El incendio de Porto de Sanabria ha bajado, por fin, a nivel 1 del Índice de Gravedad Potencial, tras dos semanas desde su inicio. Pero las primeras estimaciones calculan que se ha perdido más del 70% del Parque Natural Lago de Sanabria y Sierras Segundera y de Porto y Alrededores.
Un entorno único en España y en el que algunos valientes aún desean hacer su proyecto de vida, pese a que las condiciones no son las más favorables.
Despoblación, falta de infraestructuras, sin cobertura, escasos recursos, deficiente atención sanitaria y hasta la reducción de las frecuencias del AVE, que era de los pocos beneficios de esta maltratada comarca. Pues por si fuera poco, el fuego ha atacado de lleno a uno de los territorios más deprimidos de la provincia de Zamora.
Las ovejas de Alberto bajando por la sierra durante el incendio
Pero ahí resisten unos 40 ganaderos de extensivo. De esos, que se recorren kilómetros y kilómetros de sierra junto a su ganado para que pasten en libertad. O eso hacían hasta que se ha quemado el paisaje de sus vidas.
Entre estos valientes está Alberto Méndez, de 29 años, y con un ganado en extensivo de 800 ovejas, a las que tuvo que bajar de urgencia de la sierra al conocer, gracias a otros compañeros, que el fuego podía atraparle junto a sus animales.
Una tormenta que cambió Sanabria para siempre
El 3 de agosto, al caer la tarde, una tormenta descargó sobre la montaña. Relámpagos, granizo y lluvia ligera marcaron una jornada que parecía rutinaria en lo alto de la sierra. Para Alberto, aquello no tenía nada de extraordinario.
"Como allí no hay cobertura, pasé el día tan normal. Ni me enteré". Solo por la noche, al bajar un poco y recibir señal en el teléfono, supo que los rayos habían prendido fuego en el paraje de Valdeinfierno.
Los propios compañeros ganaderos le dijeron que estaba "controlado", que no había de qué preocuparse. Y ojalá hubieran tenido razón.
Los días siguientes transcurrieron con calma en la zona, según recuerda Alberto. Nada hacía presagiar el gran desastre que se avecinaba. El 14 de agosto, por la mañana, apenas un hilo de humo asomaba sobre los montes sanabreses.
Pero al caer la tarde, el horizonte se tornó gris oscuro. "Se veía salir mucho humo. Subí a un alto para buscar cobertura y preguntar cómo iba la cosa. No parecía grave", explica el joven ganadero.
Alberto con su rebaño en el Parque Natural del Lago de Sanabria
Pero al día siguiente, la realidad fue muy distinta. El incendio de Porto había crecido de forma descontrolada, avivado por el viento y la sequía. Sanabria entera ya estaba pendiente del fuego.
El descenso del rebaño
Ese 15 de agosto, Alberto tomó una decisión que podía marcar la diferencia entre salvar o perder todo. Subió con su familia para ayudarle a bajar a las 800 ovejas que pastaban en la sierra. "Son 42 kilómetros hasta el pueblo. Nosotros siempre tardamos dos días en subirlas o bajarlas", detalla.
La primera jornada descendieron hasta la Laguna de los Peces, ahora calcinada completamente, donde pasaron la noche vigilando al ganado. Al día siguiente, reanudaron la marcha hasta su pueblo, San Justo.
Llamas del incendio de Porto de Sanabria mientras Alberto descendía con su ganado
"Cuando llegué al pueblo, pensé que lo gordo no iba a llegar hasta aquí", asegura, pero las autoridades decidieron evacuar el municipio junto a todos los de la zona.
Mientras los servicios de emergencia recomendaban evacuar tras la orden de la Junta, Alberto decidió quedarse. "No me podía ir. Tengo aquí todo. No voy a dejar las ovejas", justifica.
Como buen conocedor de su territorio, Alberto decidió trasladar a sus ovejas a la ribera del río, donde está más verde y húmedo. "Era la parte más segura. Si había que salir de emergencia, por lo menos sabía que allí tendrían una oportunidad", explica.
En verano, San Justo alcanza las 200 personas con la llegada de veraneantes, pero durante el incendio apenas quedaron 35 vecinos, los más jóvenes. "Los mayores y los niños se marcharon. Aquí no pintaban nada. Los que nos quedamos, sabíamos que si la cosa se ponía fea, podíamos correr", añade.
