza, sigo disfrutando cuando trabajo en ellas.

¿Qué es un cuento para usted?

Una forma de mirar el mundo, de intentar entenderlo. Son radiografías. Desaparece lo sobrante, los tejidos que entorpecen la visión, y queda el hueso, la estructura que lo sostiene todo. Mezcla poesía y reflexión sin agobios, sin excesos intelectuales ni solemnidades. Solo lamento que, en general, el relato pertenece a una minoría de lectores. Aunque quizás tenga que ser así.

¿De dónde nace la inspiración?



A veces surge de la propia literatura, de algo que has leído y ha dejado huella en ti. Otras de la observación, de la vida corriente. Yo no conduzco y viajo mucho en transporte público por las distancias que tengo que recorrer a diario. Contemplo a las personas, sus gestos, sus dilemas... Si eres observador se aprende bastante. Eres un fotógrafo que mira a través de un visor. Las historias están ahí, al alcance de la mano. Se trata de estar atento y buscar. En otras ocasiones la sonoridad de una palabra, una canción, un sentimiento propio o ajeno te predisponen a escribir un relato. Hay mucho de azar en los cuentos. En la novela estas atado por una historia, por una estructura que vas construyendo poco a poco. El cuento es tierra de libertades literarias, de huidas y expediciones sin un final claro.



Sus obras simbolizan situaciones reales del día a día. ¿Reflejan también situaciones personales o cercanas de la vida?

Yo soy tímido por naturaleza y contra eso apenas lucho. Quiero decir que suelo esconderme detrás de los personajes. Incluso escribiendo en primera persona disimulo. No estoy mintiendo, por supuesto. Pero uno no se puede borrar totalmente de lo que escribe, así que parte de la tristeza o la luminosidad de algunos cuentos me atañe. Es íntima. La literatura la envuelve, le da forma, hace que exista para los demás. Poder hacerlo es un privilegio.

La sencillez define sus creaciones. ¿Apuesta por una lectura directa y sin miramientos?

Ahí tengo mis dudas. Hay gente que sostiene que lo que se lee con facilidad no merece la pena; otros opinan lo contrario. Mi escritura ha ido espesándose con los años, pero el cuento tiene sus reglas y estoy todavía lejos de los excesos verbales que lees en algunos libros. El cuento impone aquí sus reglas. Entiendo que a un lector de novelas le cueste empezar una historia cada vez que lee siete u ocho páginas, como sucede con los libros de cuentos. A todos nos falta flexibilidad. Lo importante es leer. A cualquier edad. Leer siempre. No importa tanto, al final, si leemos obras maestras o solo buscamos evadirnos. Cualquier lectura es lícita.

Los cuentos son muchas veces relacionados con el mundo infantil. ¿Por qué cree que es así?

Al hilo de lo que contaba antes, vuelvo a los disfraces del escritor. El mundo infantil y el juvenil me han interesado siempre, en parte porque he tenido un hijo y lo he visto crecer. Muchas veces me sirvo de sus puntos de vista, de su inocencia y su ternura, para retratar a los adultos. Es una técnica como otra cualquiera. No me encierro en un mundo de narradores maduros, más o menos de mi edad. Escribo también muchos cuentos en primera persona desde el punto de vista de una mujer o ancianos. El cuento te proporciona todas esas armas. Un cuento no siempre es una confesión.



¿En qué se diferencian ambos cuentos?

Si narras desde el punto de vista de un crío la realidad se deforma, una mezcla de ingenuidad y pequeñas locuras. Tienes que tomarte algunas licencias, claro. La literatura trata de expresar la vida, de comentarla. Es, no lo olvidemos, artificio. Ficción, en una palabra. Su encanto es cómo, a través de la lectura, un mundo ajeno toma cuerpo dentro de nosotros.

En su trayectoria posee más de diez premios en el ámbito literario. ¿Qué simboliza el galardón de las Letras de Castilla y León en su carrera profesional?

Todos los premios que he ganado hasta ahora estaban relacionados directamente con la existencia de un libro o un cuento concreto. Este es el primer premio por el total de mi obra que recibo. Un premio institucional, con un peso que, en el buen sentido, agita mi carrera. Hasta ahora estaba acostumbrado a la relevancia mediática de cuento, que, a pesar de la atención crítica especializada en el relato, es muy limitada. No voy a negar que estoy algo desbordado. Es la realidad. Una realidad maravillosa, por otra parte.

¿La Comunidad goza de buena salud literaria?

La respuesta sería sí, por supuesto. Excelente. Pero de una forma callada. Si los lectores en general supiesen la cantidad de grandes autores que engrosan las filas de esta comunidad, enmudecería. Somos muchos, desperdigados por ahí, mudados a otros lugares. Pero la impronta severa y concisa de los castellanos está en todos nosotros.

La pandemia ha sido sinónimo de tiempo encerrado, en muchas ocasiones, entre cuatro paredes. ¿Gastó papel y boli?

Metafóricamente sí. Horas y horas de ordenador, desde luego. Estuve mucho tiempo solo; el tiempo vacío y libre del que disponíamos todos asustaba un poco. Demasiada reflexión, demasiada dureza en las cifras y datos que llegaban a través de todos los medios. Pero era la realidad. La vida de entonces. La fuerza de la costumbre ha suavizado parte de aquellos sentimientos. Nos hemos acostumbrado al dolor y al sacrificio de los demás. Lo hemos desdramatizado. Escribí mucho. Todavía está por releer.

¿Proyectos futuros a la vista?

Yo sigo con mi rutina, que es escribir cuentos por placer. El tiempo los hermana y los convierte en libro. Eso no me preocupa. Los libros surgen por sí solos, cuando el peso de lo escrito te lo hace saber. Entonces los cuentos se sueldan unos a otros hasta conseguir un volumen. Así he trabajado hasta ahora y así continúo, dejando muchos relatos por el camino que han servido para construir los demás. Los elegidos. No sé hacerlo de otra manera.