Universidades, catedrales, casas señoriales y de mancebías, conventos y pícaros, la ciudad de Salamanca siempre se ha caracterizado por sus leyendas. Unas, llevadas a las grandes obras de la literatura, otras quedan en el imaginario de las gentes, pero todas hechizan a esta ciudad, como escribía Miguel de Cervantes.

    De esta forma, hay multitud de lugares y edificios que muchas veces pasan desapercibidos para el visitante, pero que merece la pena detenerse a contemplar. Tanto por su valor histórico como por los acontecimientos que se esconden tras ellos.

    Salamanca, la urbe medieval y también del Siglo de Oro, que encerraba en sus murallas por entonces a más de ocho mil estudiantes, entre los cuales hay becados, sofistas y señoritos de postín. Jóvenes que mueven a su alrededor un complejo mundo plagado de criados, mozos de cuadra, taberneros, prostitutas para todos los bolsillos y dones, curas corruptos, catedráticos rectos y catedráticos visionarios y ocultistas, rameras con más bachillerías que los propios estudiantes, lavanderas, amas de llaves, buhoneros y feriantes. Es la ciudad pura del 'Lazarillo de Tormes', 'El licenciado Vidriera' y 'La Celestina'. Es la Salamanca de las leyendas...

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    Casa de las Conchas

    Corre por la ciudad de Salamanca una leyenda que cuenta que, debajo de una de las conchas de la fachada de este emblemático icono turístico, hay escondido el mapa de un tesoro en onzas de oro. Algo que, a primera vista, no parecía extraño, ya que era costumbre esconder onzas de oro entre los adobes y las piedras, en los tabiques de las casas. También se cuenta que en los sótanos de la Casa de las Conchas tenían que dormir, o pernoctar, los estudiantes castigados por la Maestre-Escuela.

    Será por eso que, si nos fijamos bien, encontramos varias conchas rotas, ya que hubo personas que fueron probando suerte para ver si daban con la que lo escondía.

    Sin lugar a dudas que la Casa de las Conchas, hoy Biblioteca de Castilla y Léon, enfrente de La Clerecía, en la calle Compañía, es centro de atracción turística, y una de las fachadas más vistas y fotografiadas de la ciudad de Salamanca.

    Luis Falcón
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    Casa de las Muertes

    La leyenda cuenta que, a principios del siglo XIX, tiene lugar un cuádruple asesinato de una familia que habitaba en el interior de esta vivienda, sita en la calle Bordadores, enfrente de Las Úrsulas, y contigua a la casa donde vivió Miguel de Unamuno, cuyo estatua mira a sendas construcciones. Este múltiple asesinato conmocionó a los habitantes de Salamanca y, de paso, aumentó la denominación popular de la 'Casa de las Muertes'. No es menos cierto que, consultando documentos de la época, esta leyenda sea la más cierta y, por ello, la más espeluzante.

    Así, los sucesos macabros de esta vivienda comienzan en mayo de 1835, cuando una señorita, que meses antes había despedido a sus criados, aparece una mañana asesinada, y, con ella, toda la familila que allí habitaba. Además, los restos de los asesinados aparecieron en el pozo del patio. Se cree que fue la propia criada despedida, la que se vengó de su despido. A causa de estos hechos, la casa quedó deshabitada algún tiempo, hasta que volvió a ser ocupada a finales del siglo XIX.

    Luis Falcón
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    Doña María la Brava

    Salamanca siempre ha sido una ciudad de bandos, de antaño y de hogaño. En el S.XV, la ciudad estaba dividida en dos bandos, que cada dos por tres tenían fuertes enfrentamientos. De una parte, el bando de San Benito, compuesto por las familias Acebedo, Pereira, Anaya, Figueroa, Ribas, Fonseca, Sotomayor, Godínez, Maldonado, Hontiveros Manzano, Paz y Nieto. Y, por otra parte, la facción de Santo Tomé, integrada por los Puertocarrero, Monroy, Valdés, Enríquez, Ovalle, Araújo, Varillas, Flores, Montesinos, Valdés, Miranda, Tejeda, Villafuerte y Almaraz.

