Sonsoles Rodríguez, de 38 años, es técnico en cuidados de enfermería (TCE) en el servicio de Medicina Interna del Hospital de Ávila. Su vocación no nació de forma inmediata, pero fue tomando forma a medida que conoció de cerca el trabajo sanitario. Su madre ya era TCE y una de sus hermanas es enfermera y matrona.
Esa referencia familiar, unida a la idea de buscar una salida laboral estable, terminó de animarla a seguir la senda profesional en la que continúa 14 años después.
Completó la formación en 2011 y desde entonces ejerce como TCE. Antes había trabajado en una empresa privada, en una parafarmacia, pero acceder al sistema público era su objetivo.
Durante los primeros años, como ocurre con buena parte del colectivo, encadenó contratos breves. "Primero te llaman para Navidad, luego para un verano o una baja", explica. Estuvo así dos años.
Fue a partir de 2013 cuando comenzó a recibir contratos de larga duración. Cubrió la plaza de una profesional que había promocionado y aquello funcionó como una interinidad. Permaneció con ese contrato hasta junio del año pasado.
Después obtuvo otra interinidad y, posteriormente, aprobó la OPE de reposición de Sacyl. Ahora, está a la espera de adjudicación formal de plaza fija, pero su futuro profesional ya es estable.
En todo este tiempo no ha trabajado en otro lugar que no sea el Hospital de Ávila. Eligió limitar su bolsa de empleo únicamente a su provincia. "No me interesaba salir fuera, más que nada por mi familia. Tengo niños pequeños y mi vida está aquí", detalla. Otras compañeras sí amplían las zonas de llamamientos, pero quienes lo hacen deben acudir a cualquier destino para evitar penalizaciones.
Un turno intenso y un trabajo profundamente humano
Su día a día se basa en cubrir las necesidades básicas de los pacientes: higiene, movilidad, confort, alimentación, seguridad y apoyo emocional. También realizan tomas de constantes y preparan material.
Sonsoles insiste en que lo fundamental es la empatía. "Los pacientes están vulnerables y la humanización es esencial", recalca. Por eso considera que la forma de entrar en una habitación importa: dar los buenos días, llamar al paciente por su nombre o explicar lo que se va a hacer marca la diferencia.
En medicina interna, los pacientes suelen ser muy mayores. La media ronda los 80 o 90 años, aunque también hay perfiles más jóvenes pendientes de pruebas. Esa edad avanzada exige más apoyo emocional y más presencia continuada.
Esto implica que la carga laboral sea "intensa", tanto física como emocionalmente. Sonsoles explica que las tareas se encadenan y que son las propias TCE quienes se autorregulan para priorizarlas. "Si hay que parar para dar desayunos, se para y luego se continúa", detalla.
Pese a esta buena coordinación entre compañeras y sus superiores, considera que la plantilla es insuficiente y que la calidad de la atención mejoraría con más manos.
Sonsoles explica que en Ávila, suelen ser tres TCE en turnos de mañana en su ala. "Aunque cuatro o cinco no vendrían mal", pide. Por la tarde trabajan dos o tres, y también necesitarían al menos una o dos personas más. En los turnos de noche suelen ser una o dos profesionales, algo que considera claramente insuficiente.
Calcular el déficit con exactitud es difícil, pero estima que harían falta seis TCE más para cubrir adecuadamente los tres turnos del servicio, es decir, "una plantilla prácticamente nueva", aclara.
Consecuencias físicas y emocionales de un trabajo exigente
Así que las sobrecargas físicas y mentales son habituales entre estas profesionales. Las TCE lidian a diario con movilizaciones de pacientes, un esfuerzo físico constante y situaciones emocionalmente pesadas.
"Molestias musculares, estrés y fatiga" aparecen con frecuencia, asegura Sonsoles. Para reducir estos riesgos, esta TCE destaca la importancia de aplicar buenas técnicas de movilización, trabajar en equipo y pedir ayuda cuando sea necesario.
