El PP ha ganado las elecciones autonómicas de Castilla y León, pero es una amarga victoria porque se ha quedado muy lejos de poder formar gobierno en solitario, en contra de sus triunfalistas expectativas iniciales.

Ha sido el partido más votado, sí, pero tan solo consigue dos procuradores más que en la legislatura anterior, cuando sus previsiones de finales de diciembre le auguraban entre 39 y 41 escaños, es decir, mayoría absoluta, o un número de escaños suficiente para gobernar sin necesidad de dar cabida a otros partidos en el gobierno regional.

Aun así, Alfonso Fernández Mañueco ha acabado saliendo ganador, porque cualquier quiniela a la hora de formar gobierno pasa ineludiblemente por él.

En sus primeras manifestaciones públicas, una vez cerrado el escrutinio, ha confesado lo que ya borbollaba en su cabeza desde que las encuestas fueron desinflando sus previsiones iniciales. Dice que quiere formar un gobierno numéricamente estable, o sea, una opción que solo pasar por un pacto con Vox.

Un pacto, por otra parte, muy problemático para el PP en general, especialmente para Pablo Casado, y al que Mañueco se cuidó muy mucho en aludir durante la campaña electoral, pero que quizás es el más conveniente ahora para sus propios intereses, porque le permitirá seguir al frente de la Junta de Castilla y León.

El propio Santiago Abascal ha mostrado ya su disposición a ese pacto al presentar a su candidato, Juan García-Gallardo, como el próximo vicepresidente de la Junta de Castilla y León.

La alianza entre PP y Vox en Castilla y León creará un grave problema de identidad en el PP de Pablo Casado y Teodoro García Egea. Si el pacto anterior con Ciudadanos acabó finalmente dinamitando la formación de Inés Arrimadas, el acuerdo con Vox puede suponer justamente lo contrario, es decir, que a medio plazo favorezca más los intereses del partido de Abascal que los de Casado.

Una segunda opción para Mañueco, que quizás Tudanca le ponga sobre la mesa en la ronda de entrevistas que llevará a cabo en los próximos días con los líderes de todas las formaciones políticas, es la abstención del PSOE en la investidura.

Es una opción buena para la ciudadanía, que ampliamente se ha decantado por la moderación política, pero complicada para ambos partidos, sobre todo a nivel nacional. No obstante, sería una baza estratégica de Tudanca, que obligaría a Mañueco, es decir, al PP, a tener que elegir entre moderación o el radicalismo que representa Vox.

Una opción a la alemana, que poco a poco comienza a abrirse paso para que el gobierno de España no esté mediatizado por partidos radicales, nacionalistas, separatistas, etcétera.

El PSOE ha cosechado una gran derrota. De 35 procuradores baja a 28, es decir, 7 menos que en la legislatura anterior. Hay dos hechos en esta caída especialmente significativos. Por un lado el auge espectacular de Soria Ya, que pasa de no tener ningún representante en las Cortes regionales a conseguir tres, de los cuales, uno es a costa del PP y dos, a costa del PSOE.

Otro tanto sucede en León con la Unión del Pueblo Leonés. Esta opción localista leonesa, que consiguió 1 procurador en 2019, pasa ahora a tener 3. Y estos nuevos procuradores los logra a costa del PSOE, que pierde justamente dos. Así pues, las veleidades leonesistas del alcalde socialista de León, Jose Antonio Diez, y del presidente de la Diputación leonesa, Eduardo Morán, también socialista, le han acabado pasando una cara factura.

Podemos mantiene la trayectoria decadente que arrastra desde las elecciones de 2019. De dos procuradores pasa a uno. Su líder en Castilla y León, Pablo Fernández, a su vez portavoz de la formación a nivel nacional, vuelve a salir por los pelos, gracias a que renunció a encabezar la lista de León para ser el número uno de la de Valladolid. Tal vez barruntaba ya lo que se le venía encima.

Por Ávila mantiene sus números y Ciudadanos se estrella estrepitosamente, tal como predecía la tendencia a la baja que caracteriza a la formación naranja desde las elecciones nacionales de noviembre de 2019 y la marcha de Albert Rivera. Será difícil, a tenor de estos resultados, que consiga remontar el vuelo en los años venideros.

En síntesis, Mañueco convocó unas elecciones en busca de un mejor porvenir, pero a la postre ha hecho un pan como unas tortas: dinamitó un gobierno más o menos estable y moderado para ponerse ahora en manos de un partido radical que le hará pagar muy cara la presidencia. No puede ser de otra manera, porque a Santiago Abascal Castilla y León le importa realmente poco. Lo que le importa de verdad son las próximas elecciones generales en España. El PP tiene un problema.