Decidme por quién doblan las campanas, por quién la tierra canta, por quién se mueren los campos. Decidme por qué España no quiere ser ya más España...
El campo es cíclico. Hay años malos y años peores si se le pregunta a un agricultor. Como los políticos. Nunca están contentos porque son hombres que viven para los milagros que no llegan nunca. Para ser agricultor hace falta un milagro. Vivo rodeado de ellos. La Mudarra es la Nueva York de los Torozos y sus manzanas son hectáreas de secano. Desde casa: almirantazgo de Castilla, oteo mares y mares de cereal. Soy vigía de antiguos mundos que se conquistan y se evangelizan cada año a fuer de sudor. Y en esta disciplina de climatología y fe, el agricultor es el último hombre de verdad que queda en la tierra.
Cuando todos estamos a la inteligencia artificial, ellos siguen en las raíces. Siembran, construyen civilizaciones de trigo y cebada que mañana serán catedrales en medio de la nada levantadas a base de pacas esperando que alguien las recoja y las lleve y al año siguiente y al siguiente igual. Hacen lo mismo exactamente cada verano porque hacer lo mismo, como un ritual, es revolucionario en un tiempo donde todo el mundo quiere cambiar. Ahora todos quieren ser lo que no son, convertirse en un trampantojo de sí mismos: por eso le dicen CEO a quien da las órdenes porque es capaz de tener una cosmovisión y consultan a ChatGPT sobre su vida personal como antes la gente acudía a la Sibila de Cumas. Los psicoanalistas para los argentinos, porque los españoles no sabemos resolver nuestros traumas, nos conviene llevarlos a cuestas.
David Lafoz, era un campesino español. No un personaje de Sender. No un terrateniente. Era un agricultor de 27 años al que llevarle la contraria a los tiempos y a quien los gestiona, como a Delibes le costó la dirección de El Norte de Castilla, le ha costado la vida. Porque el Ministerio de Hacienda es más peligroso que una dictadura. Si no que le pregunten a Javier Chicote, a Nadal, a Aznar o a Alsina y a quién se le puso por delante a Montoro. Que le pregunten a Boyer o a Solchaga. O a Maria Jesús Montero, inquisidora de todo lo que ordena su fe en Pedro Sánchez.
David Lafoz era un símbolo de que el campo no puede seguir desprestigiado. De que la agricultura exige la dignidad de que la defiendan en Bruselas nuestros políticos como defienden su carrera que, por lo general, es como una tierra yerma. Que de todo lo que tiene España: patrimonio, talento, sol, hectáreas y playa, lo primero es el campo. Llevamos demasiados años en los que al agricultor se le hace de menos: lo mismo en Marruecos que en Bruselas. Que España no se avergonzaba de sus agricultores, pero tampoco los contemplaba porque los estantes de los supermercados amanecían llenos cada mañana.
Económicamente dicen que España va como un cohete, pero cada vez Moncloa presume de que más familias piden el subsidio vital. Hay que entender España de abajo a arriba y no como la entiende el socialismo, que es como un exprimidor que pone sobre la cúspide todo lo que pueda triturar. España empieza en este campo de girasoles que tengo dos hectáreas más allá.
España empieza en David, que era un tipo valiente que no entendió que la vida le daba la razón, aunque la política se la quisiera quitar. Porque han abandonado el campo, como quien se avergüenza de un pariente lejano y se presenta cada año en el notario para ver si hay algo que heredar. A David lo enterraron en inspecciones fiscales, en expedientes administrativos y en burocracia, que es la peor tortura moderna que ha desarrollado el Estado como fuerza de represión contra sus ciudadanos. Ha muerto, no colgado, ha muerto ahogado porque el Estado no lo quería dejar respirar.
Era de Belchite, que podría estar en Zaragoza o en Castilla -en la del norte o en la del sur- porque toda España es un solar de campos que es patrimonio universal que no se puede deslocalizar. Por eso no se entiende que lo llenemos de plantas fotovoltaicas donde lo único que crece de verdad son olivos, trigo y hombres «a fuer de mil heroísmos».
Habíamos superado aquella España de 'Las ratas' de Delibes. Pero hoy volvemos a tener unos políticos empeñados en hundir el campo... porque quién no entiende que se puedan importar pimientos marroquíes, chilenos o belgas, en aras de contaminar menos y ser autosuficientes... España hace tiempo que no entiende el campo como una industria estratégica, sino como una molestia tercermundista a regular.
Los países ricos tienen campo. Nosotros aún lo tenemos y políticos que no lo entienden porque no entienden nada. «Salvar el campo» es lo que pedía Lafoz. Dignificarlo, porque por el campo pasa casi todo lo que España podría ser.