En un tatami no se grita. Se saluda. Se escucha. Se aprende. Y si el judo fuera una metáfora de la vida, el Club Doryoku la estaría escribiendo en mayúsculas desde hace más de una década.
“Cuando ves a un niño con TEA ayudando a los pequeños en una clase o a una niña ciega participando en un campamento como una más, entiendes por qué hacemos lo que hacemos”, cuenta Ricardo Martín Pérez, maestro nacional, cinturón negro 4º DAN y coordinador deportivo del club. “Aquí no hay discapacidad, hay historias increíbles. Y todas tienen su sitio”.
Fundado en 2010 bajo el convencimiento de que el judo podía ser mucho más que un deporte han crecido con una idea muy clara: construir un espacio donde cada niño, sea como sea, encuentre su lugar.
Su nombre significa “esfuerzo” en japonés, pero también podría significar empatía, respeto o pertenencia. Porque lo que realmente define a estos salmantinos no son sus medallas, sino su forma de hacer que todos, sin excepción, se sientan parte del grupo.
Cada uno deja huella
La inclusión en Doryoku no es una campaña. Es una forma de estar. Y lleva años en marcha. “Tuvimos a Tatiana, una alumna ciega total que llegó a competir a nivel nacional en los campeonatos organizados por la ONCE. Luego a Daniel, que ahora es campeón de tiro con arco. Más tarde a Laura Suellán, que participó como cadete en el Campeonato de España, compitiendo con chicos sin discapacidad, pero con el reglamento adaptado”.
Y ahora, Carlota. Una niña ciega que entrena cada semana con total normalidad, y que el año pasado participó en el campamento de verano del club.
“Estuvo plenamente integrada. Dormía con sus compañeras, hacía juegos, actividades… Para nosotros fue emocionante. No por tratarse de una niña ciega, sino por ver cómo todo su entorno, sus compañeros, la acogieron de forma natural. Nadie la trató diferente. Y eso es lo más bonito”.
Construyendo desde la empatía
Doryoku trabaja también con niños con Trastorno del Espectro Autista o con dificultades sociales. Y lo hace desde la normalización y la empatía.
“Cada niño tiene su proceso. Algunos se frustran más rápido, otros necesitan un lenguaje diferente. Lo importante es entenderlo y acompañarlo. Y en eso las familias son clave. Ellos nos aportan las herramientas que han ido aprendiendo con sus hijos, y nosotros las aplicamos en clase”.
Uno de esos alumnos es Javier, de 16 años, diagnosticado con TEA. “Siempre viene feliz. Se involucra muchísimo, ayuda a los más pequeños, participa en todo… Y él también dice que su semana favorita del año es el campamento. Como todos”.
Exhibición de Judo en la Plaza de Anaya
Mucho más que judo
No es solo una frase. Es un programa educativo con nombre propio. “Mucho más que judo” es la filosofía que mueve al club, convencido de que el aprendizaje va más allá de la técnica. “Queremos que el deporte sea una herramienta para que los niños se sientan parte de algo. Que encuentren un lugar seguro donde puedan ser ellos mismos”.
Por eso, más que resultados, buscan vínculos. “Aquí el que quiere competir, se prepara. Pero el que no quiere, también tiene su espacio. El objetivo es que todos disfruten, convivan, se desarrollen como personas. Sin importar su condición”.
En el judo no se entrena solo. Siempre se necesita a otro. Y eso se convierte en una lección de vida. “Si no cuidas a tu compañero, no puedes aprender. Si lo tratas mal, no querrá volver a entrenar contigo. Así que los niños aprenden a empatizar, a entenderse. Se dan cuenta de que todos, absolutamente todos, tienen algo que aportar”.
“El conflicto va a existir siempre. Pero si lo gestionas bien, se convierte en una oportunidad de aprendizaje para el grupo”
Salamanca, referente nacional
El trabajo del club no ha pasado desapercibido. La Federación Española de Judo y la ONCE han seleccionado al Club Doryoku como centro de referencia nacional para deportistas con discapacidad visual.
“Es un sueño cumplido. Llevamos años formándonos, trabajando con asociaciones, aprendiendo y ahora por fin ese trabajo se ve reconocido. Pero aún queda camino”.
Ricardo Martín, maestro nacional de judo en una entrevista para EL ESPAÑOL de Castilla y León
La clave, según Ricardo, está en que el sistema acompañe. “Las instituciones locales nos ayudan mucho, pero a nivel nacional debería haber una estrategia clara para que cualquier niño, viva donde viva, pueda practicar el deporte que le gusta sin barreras”.
En el fondo, lo que sucede en un tatami de va mucho más allá del deporte. No se trata unicamente de enseñar técnicas o preparar campeonatos, sino de construir un lugar donde cada niño, con independencia de sus capacidades, su historia o su forma de ser, se sienta parte de algo.
Un sitio donde no se compite por destacar, sino por convivir. Y ahí está la verdadera victoria de esta disciplina. Porque cuando se entrena desde el respeto y se educa desde la empatía, el resultado no es solo un buen judoka, sino una mejor persona.