Cuando me enfrento al folio en blanco, mi voluntad es no seguir pisando el charco del independentismo, amnistía y salvajadas múltiples que vemos que se están produciendo o que se busca producir. El hartazgo, la desazón y la falta de ganas se hace una losa que te agota, que no te deja avanzar, pero que no eres capaz de evitar.

          Cada vez que me coloco frente al televisor y escucho las desinformaciones de unos y otros, o mejor dicho, las manipulaciones a las que nos someten todos, me dan arcadas primero por ese sesgo descarado y falto de profesionalidad que mantienen los medios; pero, más gravemente por el nivel intelectual, profesional, cultural y humano que presentan nuestros políticos, en el que incluso los más lustrados se pierden para ser abducidos por la ponzosa capacidad de la mayoría. Ya no son líderes, ya no son referentes de nada, ya no sirven de faro más que para la basura hedionda cuyo único interés y deriva es la detentación del poder y el dinero.

          Que se desee el poder no es malo, si su uso es con miras elevadas, intereses generales, servicio a los demás. El problema es que sea usado en interés y beneficio propio, aún causando mal a los que te han hecho alcanzar el poder. Siempre he deseado considerar que el que alcanza el poder, en el nivel que sea, lo hace con la voluntad e intención de servir a los demás por encima de sí mismo y que si no lo hacía así era por errar, pero no por desear causar el mal.    Hoy estoy convencido de que la inmensa mayoría de los que buscan, o detentan el poder, lo hacen para sí, en su interés y les importa muy poco que ello cause daños a los demás, de lo que no puede surgir otro corolario que la falta de moral y ética no sólo de la clase dirigente, sino del populacho que los votamos, defendemos y ensalzamos. Tenemos lo que nos merecemos.

El otro día estuve, primero, con un buen amigo, inteligente, formado, jurista certero y sagaz, que tiene el “defecto” de vivir en la siniestra, defender al PSOE y militar en el mismo, y cuando le inquirí su visión del momento y como jurista la posibilidad de la amnistía y referéndum, tras erizársele el pelo me dijo “negaré decirlo, pero espero, deseo y quiero que se produzcan nuevas elecciones, tanto amnistía como referéndum no tienen encaje legal, moral, ético, democrático ni político, pero se intentará hacer y no lo puedo soportar”.

En la misma mañana, tuve el privilegio de tomar café con un dirigente de la diestra, de preparación indudable, capacidad demostrada y de inteligencia acreditada, al que igualmente animé a desfogarse en mi presencia y cuál no fue mi sorpresa cuando “no reconoceré haberlo dicho, pero si estamos en la situación en la que nos encontramos, es por la falta de inteligencia y preparación de los dirigentes de los partidos de la derecha, que hablan muy bien, pero actúan muy mal”.

Es evidente que el miedo impera, que el silencio y la imposición del modo de pensar es una realidad, que todo queda en manos del ciudadano, y me hace comprender el motivo por el que jamás podré desarrollar una actividad política o seré, como he sido, perseguido por los propios y extraños, pues yo no me callo, no tengo miedo y, si no me gusta lo que veo, con respeto, pero sin turbación, lucho contra ello, cumplo y me esfuerzo por cumplir la palabra que doy y, seguro que cometo errores, pero si los detecto, no tengo ni vergüenza, ni pudor en pedir perdón.

El desiderátum final es que nuestra sociedad necesita reaccionar, impedir la barbarie a la que nos dirigen unos y otros y evite la destrucción moral, social, política, económica, que dejaremos en herencia a nuestros hijos; pero, para ello, es imprescindible fortalecer los principios morales y éticos por encima del dinero, de la sexualización y de la vanalidad imperante, pues de otro modo el desastre está garantizado.

Es el tiempo de la sociedad civil, de la lucha silenciosa, de la acción pacífica y, frente al independentismo, la amnistía y la fractura social, la presentación de la bandera en nuestros balcones, ventanas y crear una marea roji-gualda imparable; y, frente a la amnistía, buscar algún símbolo que nos identifique como opuestos a ello, pero no signifique a partido alguno: un lazo blanco, una pegatina con nuestra enseña nacional que nos una a todos y nos garantice que nos oponemos, desde la izquierda a la derecha, sin significación, pero con una clara oposición.