Son las cinco de la tarde en la calle Compañía y Julio López Revuelta ya está allí. Puntual, sereno, discreto. Apoya la espalda en la piedra dorada de Salamanca con la misma familiaridad con la que un salmantino recorre, sin prisa, las calles de su infancia.
Hay algo de simbólico en esa imagen. Porque Julio no viene: está. Lleva años estándolo. Como concejal, como teniente de alcalde, como pregonero, como ciudadano. Y como uno de esos raros nombres que, sin necesidad de estridencias, forman parte de la identidad colectiva de una ciudad.
Salamanca, para él, no es una postal. Es un mapa afectivo. Lo ha sido desde niño. Desde que fue alumno de los Maristas. Desde que presidió la Asociación de Estudiantes Independientes en la Universidad. Desde que asumió responsabilidades públicas en casi todas las áreas posibles del Ayuntamiento de la capital del Tormes. Y desde que entendió que servir a los tuyos desde lo público es un privilegio, no una trinchera.
En esta ciudad suya, pasear con Julio es una experiencia en sí misma. No se pueden dar diez pasos sin que alguien lo pare, le salude, le recuerde un acto, una reunión, un gesto.
Y no es por nostalgia, sino por reconocimiento. Porque quienes lo han tratado saben que, tras la palabra medida y el cargo institucional, hay una persona de principios templados, de ideas claras, de fe discreta y de un amor profundo -casi obstinado- por Salamanca.
Ahora, esa ciudad le devuelve el gesto. Lo nombra pregonero de su Semana Santa en el año 2025. Y él acepta con el peso exacto de lo que eso significa. No es un trámite. No es un discurso más. Es, como él mismo dice, un acto de desnudez emocional. Una confesión pública de lo más íntimo. Un tributo, también, a los cofrades que lo han acompañado durante más de dos décadas. A los que están y a los que ya no están. A los que lloran detrás de un hábito y a los que ensayan una marcha en un local sin calefacción. A los que creen con palabras y a los que lo hacen en silencio.
Julio López Revuelta se prepara para pronunciar, probablemente, el discurso más importante de su vida. Pero antes, nos concede esta conversación. Una entrevista para EL ESPAÑOL de Castilla y León que no habla sólo de la Semana Santa. Habla de ciudad, de fe, de comunidad. Habla, sobre todo, de emoción.
“Tengo que hablar desde el corazón y eso impone”
La voz que inaugurará la Semana Santa de Salamanca en 2025 no será una voz neutra. Será una voz atravesada por la vivencia y la pertenencia. Por el respeto y la gratitud. Y por una emoción que, en palabras del propio Julio, “lo abarca todo”.
Pregunta: ¿Qué siente íntimamente al ser pregonero de la Semana Santa de su ciudad?
Respuesta: Responsabilidad. Mucha. Y vértigo también. Porque tengo que hablar desde el corazón, y eso no es fácil. No se trata de datos, ni de propuestas, ni de explicar una programación. Se trata de contar lo que siento, y eso supone desnudarte. Abrir tu intimidad delante de toda una ciudad. Yo no estoy acostumbrado a eso. Pero, cuando terminé de escribir el texto, lo que sentí fue ilusión. La ilusión de compartirlo.
El pregón, nos cuenta sonriendo, lo terminó en noviembre, tras semanas de trabajo silencioso y minucioso, buceando en recuerdos, templos, vivencias y afectos. En esa tarea hay una estructura literaria, una vida entera implicada. Y también una deuda.
“Me han dado tanto, tantos cofrades, durante tantos años que ahora tengo la oportunidad de devolvérselo. Y no la voy a dejar pasar”.
De los templos al alma
Julio no se presenta a este encargo como un espectador ajeno. Lleva más de veinte años acompañando a las hermandades, desde dentro y desde fuera.
Fue juez instructor de la Medalla de Oro concedida en 2006 a la Veracruz. Conoció a cofradías cuando eran apenas un nombre en una hoja de papel.
Ha estado en los templos antes de las procesiones, en esos minutos previos en los que el recogimiento se mezcla con los nervios, el silencio y la fe. Ahí, dice, ha vivido algunos de los momentos más hondos de su vida.
“Las lágrimas que se escapan antes de abrir la puerta. Los abrazos sin palabras. La preparación meticulosa de los detalles. Esa atmósfera no se puede explicar si no se ha estado allí. Por eso, si tengo que quedarme con algo, me quedo con eso: con lo que no se ve”.
La Virgen, la ciudad y la fe
P: ¿Qué le pedirá a la Virgen de los Dolores antes del pregón?
R: Le pediré muchas cosas. Cada uno tiene su relación con Dios. La mía es íntima, personal, como una conversación. Normalmente pido para los demás. Salud. Perdón. Paz. Y también agradecimiento. Porque volver a estar delante de esa imagen, 25 años después de mi primera procesión junto a ella, es muy fuerte.