Piensa especialmente en las profesionales de mayor edad, que suelen rondar los 60 años, y que sufren especialmente esos efectos acumulados. Por eso defiende que el trabajo en equipo es imprescindible: prestar apoyo a una compañera que lo necesita nunca debe ser una opción, sino una obligación ética.
Lo mismo se extrapola al trato con los pacientes, que para esta TCE se basa en "respeto, empatía y comunicación". Para Sonsoles, que el enfermo se sienta seguro es clave: explicar cada procedimiento, preguntar cómo ha dormido y mantenerle informado ayuda a reducir su ansiedad.
La mayoría, asegura, es agradecida. "Muchas veces te dicen ‘qué bien me he sentido’ o ‘qué a gusto me he quedado’ y eso es muy gratificante", detalla.
Con el resto de profesionales la relación también es positiva. Valora especialmente el ambiente laboral, porque cuando este es bueno, incluso los días más intensos se afrontan de otra manera. Cree firmemente en el trabajo multidisciplinar y en la coordinación permanente para garantizar la seguridad de los pacientes.
Funciones que siguen ancladas en 1973
Sonsoles considera "olvidado" el antiguo estigma que reducía su trabajo a "limpiar culos". Explica que las funciones del colectivo se han ampliado mucho y que su papel asistencial es fundamental. También cree que el término "auxiliar" debe desaparecer: "Somos técnicos en cuidados de enfermería desde 1995".
Porque una de las reclamaciones más demandadas de Sonsoles y del sindicato SAE, al que pertenece, es la actualización de las funciones y competencias profesionales, que siguen reguladas por un catálogo de 1973. "Estamos a mediados del siglo XXI con funciones del siglo XX", añade.
Las TCE realizan muchas actividades que antes eran propias de enfermería: toma de constantes ampliadas, preparación de material, realización de electrocardiogramas en urgencias o apoyo técnico en numerosos procedimientos.
"Podemos hacerlo perfectamente porque estamos cualificadas, pero no está reconocido", detalla. Y no aparecer en el catálogo implica no ser compensadas económicamente por esas responsabilidades.
Pero el punto fuerte de sus reivindicaciones es la reclasificación profesional. Las TCE pertenecen al subgrupo C2, a pesar de contar con un título de grado medio que debería situarlas en el C1 según el Estatuto Básico del Empleado Público (EBEP). Esa clasificación tiene consecuencias directas en su salario y en su futura pensión.
"Cobro 1.400 euros porque no se reconoce mi nivel de formación", explica. Y es que el turno rotatorio y la nocturnidad no alcanza, en la mayoría de meses, los 1.400 netos. Si se aplicara la reclasificación, calcula que su salario subiría unos 200 euros mensuales. Mientras, las profesionales que trabajan en turno diurno, sin noches ni festivos, se quedan en 1.300 euros.
Pero para Sonsoles y SAE no es solo una cuestión económica. La cotización también se ve afectada, lo que repercute en la jubilación. "Estamos cotizando por un nivel inferior al que nos corresponde", recalca.
Un pequeño avance conseguido: la continuidad asistencial
En Castilla y León se reconoció hace año y medio la llamada continuidad asistencial, el tiempo entre el fin del turno y la transmisión de información al equipo entrante.
Esa compensación, que antes solo disfrutaban en mayor medida las enfermeras, se ganó gracias a la presión sindical. "SAE consiguió que se nos dieran dos, aunque finalmente se quedó en una", detalla. Es un avance, pero Sonsoles cree que debe ampliarse.
Por lo que Sonsoles advierte que el colectivo seguirá luchando por la reclasificación profesional, la actualización de competencias y el refuerzo de plantillas. Considera que la continuidad asistencial es un primer paso, pero insuficiente para un grupo cuya carga asistencial es cada vez mayor.
Defiende que su trabajo se basa en una combinación de técnica y humanidad, y que el reconocimiento institucional debe acompañar a esa responsabilidad. "La continuidad es esencial", afirma. Y el reconocimiento, también.
