Nunca pude pensar que parte de mi tiempo se pudiera perder viendo, repasando, observando los alimentos expuestos en los mercados, las tiendas de alimentación o los supermercados. Me he sorprendido sustituyendo mi observación del mundo que me rodea a través de mi balcón por atisbo alimenticio. Los precios se han disparado de tal forma que ya no puedes acudir a la compra diaria con una lista cerrada, presuponiendo lo que vas a adquirir. Ahora exige un acto de concienzuda reflexión a la espera de lo que te vayas a encontrar en los expositores.  Hemos pasado de ir a la compra para adquirir un producto a la observancia de estos. Nunca han sido tan contemplados como ahora.  Se ha registrado un nuevo empleo u ocupación de amas de casa, de los que acudimos a la compra diaria, semanal o mensual: el observador de alimento/precios. Se les ve por todos los mercados y supermercados, con cara pensativa, calculadores de las personales posibilidades monetarias, observadores de frutas y verduras, comparadores de calidades, etc… Todo un ejercicio de un “agente de bolsa”, entregado al mayor rendimiento de su escaso pecunio en favor de un buen resultado bursátil que tendrá su recompensa en la mesa familiar, sin peligrar los últimos días del mes.

Los alimentos están crecidos (también de precios) y se exponen con cierta coquetería ante los usuarios, pues llevan una temporada sintiéndose como estrellas del comer. Nos miran y los miramos y se establece entre el comprador y el alimento una relación de amor y odio. Su presencia atrae como producto deseado rompiendo su encanto en el momento en el que leemos el precio. Una mueca de desencanto aparece en nuestro rostro e instintivamente cambiamos la dirección de nuestra mirada hacia otro, en busca de un acomodo del precio. Incluso, víctimas del encanto, iniciamos una relación llenando la consabida bolsa. El resultado final del cálculo precio/peso no vuelve a la realidad. Volvemos a depositar lo recogido en su lugar de origen y decimos un adiós lastimero entre nuestros rabiosos pensamientos acerca de lo cara que se ha puesto la vida. Otra vuelta comparando precios, nuevos cálculos “bursátiles” para llenar la cesta de la compra con la mayor eficiencia y eficacia. Al final una decisión salomónica permite salir del paso sin romper presupuestos: un poco menos de todo. La abundancia ha pasado a mejor vida y aunque las mesas siguen teniendo los alimentos necesarios, el mérito no es de los responsables políticos, sino del sufrido ciudadano que hace “ingeniería financiera” para sacar adelante a la familia o conseguir que su menguada pensión aguante hasta la próxima recepción de esta.

En medio de este difícil y arriesgado trabajo, un cúmulo de improperios para los que tienen en su mano la tarea de hacer fácil la vida de los ciudadanos.

A unos les asaltan rabiosos pensamientos contra mandatarios y voceros de políticos. Para otros la indignación es su manera de responder ante las dificultades económicas; hay algunos que expresan verbalmente con frases irrepetibles su personal percepción de la situación. Personalmente, además de identificarme con muchas  de las respuestas de los ciudadanos, siempre pienso en que, si los políticos se comportaran como el ama de casa, por ejemplo, como la mayoría de los ciudadanos que pende su vida de una nómina o de una escueta ganancia de un negocio, las arcas públicas no estarían en déficit, no se debería una ingente cantidad de dinero, no se harían chapuzas financieras, a nadie se le ocurriría despilfarrar dinero como se hace en estos momentos. Por eso, yo quiero un gobierno de hombres y mujeres que actúen con tanto cuidado de las finanzas como cualquier ciudadano cuando tienen que administrar su dinero.  Sin duda, no habría tanto derroche en Ministerios de la nada, inventos, garitos y sillones de profesionales de la reivindicación colectiva que tienen asegurado su buen vivir y mejor cobrar. Se gastaría lo que se ingresa para que al final de mes no haya sustos ni sobresaltos. Pero esto, en las actuales circunstancias, es soñar. Seguiremos contemplando productos alimenticios en nuestra compra diaria, manteniendo nuestro especial sentimiento de amor/odio. Y esto ocurre en todas las tiendas de alimentación menos en las que compran las ministras. Dicen que ellas ya han percibido la bajada del IVA de los productos y su repercusión en la cuenta final. Estoy deseoso de que nos digan dónde y qué compran para acudir los ciudadanos en masa a beneficiarnos de esa bajada de precios. Solo con esa información harían más beneficio a los ciudadanos que con toda su “gestión” política. Pero vista la realidad, al recorrer toda clase de ofertas en diversos establecimientos, de lo que no se han dado cuenta las ministras es que ellas compran con un sueldo distinto al del común de los mortales. En ese ejercicio contemplativo de los alimentos, ellas lo ven desde arriba, con la cartera llena, y los demás lo vemos desde abajo, con la cartera escasa. A ver si aprenden a ponerse en el punto de vista del ciudadano.