En mi ciudad el Nazareno ya ha tomado la cruz y atraviesa esta tarde el Duero para subir a la Catedral y abrir una nueva Semana Santa.

Es la señal para que los que están lejos regresen arrastrando la maleta de la nostalgia, la alegría de los reencuentros. Esta emoción de volver a la tierra, a la infancia, a los amigos de la escuela, a las calles del pavo, el primer beso, las esquilas del Barandales, la primera procesión.

De todas las cruces que carga mi gente, la de hoy es la única que no pesa, mientras hace surco en el hombro del Nazareno, como si los hombres y mujeres de mi tierra cedieran todos sus maderos sobre su espalda ligeramente vencida. Como si mi pequeña Zamora, que en estos días abre sus brazos, se esponja, se ensancha, esperase a que el Jesús de San Frontis, el barrio de los hortelanos, asome por la puerta del templo para comenzar su resurrección mientras Cristo pasa Crucificado y muerto por las calles y todo es dolor y penitencia y bullicio y gozo a la vez.

Procesión del Nazareno Ana Pedrero

Es el misterio, la llamada que se repite cada año, este aire, esta luz que nos redime de la brutal tormenta de esta madrugada, mientras Zamora velaba almas, plegarias y piedras, granizo de marzo que vestía de blanco la senda de la cruz, la más difícil, poniendo el pie casi sin saberlo en otra semana de diez días, santa semana de jueves a domingo, esperada, macerada, soñada cada día.

Las calles, las cuestas, cada rincón de la ciudad dormida que despierta a la Pasión, son desde hoy escenarios, caminos milenarios que convergen en el Gólgota, en este mundo desquiciado que quizá no merezca la vida de un hombre bueno, el sacrificio de tanto amor no correspondido.

Pero es Jueves de Pasión y el Nazareno ya aguarda junto a la puerta del templo sanfrontino, y la Cruz se acomoda en su hombro y marca el camino, el recordatorio, la certeza de que hubo una vez un hombre sin culpa que muriendo liberaba a todos los hombres; un hombre que resucitando vencía a la misma muerte.

Y así, hoy, mientras asienta su pie desnudo sobre las piedras románicas y sus murallas, Zamora despierta, toma impulso, resucita, se reivindica, se abraza, vive en las sonrisas de los niños, en los jóvenes que arrastran sus maletas de estudiantes por las aceras esta tarde de bochorno en que el Nazareno cruzará el Duero por el Puente de los Poetas. Qué bonito nombre.

Vida que se pone en pie sobre la muerte, susurro de los que nos faltan, que regresan invisibles en el viento en esta semana que junta a vivos y muertos, hasta que la Resurrección del Cristo Vivo determine el camino del éxodo, el forzoso exilio de los que no encuentran pan y curre en mi Zamora pequeña y preciosa, tan con las manos vacías, que se resigna a su pequeña muerte de cada día.

Será Domingo de Resurrección y la cruz de lo cotidiano se alzará sobre cada uno como el silencio a los atardeceres y la soledad a las calles, y mi ciudad a su sueño eterno. Cruz que hace surco en los siglos, memoria de lo que somos. Así el milagro de cada primavera.

Ya estamos, ya es.