Retirado en 2016 del primer plano de la vida política, en la que ejerció con señorío una función capital como diputado del Partido Popular por Sevilla durante cinco legislaturas, este domingo falleció en su gran Sevilla del alma Juan Manuel Albendea, el político que más y mejor se batió el cobre en el Congreso, ya con el gobierno a favor, ya con el gobierno en contra, en pro de la Fiesta, aunando la claridad ideológica con la brillantez oratoria para sacar adelante su declaración como bien de interés cultural y contándose además entre los impulsores de la Fundación de Estudios Taurinos, entidad de alta cultura creada en 1989 por un grupo insigne de aficionados, patrocinada por la Real Maestranza de Caballería y con el apoyo de la Universidad de Sevilla.

Albendea estuvo ahí, claro está, así en el Congreso como en la Fundación o en tantas otras “trincheras”, y estuvo ahí porque él ha sido un ejemplo en eso de mantener el tipo y sostener el sitio de la Tauromaquia, siempre desde la cortesía y haciendo gala de una educación exquisita pero sin ceder ni un ápice al buenismo acomodaticio de nuestro tiempo, que ese (y no el animalismo) es el peor mal al que nos enfrentamos quienes, en su estela, no renunciamos a nada, porque de renuncia en renuncia sólo aguarda el desastre.

Sabía de toros y sabía explicarlos. Quien lo dude, pues que consulte sus críticas taurinas, acogidas al seudónimo de Gonzalo de Argote, seudónimo en homenaje al gran Gonzalo Argote de Molina (Sevilla, 1548 – Las Palmas de Gran Canaria, 1596), militar, poeta, historiador, filólogo y genealogista, apologeta ilustrado de la poesía y el castellano, pasiones que Albendea compartía, porque militó a favor de la cultura española y su escritura tenía calidad de poeta, saberes de historiador y filólogo y destilaba pasión por el arte, pero pasión de aquella “que no quita conocimiento; al contrario lo da”, puntualización establecida por José Bergamín, maestro de sutilezas, con uno de sus aforismos.

Bueno en ese aforismo y en este otro, si cabe aún más certero: “Sé apasionado hasta la inteligencia”, aspiración y logro que no está al alcance de cualquiera y aforismo que yo tengo por muy ajustado a su personalidad: la de un caballero andaluz  exquisita y sólidamente afirmado en unos valores, pese a quien pese, imperecederos. Que algunos no saben apreciar estas cosas; pues allá ellos.  Ya advirtió Machado, sevillano de Soria o soriano de Sevilla, que “todo necio/ confunde valor y precio”.

Los taurinos estamos en deuda con Juan Manuel Albendea.