    Estos enfrentamientos familiares tuvieron aterrorizada a toda la población, tanto que la Plaza del Corrillo, junto a la plaza Mayor, que separaba la zona de influencia de ambos bandos, llegó a llamarse la 'Plaza de la Yerba', al no haber vecino alguno que se atreviera a pasar por ella, por miedo a encontrarse alguna de las refriegas que en ella acontecían.

    Doña María Rodríguez de Monroy, que ha pasado a la historia como 'La Brava', era natural de Plasencia y tras casarse con Enrique Enríquez de Sevilla, se trasladaría a Salamanca, a una casa que todavía se conserva y que lleva su nombre. No obstante, no tardaría mucho en quedar viuda y con dos hijos a su cargo.

    En uno de los habituales enfrentamientos entre ambos bandos, en esta ocasión por una disputa en un juego de pelota, los hijos de Doña María, Luis y Pedro, del bando de san Telmo, serían asesinados por los hermanos Manzano, de la facción de San Benito. Después de esto y, para evitar represalias, los hermanos huyeron a Portugal y Doña María, que en aquellos momentos no se encontraba en la ciudad, regresó a Salamanca para dar sepultura a sus hijos.

    Decapitó dos cabezas en Portugal y las trajo a Salamanca

    Al no haber varones en la familia, que pudieran vengar la muerte de Luis y Pedro, Doña María salió en busca de los asesinos, haciendo creer a todo el mundo que en realidad iba a pasar una temporada en Segovia, para sobreponerse a la pérdida. Una vez fuera de la ciudad, y habiéndose asegurado de que nadie la seguía, tomó dirección a Portugal donde, dicen que en la ciudad de Viseu, logró encontrar a los hermanos Manzano, a los que decapitó. A su regreso a Salamanca, se trajo las cabezas de ambos, y las depositó sobre las tumbas de sus hijos, en la iglesia de Santo Tomé.

    Otras versiones de la historia cuentan que las mandó clavar en la propia fachada de su casa. Fuera como fuese, lo cierto es que, a partir de este momento, pasaría a ser conocida como Doña María La Brava.

    Su casa, sita en la plaza de los Bandos, donde hace esquina, fue edificada hacia 1485, claro ejemplo que representa las casas de la nobleza española de la segunda mitad del siglo XV.

    Luis Falcón
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    La Cueva de Salamanca, o del Diablo

    El Diablo siempre ha rondado cerca por Salamanca, sus rincones, plazas y calles ciegas. De esta suerte, cuenta la leyenda, una de las más conocidas dentro de la ciudad, y quizás desconocidas fuera, que el Diablo en persona impartía clases de nigromancia y esoterismo en esta Cueva, conocida como 'del Diablo' y antes del Aquelarre', situada en la Cuesta de Carvajal, a grupos de siete estudiantes durante siete años. Al concluir los estudios, uno de los estudiantes, elegido por sorteo, había de quedar al servicio del demonio como pago a sus enseñanzas. El Marqués de Villena fue uno de los elegidos. Consiguió huir con vida, aunque en su huida perdió la sombra, lo que le hizo quedar señalado como seguidor de Satanás.

    Y hasta Miguel de Cervantes escribió de esta leyenda en su obra 'La Cueva de Salamanca'. La leyenda de que en este lugar, cercano a las catedrales, impartiera clase el Diablo llegó hasta Hispanoamérica. Allí, en varios países, siguen llamando 'salamancas' a los antros donde brujas y demonios celebran sus aquelarres.

    Cripta de la sacristía de San Cebrián

    La cueva en cuestión es una cripta de la sacristía de la iglesia de San Cebrián. Durante su reinado, Isabel la Católica ordenó tapiar preventivamente el acceso con argamasa y piedras. Tras la destrucción de la iglesia que la albergaba, a finales del siglo XVI, la cueva sirvió como trastero del palacio del Mayorazgo de Albandea, y posteriormente fue utilizada como trastero de una panadería y carbonería. En el siglo XX, a inicios de los años 90, se excavó la zona, situada en la Cuesta de Carvajal, a la espalda de las catedrales, y los hallazgos realizados fueron expuestos al público en 1993, constituyéndose una zona arqueológica formada por la llamada torre de Villena (alusiva al marqués), la planta de la iglesia de San Cebrián y la Cueva de Salamanca.

