He tenido muchos, muchísimos, amores platónicos en mi vida. Supongo que, como cualquier persona que ha tenido un amor platónico - y mucha imaginación -, he fantaseado con cómo sería estar con esa (o esas en mi caso) personas. Preconcebimos una idea de cómo es y cómo se comporta, nada más lejos de la realidad. Yo, creativa, me imagino toda la película, desde el encontronazo en el momento de conocernos hasta cómo será cuando nos despertemos juntos todos los días. Los nombres de los hijos que no vamos a tener y a qué colegio irían, incluso las bromas que les harían mis padres, dejándome a mi siempre mal, y cómo los malcriarían. Planeo las vacaciones en familia y nuestros vinos favoritos, esos vinos que tendríamos en nuestra casa con terraza en la playa, en una playa donde no hubiese casi nadie y a la que poder acceder descalzos porque para eso me monto yo mi película.

He tenido la mala suerte de que en varias ocasiones me hayan intentado presentar a alguno de esos amoresplatónicos, algo a lo que me he negado en rotundo. No quiero que me decepcionen y sé que lo van a hacer. El nivel de exigencia aumenta con los años, pero porque lo tengo también conmigo misma. Por amores platónicos pasaron desde Iker Casillas hasta Quique González además de escritores, actores, políticos...

Llega el momento de las presentaciones y siempre ocurre lo mismo, me hago la digna y aparento que no me suenan de absolutamente nada. Eso les encanta, es de manual. Aunque haya visto todos sus partidos, leído sus entrevistas o me sepa toda su discografía, jamás saldrá por mi boca un "sé quién eres, me flipa lo que haces". Fan sí, groupi nunca. Una cosa es que te guste lo que hace y otra es que piense que estás a sus pies. Eso jamás, muy la hostia tiene que ser para impresionarme.

El verano pasado en Formentera conocí a uno de ellos, de casualidad, no le ponía cara porque es escritor y yo soy muy poco cotilla. Así que no me había parado a investigarlo. Estaba en la mesa de al lado con amigos y, por lo que sea, con el champán nos unimos todos. Él se acababa de casar y yo cumplía un año divorciada.

Creo que se replanteó el matrimonio en el momento que empezamos a hablar y se nos olvidó un poco dónde estábamos y con quién habíamos venido cada uno. Seguramente no, pero, como es platónico, voy a pensar que sí porque me gusta más la historia de esta manera. Por supuesto que no le reconocí que me había leído su libro tres veces y está subrayado en lapicero, bolígrafo azul y negro. Resultó ser un tipo sin más. Un tipo sin más que escribe bien, pero sin más.

Proyectamos en los demás lo que queremos que sean, lo ideal, lo que es realmente auténtico para nosotros; pero, lo más probable, es que no sea así. Los amores platónicos nunca funcionan porque por eso son platónicos. Y, justo por eso, no deberíamos conocerlos jamás.