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Carlos Fernández Herrera, David León Fernández y Lorena Salazar Salazar comparten algo más que su identidad gitana: su recorrido académico y profesional desafía los estereotipos más arraigados sobre su comunidad, que la sociedad española mantiene sobre ellos.

A sus 28, 42 y 27 años respectivamente, los tres pueden presumir de trayectorias que combinan formación, compromiso social y visibilidad pública en sectores donde la presencia gitana todavía es sorprendente para el ciudadano de a pie.

Carlos Fernández Herrera es coordinador territorial de la Fundación Secretariado Gitano en Zamora, procurador de las Cortes de Castilla y León por la provincia y doctorando en Historia del Arte en la Universidad de Salamanca. Aun sin ejercer como profesor, su trabajo en política y activismo lo sitúa como una de las caras más visibles de la comunidad gitana en Castilla y León.

David León Fernández, con 42 años, lleva más de una década trabajando en banca. Empleado del BBVA, asegura que nunca ha recibido comentarios discriminatorios de sus compañeros y que, en su experiencia, la interacción con clientes ha sido en muchos casos una forma de "discriminación positiva", un reconocimiento que sorprende por lo poco habitual de la figura gitana en el sector financiero.

Lorena Salazar Salazar combina su labor como profesora de ESO en un programa educativo de la Fundación con sus estudios en la UNED, donde cursa un máster de acceso a la abogacía. Para ella, el apoyo familiar ha sido clave para poder haber alcanzado estudios universitarios estudiando desde su casa.

"Nunca he sentido en el instituto ninguna discriminación. Una maravilla, los profesores siempre te apoyan", subraya, aunque reconoce que la exigencia de la educación a distancia implica un esfuerzo extra.

La discriminación y la percepción del gitano "exótico"

Todos coinciden en que, dentro de sus entornos profesionales actuales, la discriminación directa es mínima o inexistente. Carlos recuerda comentarios que, aunque bien intencionados, reforzaban un estereotipo, que luchan por romper.

"Me tienen como el gitano exótico, como el que no parece gitano. Es un cuestionamiento identitario que, aunque no busca hacer daño, sigue siendo una forma de discriminación estructural", explica.

David observa que la sorpresa de algunos clientes ante su presencia en banca es más una curiosidad que un prejuicio. "La gente se sorprende porque tradicionalmente no se espera que un gitano trabaje en este ámbito", explica.

Lorena coincide en que el entorno de la Fundación actúa como un "espacio de protección" donde la tolerancia y el respeto son la norma, facilitando su desarrollo profesional y académico.

Sin embargo, todos destacan que la discriminación estructural persiste en otros ámbitos, y que los estereotipos sobre la comunidad gitana, centrados en el flamenco o el mercadillo, siguen siendo muy potentes en la sociedad general.

"Existe un encasillamiento que sorprende cuando un gitano se incorpora a sectores profesionales, políticos o culturales que tradicionalmente no se asocian a nuestra etnia", señala Carlos.

Juventud, educación y la construcción de identidad

El relato de los tres refleja también las tensiones internas que se viven dentro de la comunidad. Carlos recuerda cómo, en su juventud, tuvo que elegir entre ocio y estudio, "Había veces que no podías ir al cine tras bajar al culto porque había que estudiar. Tocaba elegir, y eso te hacía estar siempre entre dos mundos", detalla.

Por su parte, David describe la integración de ambas culturas como un enriquecimiento: "He cogido lo mejor de los mundos, lo bueno de la cultura gitana y lo bueno de la cultura paya, y he intentado desechar lo negativo".

Lorena añade que su recorrido académico a distancia, facilitado por la Fundación, le permitió avanzar pese a las dificultades familiares y la ausencia de modelos cercanos, sobre todo siendo mujer. "No conocía ninguna niña que hubiera estudiado más allá de la obligación escolar. Mis padres me apoyaron y eso ha sido fundamental", explica.

Los tres coinciden en que, hoy, las nuevas generaciones de jóvenes gitanos tienen más oportunidades y modelos a seguir. Carlos apunta que "cada vez es menos extraño que un niño o niña gitano finalice la educación obligatoria y siga con estudios postobligatorios".

Mientras que David lamenta que aún sean una excepción en comparación con la norma: "Somos excepción, pero la idea sería que esto fuera lo normal".

"La meta es que deje de sorprender que un gitano sea abogado, profesor, político o banquero", añade Carlos. Y, como ellos mismos coinciden, la educación y el ejemplo son la clave para que la excepción deje de serlo y se convierta en la norma.

La herencia de los pioneros

Detrás de estos logros hay historias de pioneros familiares. David recuerda cómo su padre rompió barreras hace ya 50 años. "Mi padre estudió comercio y trabajó en Caja Zamora cuando era casi impensable. Gracias a eso, mis hermanos y yo pudimos estudiar. Él fue el que abrió el camino en nuestra familia", detalla.

Lorena, por su parte, destaca la doble dificultad de ser mujer y gitana, tanto del lado de la sociedad como de su propia comunidad. "El apoyo de mis padres ha sido crucial. Aunque había comentarios dentro de la familia de que no debía estudiar, nunca fue de manera negativa, pero ahí estaban y se sentía la presión", explica.

Carlos resalta que su generación tuvo que construir su identidad gitana desde el activismo y la educación: "Ser gitano ni te exime ni te priva de nada, es un elemento positivo. Puedes navegar entre dos mundos y agregar lo mejor de ambos".

Mantener la identidad

A pesar de sus éxitos, los tres perciben que el estereotipo sigue afectando la percepción externa. La sorpresa ante la presencia gitana en ciertos puestos de trabajo, incluso en política, refleja una normalización aún incompleta. "Todavía se asocia a los gitanos con trabajos subalternos, y cuando nos vemos en cargos de responsabilidad sorprende", explica Carlos.

David coincide en que los prejuicios son persistentes y añade otro factor importante y es el miedo de las familias a que los jóvenes pierdan su identidad. "Hace años sí que existía la preocupación de que al estudiar se perdiera la identidad gitana, porque hubo quienes por integrarse, perdieron su lazo con la comunidad, pero ahora ya no", asegura.

Lorena añade que, dentro de las familias, sigue existiendo ese miedo y un fuerte espíritu de protección, por "miedo a lo que pueda pasar fuera".

David matiza que la segunda generación de gitanos busca inclusión plena sin perder la identidad. "Antes había miedo a adaptarse y perder la cultura gitana. Hoy eso se ha superado. La vida no gitana y la vida gitana no son incompatibles; puedes tomar lo mejor de ambos mundos", asegura.