Pero no se quedaron a verlas venir. Vecinos como Alberto limpiaron maleza, improvisaron pequeños cortafuegos alrededor de las casas y se coordinaron con los equipos de extinción.
"En la Laguna de los Peces estuvimos con el bulldozer y una cuadrilla, diciéndoles por dónde podían entrar. Ellos no conocen el terreno y nosotros sí", detalla. Porque esa es la clave y la queja constante de los sanabreses. Es su tierra, su hogar y quién mejor que ellos para guiar a los equipos de extinción en terrenos tan complicados como los de este inmenso parque natural.
"Antes todo iba bien"
Alberto lo resume en una frase que repite en varias ocasiones: "Todo iba bien. Nunca hubo un incendio, vamos, ni por el forro, de estas magnitudes".
Él apenas llega a la treintena, pero sí tiene compañeros y vecinos que llevan décadas autogestionando los terrenos del parque natural, antes incluso de que tuviera dicha calificación.
Alberto recuerda que antes, cuando los pueblos tenían más gente y se autogestionaban, la sierra estaba cuidada. "Hacían quemas controladas en invierno, mantenían abiertos los cortafuegos, había ganado suficiente para limpiar el monte. Pero eso se acabó", detalla.
Hoy, lamenta, las administraciones ponen trabas para quemar rastrojos o hacer desbroces, y el monte se convierte en un polvorín cada verano. "En la sierra no hay nada arreglado. Solo está la pista que une Porto con las presas. Antes había cortafuegos, ahora nada", recalca.
Vacas pastando en el parque natural del Lago de Sanabria, con el humo de los incendios de fondo
Ese abandono, asegura, es lo que explica la magnitud de la catástrofe. "En 2009 ya hubo un incendio, pero se quedó en la Laguna de los Peces. Desde entonces no se ha hecho nada. Y ahora, mira lo que ha ocurrido", denuncia.
Por eso, cuando se le pregunta qué pediría a la Junta de Castilla y León, Alberto no duda: "Que hagan cortafuegos y que los mantengan limpios, que se pueda entrar con el ganado y que no pongan tantas pegas para hacer quemas controladas". En su opinión, solo con esa gestión activa se puede evitar que una chispa se convierta en un infierno.
También defiende que, pese al daño inmediato, el fuego abre una posibilidad para el futuro del pasto. "Cuando el terreno se quema, al año siguiente sale la hierba más fina y alimenta mejor. El problema es el tiempo que pasa hasta que vuelve a ser aprovechable", explica.
Un futuro que ya era incierto y ahora es negro
Ser ganadero de extensivo es un trabajo arduo, sacrificado y que necesita de la naturaleza para vivir, así que la pérdida del monte es devastadora. "Nosotros no damos pienso. Las ovejas y las vacas viven de la sierra. Esto es un desastre. Alrededor de 30 o 40 ganaderos de Sanabria hemos salido afectados porque todos pasamos el verano arriba, alimentando al ganado", recuerda.
De momento, sobreviven gracias a la paja y el pienso que reparten como ayuda inicial. El Gobierno de España ha declarado el lugar como zona catastrófica, lo que permitirá pastar ya el próximo verano en las zonas quemadas.
Sin esa decisión, la ley lo prohibiría durante cinco años. "Imagínate, cinco años sin poder ir a la sierra. Muchos tendríamos que vender el ganado", añade Alberto.
Ovejas de Alberto por el parque natural
El relevo generacional tampoco es halagüeño. "Jóvenes quedaremos ocho o nueve en toda la comarca. El resto son mayores de 55 años", explica. Calcula que, en dos décadas, la mitad de los ganaderos habrán desaparecido. "Y sin gente en el monte, todo estará mucho peor que ahora".
La España vaciada y olvidada
Las palabras de Alberto resumen una frustración que trasciende lo personal: "Aquí hablar es muy fácil, pero hacer no hacen nada. Pagamos lo mismo que en la ciudad y no tenemos ningún servicio. Nos quitan médicos, no hay cobertura en la sierra. ¿Cómo se va a querer quedar la gente aquí?".
Para él, la despoblación y los incendios son dos caras de la misma moneda. Donde no hay vecinos ni pastores, el monte se abandona y se vuelve incontrolable. "Si nos vamos, la sierra se queda sola. Y sin nosotros, esto arderá mucho peor", sentencia.
