Siempre quise vivir en una habitación de hotel como Julio Camba en sus años de “solitario del Palace”. Que cada mañana llamara a la puerta el desayuno en carrito de plata, con elegantes campanas cubriendo los croissants. El genio desconocido habitó la 383 durante trece años, con baño diario. Hizo la estancia tan suya que quienes visitaron aquella habitación, cuajada de recuerdos de una vida de viajes y novelas policiacas, dijeron sentir que el lujo deslumbrante del Hotel Palace se quedaba a la puerta del último refugio del periodista gallego.

Camba odiaba a la gente y odiaba escribir, pero recorrió y retrató en artículos multitud de países desde los detalles que los definen, como quizá ningún otro de nuestros ilustres columnistas. Con el tiempo, al misterioso escritor se le fue encogiendo el mundo. De caminar por Argentina, Turquía, Francia, Inglaterra o Alemania, pasó a que su universo diario fuera aquella habitación del Madrid gris y añejo de la dictadura.

Visionario en las formas de mirar, y en cómo convertir esa mirada irónica, ácida y revolucionariamente costumbrista en palabras, Julio Camba llegó antes que nadie a aquello que después llamaríamos globalización. Ese fenómeno que amplía las fronteras y derriba los muros para la economía o el turismo, haciendo las sociedades tan permeables que terminan convirtiendo todas las grandes capitales en una misma repetida.

Antes la luna de miel era en Mallorca, y ahora en Indonesia. Los zapatos que venían de Elche ahora llegan en ferry desde China. La escapada de fin de semana es a Londres y no a Toledo. Hasta los garbanzos, que vemos crecer en los campos salmantinos, los compramos en bote con origen mexicano. El mundo se arruga como si la historia sufriera el efecto contrario al Big Bang y tras siglos de expansión ya tuviéramos una humanidad en retroceso.

Antes teníamos un pisito de estudiantes o un apartamento de soltero. Que fuera recogido significaba dos habitaciones, cocina y salón coqueto. Ahora a los jóvenes les proponen comprar una habitación por 40.000 euros. Disfrazada de suite de hotel, amueblada con altas calidades y decorada como un reportaje de Telva, pero con el copropietario de al lado haciéndose el café en pijama en la cocina compartida.

El engaño del lujo accesible es un consuelo aspiracional para pobres. Como con tu sueldo, y sin ahorros, jamás podrás acceder a una casa con jardín, aprovecha una habitación de revista, que es mejor que un sótano sin ventanas por 250.000 euros. En vez de renegar de tu casero, paga cuota mensual y llámalo hipoteca: así sentirás que podrás dejar algo en herencia.

Sabía Julio Camba que acabó siendo un excéntrico. Escribió: “soy un hombre moderno, de mi época, aunque la verdad, preferiría serlo de cualquier otra”. Menos mal que no conoció esta.

Hizo su hogar en una habitación de hotel como página penúltima de su singular personaje. Esperemos que no nos suceda lo que, en realidad, quería contarnos: que al ir encogiéndose su mundo, sentía cómo el futuro le estaba menguando.