    Los orígenes de la cueva de Salamanca

    La obra de Raoul Lefevre, 'Recueil des Histoires de Troyes', publicada en 1464, atribuye fantásticamente a Hércules la fundación de una academia donde se impartían enseñanzas mágicas en una cueva de Salamanca:

    A tal objeto labró un gran hoyo en la tierra, dentro del cual puso las siete artes liberales y otros muchos libros. Luego convocó a los naturales del país para que frecuentasen dicha cueva; pero como eran rudos y no comprendían tanta maravilla, y el mítico fundador tenía que continuar sus proezas en otros escenarios, concilió su designo de que tal estudio fuese mantenido con la construcción de una estatua suya, a la que confirió el don de la palabra, encomendándole las respuestas de los celosos estudiantes que quisiesen de veras aprender, como si Hércules estuviese allí en persona.

    (Manuel García Blanco: Siete ensayos salmantinos, pp. 80-1)

    Luis Falcón
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    San Juán de Sahagún, Tentenecio y el Pozo Amarillo

    Su nombre de pila era Juan González del Castrillo, hijo mayor de siete hermanos, de Juan González del Castrillo y Sancha Martínez, un matrimonio pudiente de Sahagún (León). Hizo sus primeros estudios en el Monasterio de San Benito de Sahagún. Después de hacer la tonsura, primero de los grados clericales, se ganó la protección del obispo de Burgos Alfonso de Cartagena, quien supervisó su educación en la ciudad de Burgos, y le nombró secretario canónigo de la catedral de Burgos. Tras ser colegial del Colegio Mayor de San Bartolomé, se hizo fraile agustino en el convento que esta Orden tenía en Salamanca.

    Es recordado por su activa participación en la vida de la ciudad, y su mayor logro fue conseguir apaciguar la querella que enfrentaba a dos bandos de familias nobles, que durante cuarenta años, disputaban en Salamanca, con muertes violentas por ambas partes. La Plaza de los Bandos de Salamanca conmemora estos hechos.

    De él se recuerdan en Salamanca dos milagros

    En cierta ocasión, paseaba San Juan de Sahagún por la calle hoy denominada Pozo Amarillo, cuando observó que varias personas se arremolinaban en torno a un pozo, en el que había caído un niño. Tras varios intentos infructuosos de sacar al niño del pozo por parte de varios de los presentes, San Juan intenta hacer llegar hasta el niño el cordón de su hábito, pero resulta demasiado corto. En ese momento, sube misteriosamente el nivel del agua hasta poner al niño a salvo, asiéndose al cordón que San Juan le había tendido. El milagro se recuerda en la calle donde ocurrió con el nombre de la calle Pozo Amarillo.

    El otro milagro dice que un toro bravo se había escapado por las calles de Salamanca sembrando el terror. El padre agustino le detuvo y amansó diciéndole: "Tente, necio". La calle donde esto ocurrió tiene ahora el nombre de Tentenecio.

    Peste del tifus negro

    Se dice de él, que con sus oraciones libró a Salamanca de la peste del tifus negro. Murió de forma violenta. Se dice que un comendador de la ciudad tenía una amante. Al escuchar los sermones de Juan de Sahagún en la iglesia de San Blas, decidió apartarse de su querida, quien despechada amenazó con quitar la vida de San Juan antes de que finalizara el año. Unos dicen que mandó envenenar la comida del santo. Otros, que contrató a un sicario para que lo apuñalase con un estilete untado en ponzoña. Sea como fuere murió emponzoñado a los 50 años.

    Sus restos están enterrados ahora en la Catedral Nueva de Salamanca, aunque hay reliquias suyas en Sahagún y en varios otros lugares del mundo.

    Fue beatificado por el papa Clemente VIII en 1601. Canonizado por el papa Alejandro VIII en 1691, su festividad se conmemora el 12 de junio. Es el patrón tanto de la villa de Sahagún como de Salamanca, desde 1868, y de su ciudad natal Sahagún.

    Luis Falcón