Ese primer contacto fue en 1999, cuando todavía era concejal de Juventud, en la antigua Procesión General del Santo Entierro. Ahora, un cuarto de siglo más tarde, volverá a encontrarse con aquella misma imagen, eso sí, con la responsabilidad de ponerle voz al sentimiento común de toda una ciudad.
Cofrades visibles e invisibles
Julio no habla del pregón como un monólogo. Lo vive como un acto coral, una oportunidad de poner voz a muchas ausencias, a muchos compañeros, a muchos hermanos de fe.
“Estarán mi familia, mis amigos, muchos compañeros que ahora ocupan el lugar donde yo me sentaba antes. Estarán los cofrades que siguen luchando día a día por mantener viva la llama. Y estarán, sobre todo, los ausentes. Aquellos con los que compartí tanto y que ya no están. Hay muchas personas que sigo echando en falta cada vez que entro en un templo”.
Fe y comunidad: lo que no se improvisa
Si algo defiende Julio con convicción es el valor colectivo de la Semana Santa. Su dimensión humana, su organización interna, su capacidad para unir. “La Semana Santa es muchas cosas, dice: religiosa, cultural, patrimonial, turística... pero sobre todo es una fuerza social. Una ciudad entera que se une, que camina junta. No hay nada más poderoso que eso”.
P: ¿Qué ha aprendido de los cofrades más allá de lo litúrgico?
R: Que la fe mueve montañas. Y que lo que de verdad transforma el mundo son los proyectos colectivos. Nada que merezca la pena se hace solo. Todo lo importante nace de la unión. Las cofradías son un gran ejemplo de eso.
También habla del anonimato. Del hermano de fila que pasa frío o calor durante horas con el rostro cubierto. Del músico que ensaya todo el año sin saber si podrá salir. De quienes trabajan en silencio para que todo esté listo. “Sin ellos no tendría sentido nada. Por eso el pregón va para todos ellos, sin excepción”.
Un pregón con principio, centro y final
El discurso del próximo 8 de abril no será una sucesión de loas. Tendrá estructura, alma y mensaje. “Todo lo que aparezca en el escenario tendrá una razón. No se trata de adornar, sino de transmitir. Y si no hay mensaje, no queda nada”.
Julio no desvela qué imagen cerrará el acto, pero sí deja claro que no será casual. “Todo tendrá sentido. Y si alguien sale de allí con una idea que le haga pensar, aunque sea una sola, ya habrá merecido la pena”.
Fe que se vive, no que se muestra
Frente a la tentación de algunos de convertir la Semana Santa en mero espectáculo, Julio defiende su raíz profunda. “Sin fe, no hay sentido. Puedes disfrutar de la música, del patrimonio, de la belleza. Pero lo que empuja a un cofrade a renunciar a su tiempo, a su descanso, a su familia, para estar allí... eso es fe. Y es una fuerza imparable”.
Habla también del equilibrio entre tradición y renovación. De cómo mantener viva la esencia sin fosilizarla. “Hay que incorporar a los jóvenes, escuchar ideas nuevas, abrirse. Pero sin perder el alma. Y el alma es lo que nos ha traído hasta aquí”.
Una ciudad como identidad
A lo largo de nuestra conversación, Salamanca aparece siempre como una presencia constante. Como escenario y como raíz. “Soy charro por los cuatro costados. He nacido, estudiado, trabajado y amado en esta ciudad. No tengo pueblo. Mi pueblo es Salamanca”.
Recuerda con emoción sus años de estudiante, su paso por el Ayuntamiento, su vida cultural, sus paseos por el río. “He subido la misma foto a Instagram quince veces. Y cada vez me parece nueva. No me canso. Esta ciudad me lo ha dado todo. ¿Cómo no voy a decirlo?”
La duda como motor
P: ¿Qué ha descubierto de sí mismo que le habría venido bien saber al comenzar su vida pública?
R: Que la duda es buena. Que cuestionarlo todo es una forma de crecer. Yo no soy de esos que dicen ‘lo volvería a hacer’. Yo me equivoco, me contradigo, me replanteo las cosas. Y eso es lo que me mantiene vivo.
Julio no busca la perfección, ni el aplauso, ni el halago fácil. Busca ser útil. Ser fiel. Ser coherente. Y este pregón, dice, será exactamente eso: un intento sincero de poner en palabras todo lo que durante años ha sentido por dentro.
“Este pregón no es un premio. Es una responsabilidad”
Cuando se le pregunta por la emoción que vivirá el próximo 8 de abril, responde sin dudar: “Ojalá pudiera regalársela a todos los cofrades. Desde el que dirige hasta el que marcha en silencio. Porque todos forman parte de esto”.
Y si dentro de 20 años alguien recuerda este pregón, él solo desea una cosa: que siga siendo un acto esencial dentro de la Semana Santa. “Eso querrá decir que todo sigue vivo. Y que, en algún rincón, sigue brillando esa llama”.