Vivimos en una sociedad totalmente deshumanizada. Según va pasando el tiempo te vas dando cuenta de cómo somos con nosotros mismos y con nuestro entorno. Aprendes a base de decepciones y lágrimas la verdadera naturaleza del hombre.

La miseria del ser humano nos condenará a la extinción. Acabaremos lanzándonos bombas nucleares que se cruzarán en el cielo hasta que todo desaparezca.

Quizás sobreviva un pequeño reducto de personas que tendrán la posibilidad de iniciar un nuevo comienzo, pero a largo plazo tenderán a repetirse los mismos errores.

El ser humano es egoísta por naturaleza, tal y como decía el comediógrafo latino Paluto, homo homini lupus, o lo que es lo mismo el hombre es lobo para el hombre.

El único atisbo de amor puro y verdadero es el de unos padres para sus hijos, que darían su vida sin dudarlo por su bienestar.

Todo lo demás es una utopía. El amor, la amistad, el compañerismo, la fraternidad y el respeto existen hasta que dejan de hacerlo; hasta que haya una necesidad mayor.

Cuando las cosas se tuercen, cuando alguien elige un camino diferente al tuyo, cuando hace algo que no te gusta o no te parece correcto, ahí empiezan los problemas.

Es verdad que desde la gran pandemia se ha acentuado el individualismo, el hermetismo y la necesidad de prevalecer por encima de los demás a cualquier precio. Sin embargo, sigue sin ser una excusa.

Obviamente no todos los seres humanos son así, pero por desgracia una gran mayoría, sí.

Posiblemente sea parte de un instinto animal de prevalencia que llevamos innato en el código genético y que no podemos apagar tan fácilmente.

Solo unos pocos privilegiados lo consiguen.

Aquellos que llegan a ese estado alcanzan una paz mental envidiable y están fuera del espectro del miedo, de la envidia, del temor a equivocarse o de cualquier otro aspecto que paralizaría al resto de los mortales.

Los demás continúan en la senda del odio y la oscuridad.

Siguen su camino marcado, tratando de conseguir sueños o anhelos de juventud a los que difícilmente llegan e intentando mostrar una sonrisa diaria forzada para aparentar una falsa felicidad.

Pero no nos damos cuenta de lo que realmente importa: el inexorable paso del tiempo.

Él sí es cruel y no espera a nadie. Mientras nosotros nos matamos por un ascenso en el trabajo, una pareja o un aumento de sueldo, él sigue haciendo de las suyas.

Y cuando te pega, suele ser fuerte. A veces avisa, mandándote, por ejemplo, una enfermedad de la que consigues salir victorioso. Posiblemente en ese caso tu forma de ser y de pensar se acerque a la de los grandes místicos, con ese nivel de paz mental.

Pero ¿y si no avisa?, ¿y si te lleva de golpe?, ¿quién se acordará de ti?, ¿quién llorará por ti?

Posiblemente nadie. ¡Miento! Todos aquellos que peleaban contigo irán a tu velatorio a llorarte y a decir lo buena persona que eras. Con sus ropajes negros y sus falsos gestos de tristeza. Seguramente lo que quieren comprobar es que realmente estás ahí, sin respirar e inmóvil. Sin posibilidad de defensa para reír a carcajadas en su fuero más interno por haber conseguido uno de sus propósitos inconfesables.

Después pasarán al siguiente y al siguiente sin darse cuenta de que ellos mismos también son los siguientes en la lista para otros.

Si estás leyendo esto y te está produciendo miedo, horror o angustia. ¡Aún estamos a tiempo!

No dejes que el tiempo te venza con falsas ilusiones y esperanzas.

Vive la vida al máximo ¡Disfrútala, exprímela, cómetela en definitiva!

Sin pensar en lo que opinan los demás. Si reparar en si les parece bien o mal. Sé consecuente contigo mismo. Haz lo que tu sino interno considere correcto. ¡Baila bajo la lluvia con un gin tonic y un paraguas de colores!

¿Y los demás? Que hablen, total, lo iban a hacer igual.