Llegan, desembarcan, hacen botín y se marchan. Cada legislatura igual. Su bandera no lleva dos tibias y una calavera, pero su filosofía se resume en la frase más contundente del más famoso de todos los piratas que no fue Francis Drake, ni siquiera Barbanegra, si no Jack Sparrow: "Arrasa con lo que veas y generoso no seas". Y con ese modus operandi lleva el nacionalismo amotinado en España desde hace cuatro décadas. Lo mismo da que gobierne el PSOE que el PP. Ambos le han dado a un puñado de votos un peso, un poder y sobre todo una rentabilidad, que no le correspondía. Esta fórmula de malograr España para seguir cobrando de España. "Espanya ens roba", mientras el que robaba a los catalanes era Pujol. Y así una década tras otra desde Felipe González, pasando por Aznar, Zapatero y Mariano Rajoy. A Rajoy le hizo falta que Aitor Esteban le pasase por la quilla parlamentaria de la moción para entender que el nacionalismo nunca fue un aliado.

Pero cada presidente nuevo que llega sin mayoría absoluta ve en el nacionalismo una oportunidad. Si hay un animal más tonto que el hombre, que tropieza dos veces con la misma piedra, es el político español, que lleva tropezando con el nacionalismo desde 1993. Y lo hace porque le sale más barato pagar a cuenta del bolsillo de todos los españoles los caprichos y despilfarros del PNV, Bildu, ERC, Junts y compañía que llegar a acuerdos de Estado con la oposición. Tiene el nacionalismo esa habilidad de hacer caer los gobiernos porque son la soga con la que se ahorcan la mayoría de presidentes para entrar en la Moncloa.

Como país nos tenemos en muy poca consideración. Toleramos, con esta naturalidad que da para preguntarse si tenemos pulso, que nuestros políticos pacten con los enemigos de España, con aquellos que lo único que quieren es ver desaparecer España. Y para que no haya dudas dejan constancia en el diario de sesiones del Congreso de los Diputados cada vez que suben a la tribuna de oradores.

Es curioso que Feijóo, que denuncia con vehemencia la situación insostenible de Pedro Sánchez, le pida al nacionalismo que apoye su hipotética moción de censura. ¿Y si no le dan una mayoría absoluta los españoles, también les pedirá los votos, como Sánchez, para gobernar?

Al PSOE de Pedro, asolado por los bulos –cada día uno nuevo–, los casos de corrupción –cada semana uno nuevo– y la parálisis parlamentaria de haber fiado su presidencia a un puñado de votos nacionalistas que ahora le abandonan como antes abandonaron a Rajoy porque el Gobierno en sus horas más bajas huele a carne podrida. Por eso le rematarán antes o después los nacionalistas, sin duda alguna, los mismos que le permitían gobernar mientras se repartían las arcas y las competencias del país que les oprime hasta que tengan claro que el siguiente se lo permitirá igual.

El nacionalismo es esta fórmula que tenemos los españoles de maltratarnos minuciosamente a nosotros mismos, de darnos donde nos duele, porque si no no tendríamos de qué quejarnos en los bares. Y consentimos que nuestros políticos pacten con ellos en contra de nuestros intereses –de los de nuestros abuelos y nuestros hijos– desde hace tres décadas, porque si nos tomásemos en serio la política es probable que tuviésemos que buscarnos otros representantes y lo verdaderamente duro sería caer en la cuenta de que, con casi total seguridad, entre todos nosotros no los hay mejores.