El presidente de las Cortes de Castilla y León, Carlos Pollán (Vox), ha hecho mutis por el foro y ha evitado estar presente en la campa de Villalar no fuera a ser que le sacaran cantares.

Daba igual, claro, porque todos sabíamos que los partidos de izquierdas no iban a dejar pasar la oportunidad de arremeter contra la “ultraderecha” y contra Fernández Mañueco, el presidente de la Junta, culpable último de haberlos sentado a la mesa del gobierno regional. Llevamos mucho tiempo oyendo el mismo sonsonete y el que nos queda, ay.

Pollán tiene unos cuantos motivos de peso para huir de Villalar de los Comuneros el Día de la Comunidad. Vox propone cerrar las autonomías a cal y canto, y que las Españas retornen a la senda provincial diseñada en 1833 por Javier de Burgos. Ergo, el espíritu regional que representa Villalar no casa con las señas de identidad del partido de Santiago Abascal.

Esta es una de las primeras contradicciones que tiene que empezar a resolver Pollán. Porque no es fácil explicarle a la gente que haya aceptado presidir un parlamento en el que no cree. Si hay algún cargo que debe ser exquisitamente institucional es justamente el suyo. El presidente de las Cortes representa a todos, sea cual sea su ideología política. Si Vox no estaba dispuesto a asumir esta representación, ¿por qué exigió a Fernández Mañueco este cargo?

El presidente de las Cortes regionales es al mismo tiempo el presidente de la Fundación Castilla y León (antes Fundación Villalar), que es la encargada de gestionar las infraestructuras de la campa. Resulta paradójico que Pollán asuma estas competencias, pero luego no esté dispuesto a dar la cara el día de la fiesta de la autonomía.

Solo le interesa Carlos I

Otra razón para ausentarse es de carácter histórico. La fiesta de Villalar rememora la revolución de los denominados comuneros de Castilla, que concluyó el 23 de abril de 1521 con la decapitación de los principales cabecillas, Padilla, Bravo y Maldonado, enfrentados al poder imperial de Carlos I de España y V de Alemania.

La revuelta comunera ha sido interpretada de muchas maneras. Para los partidos de izquierdas es sobre todo una revolución de tintes democráticos: el pueblo que se alza contra los privilegios de los poderosos y pide tener voz propia. Es, acaso, una visión excesivamente idílica, demasiado simple y harto interesada.

Los principales cabecillas, desde luego, no pertenecían al pueblo llano, más bien lo contrario. Procedían de familias con un estatus social medio e incluso alto. Y lo que probablemente buscaban era defender sus propios intereses de clase frente al poder absoluto del emperador Carlos y la alta nobleza, más favorecida por este.

Como en la posguerra franquista, los dirigentes de Vox son entusiastas de la España imperial del siglo XVI, de aquella España de Carlos I y Felipe II que ampliaba sus fronteras en América hasta conformar el gran imperio en el que nunca se ponía el sol.

A Vox le interesa la figura magna de Carlos, su faceta de gran arquitecto de las Españas. Su problema es que en Castilla y León ese mismo emperador fue el que ordenó rebanar los pescuezos de los infortunados comuneros, que es lo que se conmemora en la campa de Villalar. Si Pollán se hubiera dejado ver ayer por Villalar, se habría visto en serios aprietos si los periodistas hubieran recabado su opinión sobre Padilla, Bravo y Maldonado y el significado que tiene para él la gesta comunera.

Pero el problema de la fiesta de Villalar no está solo en Vox. Los partidos de izquierda llevan años empecinados en convertir lo que debería ser una fiesta de todos en un acontecimiento de reivindicaciones ideológicas. Y al final lo han conseguido en gran medida, provocando que Villalar se haya convertido sobre todo en un símbolo de izquierdas, es decir, no en la fiesta de todos, sino en la fiesta de los progres cidianos.

Soflamas cansinas

Luis Tudanca, líder regional del PSOE, arropado por el incombustible Demetrio Madrid; Pablo Fernández, representante de Podemos, y unos cuantos dirigentes de sindicatos de izquierda volvieron a incurrir ayer en el error de siempre: aprovechar la fiesta de todos para reiterar sus soflamas cansinas y arremeter contra Vox y Fernández Mañueco. Parece que es lo único que les importa.

A fin de favorecer que todos sientan la fiesta como propia, los partidos políticos deberían evitar ese día las declaraciones partidistas y focalizar en mensajes positivos y de interés general que puedan ser asumidos por todos.

Otro escollo más para que la fiesta arraigue como patrimonio de todos es la elección del acontecimiento histórico de los comuneros y la localidad vallisoletana de Villalar como símbolos de la autonomía. Desde partidos como Unión del Pueblo Leonés, que dispone de tres escaños en las Cortes regionales en la actual legislatura, ven la conmemoración como algo esencialmente castellano y, en consecuencia, como otro desprecio más a León.

Claro que UPL, a pesar de sus tres procuradores, es un partido sin representación institucional ni en Zamora ni en Salamanca, y con un índice de votantes en la provincia de León que apenas supera el 21%.

La lluvia se encargó de deslucir ayer la fiesta de Castilla y León en Villalar. Pero su deslustre viene de lejos, la propia elección de la batalla comunera como símbolo, la apropiación interesada por parte de las izquierdas y el desapego que siempre ha tenido hacia la fiesta el PP, a pesar de que Juan Vicente Herrera hiciera en su día las paces y empezara a acudir a la campa con la pañoleta morada al cuello. La llegada de Vox al gobierno regional lo que hace es enredar aún más las cosas.