El clásico dicho de “vivir para contarlo” adquiere, con Sherezade, su variante: “contarlo para vivir”. La narradora de `Las mil y una noches´ se juega la vida cada jornada, y de sus habilidades narrativas pende su existencia. Ante un sultán dispuesto a asesinarla, Sherezade opta por dejar las historias en suspenso: un camino para evitar la muerte, puesto que ese matarife que tiene por esposo necesita saber cómo prosigue el relato al día siguiente. La capacidad persuasiva de ella, alimentando la curiosidad de él, va evitando el crimen.
Pedro Sánchez es cuentista de primera acepción (“persona que acostumbra a contar enredes, chismes o embustes”) y no de segunda (“persona que suele narrar o escribir cuentos”). La ficción nada tiene que ver con la mentira, y es constatable que a Sánchez lo ficticio no le interesa, pero lo falaz le sirve, lo frecuenta y lo explota sobremanera: ahí reside su “manual de resistencia”. Cual Sherezade sin talento ni escrúpulos, Sánchez transcurre el calendario de falacia en falacia.
Su primera intervención mediática se sitúa en 1997. En `Moros y cristianos´, aquel programa que presentaba Javier Sardá, apareció un Sánchez que ya evidenció su escasa creencia en la separación de poderes y en los contrapesos propios de la democracia. De joven, como luego de maduro, ya atacaba a la Justicia y a la Prensa que hiciera su trabajo (otra similitud más con los Cristóbal Montoro de turno). En aquel momento, con toda la investigación en marcha de los GAL, sus ataques se focalizaban hacia el juez Garzón y hacia El Mundo dirigido por Pedro J. Ramírez.
Se estaban investigando asuntos de tantísima gravedad como el terrorismo de Estado y el manejo de los fondos reservados para financiarlo, y Sánchez ya exhibía su fanatismo partidista. Entre los principios democráticos y su partido (partido donde él tenía en mente medrar), estaba muy claro que un tipo sin decencia elegiría el segundo.
Un año después, tras ser condenados, ingresaban en prisión Barrionuevo y Vera, quienes habían sido ministro del Interior y secretario de Estado de Seguridad. En las puertas de la cárcel de Guadalajara, en uno de los más infames espectáculos a los que aboca el seguidismo partidario, se concentró la cúpula del PSOE: desde González, hasta Almunia, Borrell y Rubalcaba (en aquel momento, pasado, presente y futuro de las siglas); desde Chaves, hasta Benegas o García-Page.
Allí estaba también militancia anónima y zelote que deseaba hacer méritos. Vera ha escrito que Sánchez le confesó en 2015 que había acudido a esa concentración de 1997: “(…) yo fui uno de los muchos que os estuvimos apoyando en la puerta de la cárcel”, le habría dicho cuando coincidieron en el funeral de Txiki Benegas. Moncloa lo niega. Y como no existen pruebas, y carecen de credibilidad tanto Vera como Moncloa, no podemos saber si allí estuvo o no Sánchez.
Lo que sí sabemos es que Pedro Sherezade suministra relatos que le van salvando la jornada. En su cabeza es lo de menos si tales relatos son veraces, falsarios o contradictorios. Por eso Pedro Sherezade intervino de esa forma en `Moros y cristianos´ (ese día, para prosperar, consideró que tal cháchara le era propicia: monserga bien compatible con haber acudido un año después a Guadalajara); y también por conveniencia Pedro Sherezade pudo contar el reseñado testimonio a Vera (hubiera ido o no en realidad); y por eso Pedro Sherezade ahora niega que estuviera en Guadalajara (puesto que ya le interesa transmitir un relato que se distancie de sus hoy enemigos González o García-Page).
Esta misma forma de proceder la encontramos en innumerables asuntos. Pedro Sherezade, cuentista de primera acepción, siempre tendrá algo que contarnos… para seguir salvándose.