Lo manda hace siglos la Ley de Dios: Amarás al prójimo como a ti mismo. Una frase, siete palabras, que debieran ser la ley universal de todos los hombres por encima de credos, ideas, banderas y religiones: trata al de enfrente como te gustaría que te tratasen a ti. O, lo que es lo mismo, no hagas lo que no quieras que te hagan a ti.

Ríos de tinta han corrido ya sobre la carta de Pedro Sánchez a la ciudadanía y su reacción ante la posibilidad de que su mujer sea investigada, como puede ser investigado cualquier ciudadano susceptible de haber delinquido. Para eso, entre otras cosas, está la Justicia, esa Justicia que unos y otros intentan secuestrar, controlar con la balanza siempre a favor.

Lo ha dicho el presidente, no yo: la máquina del fango está en marcha. Pero eso, presidente, no es nuevo en el panorama político que nos brindan, lleno de faltas de respeto, de miserias, de insultos y de vendettas personales. No es Sánchez el primero en sufrirlo, aunque duele más en carne propia que en la espalda ajena. La máquina del fango, la máquina de esparcir mierda, lleva mucho tiempo encendida, y no están libres los de su bancada y sus socios de haber vertido calumnias e infamias contra sus adversarios políticos en un ejercicio deplorable de lo que debiera ser una política de guante blanco.



No voy a entrar en el contenido de la carta ni a jugar a las adivinanzas de lo que pueda pasar el lunes, aunque pienso que Sánchez ha tenido en la cercanía asuntos mucho más graves que quizá sí hubiesen requerido de esta reflexión interna o incluso de una dimisión con los casos de corrupción que salpican al PSOE, rehén de los siete votos de la infamia. Pero sí quiero recordar esa ley de Dios, sea el que sea, incluso el de los que no tienen Dios, que nos insta a ponernos en los zapatos de los demás, si todos tenemos un flanco débil y sagrado que son las querencias, los afectos, el corazón.

Desde los primeros escraches que Podemos definió como "jarabe democrático" hasta la escalada personal con la pareja de Isabel Ayuso o la mujer del presidente, el ejercicio político da asco por su pobreza moral y dialéctica. Si en algo estoy de acuerdo con el presidente es que no todo vale, pero hágaselo mirar también en su propia casa. Comience por dejar de señalar como fachosfera a todo el que no piensa igual que usted.

Quiero creer que ayer hablaba un hombre tocado, herido por amor. Y si es por amor, es por donde mejor puedo entender al presidente, si por amor yo hice piruetas para acabar desdentada en el suelo. Si es por amor, también le pido que en estos días se replantee muchas cosas. Hágalo también por amor a España, como presidente de todos, también de a quienes España nos duele. No todo vale, ni en lo personal, ni en el Gobierno.

Quizá debiéramos disfrutar todos de unos días de reflexión interna y aprender a ponernos en los zapatos del otro, en la piel del prójimo que hacemos trizas a diario. De una cosa estoy segura: el mundo sería mucho mejor.