El presidente descarta el “rearme” y yo, ya lo anuncio, descarto fichar por los Lakers la próxima temporada. Así(n) somos Pedro y yo: gente con prestancia sobrenatural como para prescindir de jugar en la NBA, o como para prescindir de emplear el vocablo “rearme”. Es cierto que luego a veces viene la realidad: la tozuda realidad que siempre llama a la puerta, como el cartero de la peli, las veces que corresponda. Pero esa insignificancia de los hechos es algo que estoy aprendiendo a lidiar. Por eso me fijo con atención en variopintos gladiadores del embuste: hay bastantes a unos lados y otros del espectro ideológico, y tiranos como Putin los reúne a todos ellos en su babosa condición de palmeros.
Sánchez se supone que no está entre los entusiastas del putinismo, pero cuenta con un Gobierno de enorme debilidad, y sustentado por personajes muy poco salubres. Ante esas circunstancias, él se empecina en seguir trampeando con el lenguaje. Su trayectoria política va unida al birlibirloque lingüístico, y acumula páginas gloriosas.
Términos como “indulto”, “amnistía” y tantos otros adquieren, con su impronta, nuevas resonancias. Sobre “toque de queda”, por ejemplo, el Diccionario de la RAE apunta: “Medida gubernativa que, en circunstancias excepcionales, prohíbe el tránsito o permanencia en las calles de una ciudad durante determinadas horas, generalmente nocturnas”. Es decir, una definición que se adaptaba, con absoluta precisión, a lo que vivíamos durante la pandemia. Sin embargo, al Lázarocarreter de La Moncloa no le convencía el concepto y por eso, engolando la voz para volver trascendente lo ridículo, salió a decir: “No es un toque de queda, sino una restricción a la movilidad nocturna” (25-10-2020). Olé y olé, Mr. Handsome.
Volvamos al presente. La UE teme que Putin ataque a un país de la OTAN antes de 2030; y ante esa hipótesis (triste, pero no descabellada), la pretensión es contar con capacidad de defensa “en un plazo de tres a cinco años”. De ahí el Plan ReArmar Europa, y de ahí que los líderes europeos se hayan comprometido a comprar con urgencia artillería, sistemas antiaéreos, drones, misiles… Brota aquí el prodigio: Sánchez no desea que eso sea llamado “rearme”. Supongo que, para sus adentros, pensó: “Sólo faltaba que a estas alturas de mi vida comenzase a llamar a las cosas por su nombre. Hasta ahí podíamos llegar”.
Y es que Pedro no conoce flaqueza. Defiende tesis doctorales que poco atacó con el estudio, y publica libros que no escribe, y reparte carnés de progreso mientras es manejado por el reaccionario supremacismo de los Carles Puigdemont y las Mertxe Aizpurua. Sánchez todo lo puede. Y entre todas las virtudes que le adornan, la cháchara está entre sus poderíos. Su palabrería es algo que con agrado y sumisión propaga luego su claque propagandística. Por eso cabe recordar un clásico diálogo que nos dejó Lewis Carroll, y que siempre me ha resultado tan sugerente como desazonador.
En aquella particular partida de ajedrez que supone “Alicia a través del espejo”, encontramos a Humpty Dumpty clamando con soberbia: “Cuando yo uso una palabra, quiere decir lo que yo quiero que diga”. Ante ese caprichoso dictamen, desde luego que cabe empatizar con las cautelas de Alicia: “La cuestión es si se puede hacer que las palabras signifiquen cosas diferentes”. Y es entonces cuando el personaje con forma de huevo se apresura a zanjar las dudas: “La cuestión es saber quién manda. Eso es todo”. Ya ven. Ese pasaje sigue brindando aprendizaje e inquietud. Pese a que me disguste que así sea, es innegable que en muchas ocasiones se corrobora el planteamiento: quien manda… define.