Bóvedas, mampostería, aristas y sillería, dovelas de cantería… Torreón fortificado, ábsides y peraltes, ventanas en aspillera, merlones, aljibes y almenas, barbacanas y troneras, foso y puente levadizo… Lo tiene todo como fortín, menos su función. El castillo de La Adrada, en la provincia de Ávila, fue concebido como palacio, no como edificio de batalla y defensa. Un lugar de esparcimiento para nobles y monarcas castellanos que venían a relajarse, a disfrutar de jornadas de caza en un inmejorable entorno de montes, y en el caso de Alfonso VI, “el Bravo”, a dejarse llevar por la pasión hacia su amada.

Zaida era una bella muchacha nacida en algún punto de Al-Ándalus y que fue educada como una princesa, en la filosofía, la música y la poesía, a pesar de que corrían tiempos convulsos en los reinos árabes del sur peninsular.

El rey de la taifa Sevillana, al-Mu’tamid, que era además poeta y casado con la poetisa Rumaykiyya, no pasaba por su mejor momento en lo político. Tras el avance castellano y la conquista de Toledo por Alfonso VI, el rey sevillano temió que los cristianos siguieran avanzando y los corrieran a espadazos por toda Andalucía hasta arrebatársela. Por eso, su plan fue solicitar a sus hermanos del norte de África cierto respaldo militar. Pero lo que encontró fue un radicalismo religioso exacerbado, unos soldados salvajes que habían olvidado o malinterpretado el Corán y que vivían la cultura y la religión musulmana de una forma indigna a los ojos del Profeta. Al final terminó sintiendo más miedo por estas hordas almorávides que por el avance cristiano.

Por eso, al-Mu’tamid, negoció con Alfonso VI que, en caso de que los almorávides se vinieran arriba e intentaran conquistar Andalucía entera, los ejércitos cristianos les ayudarían. A cambio, Zaida, de tan solo doce años, fue apalabrada para un futuro matrimonio con el rey Alfonso VI. Era el año 1078 y, aunque el soberano de León y Castilla aceptó, en ese momento se encontraba casado con Inés de Aquitania, por lo que el jefe sevillano tuvo que aguardar. De hecho, mientras esperaba, casó a la muchacha con su hijo Abu Nasr al-Fath al-Ma'mún, rey de la taifa de Córdoba.

Los años posteriores, Yusuf ben Texufim, jefe de los bereberes africanos reclamados por al-Mu’tamid, cruzó varias veces el estrecho de Gibraltar. En 1086 derrotó a Alfonso VI en Sagrajas, en 1088 cercó el castillo de Aledo, y en 1090 ya entró con la firme mira de eliminar las taifas y proclamarse emir de Al-Ándalus. Al ver caer Málaga y Granada, al-Mu’tamid rogó a su hijo mantener Córdoba a toda costa, ya que perder esta plaza era perderlo todo…

Al ver tan cerca a los almorávides, al-Ma'mún envió a Zaida, hijos y demás parientes al imponente castillo de Almodóvar del Río. A finales de marzo de 1091 Córdoba fue derrocada y la cabeza de al-Ma’mún paseada por la ciudad en la punta de una pica. Unos meses más tarde, Alfonso VI envió a Alvar Fáñez y a su ejército a enfrentar a Texufim en las inmediaciones de la fortaleza de Almodóvar del Río. La batalla fue cruenta y con numerosas bajas para ambas huestes, pero a pesar de salir derrotado, Alvar Fáñez consiguió sacar a Zaida y a sus familiares del castillo y huir con ellos a Toledo. Fue en ese momento cuando por fin, Alfonso, cincuentón, y Zaida, veinteañera, se conocieron.

Tras fallecer Inés de Aquitania, Alfonso se casó en segundas nupcias con Constanza de Borgoña y luego con Berta, quien poco o nada abría la boca acerca de los amoríos de su marido con la nueva concubina mora, a la que éste llevaba cuidadosamente al castillo de La Adrada para dar rienda suelta a sus lances.

Zaida, renunció a sus creencias pasadas, pero no a sus costumbres, se bautizó en Burgos con el nombre de Isabel y se adaptó bien a su vida en la corte de Alfonso VI, que ya parecía más islámica que cristiana gracias a ella, o por su culpa... El monarca paseaba con sabios y hombres de letras, muchos cortesanos usaban ropas de estilo árabe, las monedas acuñadas eran bien parecidas a las de los moros, y hasta los religiosos mozárabes toledanos parecían haber olvidado el latín y hablaban la lengua de Alá.

Tras varios matrimonios y concubinatos anteriores, Alfonso VI por fin recibía en 1094 un hijo varón de Zaida, llamado Sancho Alfónsez, y que fue reconocido por el monarca como su sucesor para reinar en Castilla, León, Galicia y los condados que hicieran falta. Más tarde, el matrimonio concebiría también a sus hijas Sancha y Elvira.

La comunidad cristiana de Castilla del momento estaba indignada con la situación, y no aceptaba la unión de un rey devoto con una infiel, a la que nunca consideraron reina de Castilla -prueba de ello es que la primera Isabel considerada en la historia fue la católica-.

Un mal postparto acabó con la vida de Zaida para consuelo de detractores, y una batalla, la de Uclés, en 1108, puso fin a la de su hijo Sancho, de tan solo catorce años -algunas sospechas se levantarían de esta extraña muerte también, por significar el muchacho esa unión “molesta” entre las dos culturas…-

El caso es que el rey Alfonso acumuló mucho dolor en pocos años y murió de pena dos años después de su hijo, en el verano de 1109. Pero antes, dejó indicado que, cuando llegara el momento, Zaida fuese enterrada junto a él y sus otras reinas, en el coro del monasterio benedictino de Sahagún, en León, donde también fue depositado el cuerpo de su hijo Sancho. “Una luce prius Septembris quum foret idus sancia transivit feria II hora tertia Zayda regina dolens peperit” es la inscripción en la lápida que cubría a Zaida, haciendo referencia a su muerte un doce de septiembre a causa de un parto.

“El Cantar de la Mora Zayda” dejaría constancia de esta historia de amor entre dos culturas diferentes, entre dos personas que desafiaron a su época.