Carlos Fernández Carriedo, Consejero de Economía y Hacienda de la Junta de Castilla y León, afirmó recientemente 'en esta Comunidad y en España los inmigrantes son necesarios para la actividad productiva'. Sectores como la agricultura y ganadería, el transporte y la hostelería carecerían de suficiente oferta en el mercado de trabajo sin la mano de obra extranjera. Fernández Carriedo está en lo cierto.
El análisis del fenómeno de la inmigración en España requiere un ejercicio de racionalidad sin mezcolanza de pasiones. Lamentablemente algunos partidos políticos españoles utilizan propagandas que apelan al miedo a los migrantes, especialmente si provienen de los países islámicos. Entra en juego la emoción y anula la reflexión. Por eso los españoles estamos en una sociedad más reactiva, menos crítica y más polarizada.
Vox sostiene un discurso de tintes xenófobos, calcado del partido francés de Marine Le Pen que tantos réditos electorales ha aportado a la formación ultraderechista francesa. En el crecimiento de la extrema derecha europea existe un importante cúmulo de votantes que rechazan 'per se' a los inmigrantes. No conviene negar las evidencias. En Europa existe preocupación, incluso por la persistencia futura de los valores de las democracias liberales y del humanismo cristiano.
En España el 'casus belli' no está centrado en los migrantes de los países de la América hispana. Lo que realmente inquieta en nuestro país es el crecimiento exponencial de la inmigración de países del Magreb, especialmente de Marruecos. Muchos marroquíes están en España ganándose honradamente la vida y como señalaba Fernández Carriedo, hasta las organizaciones profesionales agrarias han enfatizado que sin el trabajo de los migrantes la agricultura y ganadería de Castilla y León sería insostenible.
El Partido Popular acaba de hacer público un decálogo para 'ordenar la política migratoria'. Por fin ha llegado el PP a hincar el diente a un asunto que Vox estaba capitalizando y se había convertido en una sangría de votos de los populares hacia la formación de Abascal.
Realmente, en el gran caballo de batalla de las medidas de regulación migratoria ha sopesado la importancia de los flujos de población de países del Magreb y especialmente de Marruecos. Según el padrón municipal de 2022, son 872.759 los marroquíes establecidos legalmente en España. Muchos más si se sumasen los irregulares.
En Francia la inmigración marroquí ha creado verdaderos problemas sociales y la creación de 'guetos' en la periferia de sus grandes ciudades. Algunas de esas 'banlieus' se han convertido en incontrolables y no son infrecuentes los conflictos de orden público.
El gran debate en todos los países europeos es si inmigrantes como los marroquíes serán capaces de una verdadera integración en su tejido social. En unas demoledoras declaraciones que el desaparecido rey Hassan II, padre del actual monarca alauita Mohamed VI, expresó en 1993 en el programa 7 sur 7 de la televisión gala sobre la integración de migrantes de Marruecos afirmó 'Nunca serán 100% franceses. Se lo puedo asegurar'. El antiguo rey explicaba 'no pueden integrarse, pertenecen a otro continente y otra cultura, además de profesar otra religión' y añadía 'siempre serán unos malos franceses'.
Los partidos políticos españoles no deben cegarse por la pasión, que siempre es muy mala consejera. La cabeza está para pensar y no solo para llevar la boina. Muchos inmigrantes del Magreb trabajan de forma eficiente, cotizan a la seguridad social y no plantean problemas de convivencia. Pero nuestra clase política debe escudriñar sin cortapisas si cada inmigrante establecido en España, no solo magrebíes, serán capaces de sentirse españoles y si la rojigualda será su bandera.
Ojo avizor, que el gobierno español confiesa tener prevista la regularización de casi un millón de inmigrantes antes de las elecciones generales de 2027. Sánchez necesita votos como el comer. Debería releer a Hassan II, no fuera a ser que regale la nacionalidad por el plato de lentejas de los votos y la conclusión sea que los naturalizados 'siempre serán unos malos españoles'. A Sánchez la españolidad le importa un pito.
