Los ojos perdidos entre un sinfín de capas que intentan proteger, sin mucho éxito, de la congelación de las extremidades más expuestas; las manos juntas, con los dedos entrelazados, en busca de un pequeño fuego que resguarde del severo, frío y seco otoño de la gran estepa y el anhelo de un lugar llamado hogar. Polonia, en su frontera con Bielorrusia, y la Unión Europea viven hoy una crisis humanitaria en la que cientos de seres humanos procedentes “de varios países de Oriente Próximo”, según Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para la Política Exterior, en la jornada previa a la reunión de los países miembro, buscan su entrada en la Unión Europea.

Son muchas las imágenes que han congelado los corazones de una audiencia que, una vez más, vuelve a convivir con la tragedia humana a unos miles de kilómetros mientras desayuna, come o cena, a través de sus transistores, pantallas o papeles tintados. Ése es el caso de Montse, madre de Rebeca Herrero, natural de la palentina localidad de Aguilar de Campoo, una estudiante del grado de ciencias ambientales que, durante este curso, se encuentra desarrollando su estancia del programa Erasmus en la polaca localidad de Bialystok, a escasos kilómetros de la candente tierra de nadie entre ambos países vecinos.

“Estamos muy cerca de la frontera y, aunque no tengo, por el momento, sensación de miedo, tememos, tanto yo como el resto de mis amigos, una escalada de la violencia”, asegura la joven estudiante. Rebeca también incide en que no se ha planteado regresar, “antes de tiempo”, a su casa, aunque sí comparte que ha notado “un poco de preocupación, una pregunta constante sobre la situación en la ciudad, más allá de las recurrentes preguntas propias de una familia que tiene a su hija lejos”.

Concienciada con la crisis latente con la que tan de cerca respira cada día, la joven denuncia “la politización de los refugiados, de estos seres humanos, que está generando un juego entre poderes para tensar una cuerda que, tarde o temprano, y ya lo está haciendo, partirá, llevándose con ella muchas vidas, sueños e ilusiones”, como el reciente caso de Ahmed Al Hassan, joven sirio, de 19 años, que el pasado martes falleció ahogado en un río fronterizo, sumándose a la lista de vidas perdidas que, en el transcurso de la crisis, supera, ya, la decena.

Durante su jornada lectiva del pasado martes, la aguilarense relata cómo su móvil recibió un mensaje, por cuarta vez, en el que, desde un perfil “aparentemente falso” del gobierno polaco, se les alertaba, tanto a ella como a sus amigos, de lo siguiente: “La frontera polaca está cerrada. Las autoridades bielorrusas os han mentido. No cojáis ninguna pastilla que os den los soldados bielorrusos”, a lo que le seguía un enlace en el que no han entrado “por puro pavor” y que, comenta, “también fue enviado a todos los refugiados que ocupan la forntera”.

Destaca, también, la incomprensión que le genera que ése haya sido el único mensaje recibido, a la espera de “algún tipo de comunicación por parte de la embajada o del consulado españoles en el país”.  Si bien es cierto que, como subraya Rebeca, la docencia en la universidad “continúa con total normalidad, pese a que se haya tratado el tema, en muy contadas ocasiones, en alguna clase”, la vida en las calles continúa con una cierta normalidad, en la que se ha visto incrementada la presencia policial “con creces”.

Turismo en tensión

Una de las inherentes condiciones de todo estudiante durante su Erasmus es la del viajero y Rebeca, pese a encontrarse en Polonia desde hace dos meses, ya ha probado las mieles del conocimiento de lugares recónditos. “No hemos tenido ningún problema a la hora de desplazarnos, pese a que sí que nos han recomendado no acercarnos a los frondosos bosques cercanos a la ciudad, por su cercanía con la zona caliente”, asegura.

En uno de esos viajes, al volver de la fría y, ésta sí, húmeda ciudad de Gdansk, recuerda cómo compartían vagón con “muchos militares cuyo fin de trayecto era el mismo, Bialystok”, y, coincidiendo con la llegada a la ciudad, comenzó a escuchar “el atronador sonido de las hélices de muchos helicópteros”, en lo que fue “el viaje más tenso” de su vida.

Rebeca Herrero, en Varsovia