D. Álvarez / ICAL

Martín Guevara Duarte nació en Argentina en 1963. Su padre, Juan Martín, es el menor de cinco hermanos. El mayor de esos hermanos era Ernesto, al que la historia recuerda por su nombre de revolucionario: el Ché. Residente en la ciudad de León desde hace más de una década, Martín presentó esta semana en Ponferrada su último libro, ‘Los niños del Habana Libre’, en el que narra la “historia de vida de los niños exiliados de todo el mundo” a través de sus vivencias en este hotel de la capital cubana que en la década de los 70 reunió glamour y revolución a partes iguales, con visitas de ilustres simpatizantes de izquierda como Joan Manuel Serrat o Angela Davis.

En concreto, el libro recupera las historias de las familias de jefes guerrilleros muertos, presos o exiliados, procedentes de países como Argentina, Chile, Uruguay, Estados Unidos, la República Dominicana o Indonesia, a las que el Gobierno cubano alojó en el hotel. Entre ellas, Martín recuerda con especial cariño a Ronnie y Jessica, hijos del fundador de los Black Panthers, Huey Newton, que eran como parte de su familia, asegura. Junto a ellos, convivían también las familias de los corresponsales de la prensa afín, como la agencia soviética Tass o el diario francés L’Humanité, así como otros periodistas y diplomáticos llegados de la República Democrática Alemana o de la URSS.

A través de un relato autobiográfico, el autor rescata el esfuerzo de integración al que se vieron forzados para convertirse en una pandilla “más allá de la procedencia y los idiomas”, los juegos con los que exploraban todos los rincones del gigantesco edificio o el contraste entre su vida y la de los niños cubanos que vivían al otro lado de los muros. “Nosotros teníamos todas las comodidades y la comida que no tenían los niños de fuera del hotel pero no teníamos a nuestros padres ni a nuestra patria”, recuerda.

Con este libro, Guevara también quiere rendir homenaje a los padres de esos niños, ya que “ninguno vio la cara amable de la revolución”, recuerda con cierto pesar. Al respecto, subraya que su padre los dejó a él y a su familia en Cuba para regresar a Argentina y militar en uno de los muchos movimientos revolucionarios que surgieron en el Cono Sur a partir del triunfo de la revolución cubana. “América Latina estaba revuelta, había una gran conciencia de izquierdas en las clases populares”, explica el escritor, que llegó a La Habana en 1973, con sólo diez años.

Durante cuatro años, hasta 1977, su vida transcurrió entre los muros del hotel, cuyo cierre simboliza para el autor “la muerte de la utopía”. “El hotel lo cerraron para abrirlo a los dólares de los turistas y no a la solidaridad internacional con los revolucionarios”, lamenta.

De Havana Hilton a Habana Libre

El 22 de marzo de 1958, el presidente de la cadena hotelera, Conrad Hilton, y las autoridades del régimen dirigido por Fulgencio Batista inauguraron en la capital cubana el que en su momento era el hotel más alto y grande de toda Latinoamérica, el Havana Hilton. Menos de un año después y tras el triunfo de la revolución, Fidel Castro estableció en el hotel su cuartel general y fijó su residencia en la suite 2324. “Con ese olfato de marketing natural que tenía Fidel, le cambió el nombre de Havana Hilton a Habana Libre”, recuerda Martín.

En aquellos tiempos en los que Cuba soñaba con liderar una revolución mundial y Fidel aspiraba a convertirse en mariscal de la gran revolución latinoamericana, el hotel alojó entre sus paredes la primera embajada soviética, antes de convertirse en lugar de acogida para los exiliados de las luchas revolucionarias. Los sucesivos golpes de Estado en América Latina y especialmente la caída de la URSS, dieron al traste con esas aspiraciones y forzaron al Gobierno de la isla a abrirse a la inversión extranjera.

En 1996, la cadena española Sol Meliá asumió la gestión conjunta del hotel, de la mano del Gobierno cubano, y emprendió una profunda renovación con la que consiguió recuperar, tras décadas de olvido, el enorme mural que la artista Amelia Peláez pintó sobre la entrada principal del hotel, que actualmente lleva el nombre de Hotel Tryp Habana Libre.

Cualquier lugar es tu barrio

Con el fin de la dictadura argentina, Martín regresó a su tierra natal, donde comenzó a escribir poemas, cuentos, y reflexiones. Tras numerosos viajes, tanto por América Latina como por Europa, con empleos vinculados habitualmente al mundo editorial, se establece en España y forma una familia en Madrid. “Mis abuelos son españoles por parte de madre y por parte de mi padre, llevan 500 años en América, pero también lo fueron”, señala con ironía. En ese sentido, confiesa que “cuando te desarraigas desde pequeño ganas que cualquier lugar sea tu barrio y que cualquier tierra que te acoja sea tu tierra”.

De la mano de un trabajo logístico con el que debía moverse por el cuadrante noroeste de la península, Martín identificó Villadangos del Páramo como “el lugar de donde salían todas las carreteras” y se dejó seducir por los encantos de la ciudad de León, en la que reside desde el año 2008. Seis años más tarde, el autor hizo su debut literario con ‘A la sombra de un mito’, un libro en el que recupera las dificultades que atravesó como varón adolescente que trataba de llegar a la altura de un referente que “murió joven, bello, viril y valiente”.

Al respecto, Martín defiende que el mayor respeto que puede guardar hacia la figura de su tío es “no copiar, tener mi conciencia propia”. “El valor de mi tío es que murió coherente con sus ideas, procedía de una familia hacendada y tuvo el valor de poner eso en jaque para ser coherente con lo que pensaba”, resume el escritor, que se declara como “un gran pacifista” y rehúye de planteamientos que impliquen la lucha armada. No obstante, reconoce que en el tiempo que le tocó vivir al Ché “no había medias tintas”, con asesinatos y secuestros ordenados por los grandes empresarios y latifundistas contra cualquiera que osase pedir mejoras. “Mi tío no tenía ningunas ganas de morir pero en aquella época la única manera de cambiar las cosas era luchando”, señala.

Según Martín, es esa coherencia con sus ideas la que une la figura del Ché con la de otros iconos del pasado siglo como Bob Marley o John Lennon, cuyas siluetas pueblan innumerables productos. “El capitalismo comercializa todo”, señala con resignación, tras encontrar la icónica cara de su tío en bienes de consumo tan dispares como una cerveza irlandesa o unos cigarrillos japoneses. “Para mí queda la sustancia, no están las 3.000 páginas que escribió ni sus ideas económicas pero sí queda la idea vaga pero fundamental de alguien que podía haber vivido como un aristócrata y que murió luchando por los pobres pesando la mitad de lo que pesaba”, explica.

Crítico con la revolución cubana, a la que acusa de “dejar de lado los ideales y la utopía para suplantar la anterior aristocracia capitalista por una de un orden supuestamente comunista”, Martín es partidario de que cada uno busque “una filosofía propia y consistente” y huya de las dobles morales que se basan en el principio de “no hagas lo que hago sino lo que digo”. Al respecto, recuerda que un viejo dicho alemán, popularizado en la parte oriental de la ciudad tras la caída del Muro de Berlín, señalaba que “todo lo que nos decían del comunismo era mentira, pero todo lo que nos decían del capitalismo era verdad”.