zamora baltasar lobo buergos

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Zamora

Los burgaleses disfrutan de la muestra de Baltasar Lobo

19 octubre, 2017 19:07

La sala de exposiciones de la Casa del Cordón acoge desde hoy y hasta el próximo 7 de enero la muestra Baltasar Lobo. Escultura en plenitud, con más de setenta obras que proceden del legado que el artista dejó a la ciudad de Zamora y que sintetizan la trayectoria de uno de los grandes artistas de la vanguardia europea, un creador consciente de la trascendencia de su trabajo que manejó la talla directa y el modelado, investigó y extrajo de la fundición del bronce todas sus posibilidades plásticas.

Los fondos que componen la exposición pertenecen a la fundación que lleva su nombre. La casi totalidad de las piezas expuestas proceden del depósito custodiado en el Museo de Zamora y en su mayor parte no han sido expuestas hasta la fecha. Algunas de ellas han figurado en exposiciones temáticas locales, pero nunca habían sido mostradas de manera conjunta.

La figura de Baltasar Lobo (Cerecinos de Campos, Zamora, 1910-París, 1993) se agiganta con el tiempo. Aclamado y reconocido por la crítica europea y americana, en nuestro país su enorme figura tardó en ser distinguida con el merecimiento debido. Lobo, formado inicialmente en la tradición escultórica española, inicia en rigor su carrera en Francia tras exiliarse después de la Guerra Civil. Pero, antes que uno de los integrantes de la llamada Escuela de París, el zamorano fue sin duda y ante todo un artista distinto, diferenciado de sus coetáneos españoles.

A todas luces Lobo es uno de los grandes artistas de la vanguardia europea, con la que mantuvo una relación franca, nítida, consciente, arriesgada y rompedora. Comienza en la senda del cubismo, transita por el surrealismo y la abstracción sin dejar nunca de marcar su propia senda, un camino caracterizado por el amor al volumen, a la masa, a las formas sinuosas, gráciles y dinámicas.

La escultura de Lobo atrapa instantáneamente. No solo por los temas elegidos: el cuerpo, la maternidad y la evocación poética, sino porque de casi toda su obra emana una suerte de alegría, de positivismo, de pasión contagiosa por la belleza. Las formas invitan a ser recreadas, a ser rehechas una y otra vez, abriendo un infinito campo de posibilidades creativas para el espectador.

Una de las particularidades de esta exposición es que, junto a sus celebrados bronces, se exhiben también trabajos en mármol que denotan la soberbia calidad de Lobo como escultor en talla directa. Bloques de piedra trazados, con sus marcas de autor, con las rugosidades de las zonas acometidas por el cincel, con las áreas ya pulidas y con aquellas otras que el artista sopesa cuidadosamente antes de decidir su acabado final. Son obras estas que denotan una asombrosa modernidad y en la que podemos sentir de modo fehaciente su pulso, su pasión, su fuerza creadora, su aliento artístico.

Algo similar puede decirse de los modelos de yeso seleccionados para la muestra, donde la mano del artista en su conformado permanece inalterada. Estos modelinos, antesala del proceso de fundición y de su conversión en bronces, mantienen aún intacto el aura del artista, su cuidado, su precisión, su amor por el detalle, su respeto absoluto por un trabajo que amaba y que estas piezas comunican con una intensidad arrebatadora.

Además de la escultura, la exposición se completa con algunos dibujos realizados en los años treinta, casi los únicos testimonios de su trabajo anterior al exilio tras la Guerra Civil española, así como algunas ediciones ilustradas que muestran la capacidad de Lobo para la gráfica: trazos sueltos, sintéticos y gráciles solo alcance de los artistas verdaderamente dotados.