El cambio que se ha producido en nuestras vidas, de forma abrupta e inesperada, todavía no somos conscientes de lo radical que puede llegar a ser, pero es evidente que supondrá una transformación muy profunda en todo el modo de vida que hemos conocido y más radical cuanto más jóvenes seamos.

Hemos ido, poco a poco, de forma casi imperceptible, alterando los valores, los modos de actuar, los fundamentos sociales y la vida, de forma que el esfuerzo, la familia, el respeto, la sobriedad, se convertían en modelos del pasado que se describía como “gris”, para dar paso al hedonismo, el lucro inmediato, la soberbia, al egoísmo, a la prepotencia presentada como “colorida y feliz”.

Hemos ido pasando de la caridad cristiana a la solidaridad lucrativa, de la recompensa por el esfuerzo, a la riqueza rápida y sin criterio, lo que lleva provocando un nivel de corrupción que no tiene el freno moral previo imprescindible para su persecución real. y, así, vemos cómo aquellos que se alzaban contra la casta, que decían perseguir a los ladrones, que lo importante era la patria y la libertad, lo único que han hecho es mimetizase con el sistema en el mismo momento que ellos tocan pelo.

Hemos ido transformando el valor de la patria en un modo sencillo de mover las conciencias para lograr el poder, el valor de la solidaridad en una manera fácil de lucro y de argumentar una falsa hegemonía moral que permite la obtención del cobre que se desea, cambiado la seriedad y solvencia intelectual del servidor público por la imagen, la manipulación y el servicio personal de la vida pública del político profesional.



Se vendió, y se vuelve a vender ahora, que es el Estado el que debe de ordenar y dirigir el “bien social”, concepto que transformamos y derivamos a que lo ideal es el Estado del Bienestar, y comenzaron sin que se notase, casi imperceptiblemente, y finalmente con descaro, a desmotar el Estado Democrático de Derecho, era el Estado el que decidía por nosotros y, con esa idea de libertad que aparejaban  al término, se pretendía, aún hay muchos que lo hacen, poner en el centro de la economía, de la sociedad y de los valores, aquellos que decidía el Estado, sin darnos cuenta de que el abandonar al ser humano, como centro de la vida, suponía nuestra lobotomización y la subyugación al criterio de otro, pero eso, en este momento queda sobre la mesa.



Podemos salir de este y considerar que con engrandecer el Estado viviremos mejor y, con eso, dejaremos, como ha sucedido, en manos del Estado quién debe vivir, por quién hay que apostar, quién es válido y quién no merece la pena, por quién no hay que luchar, quién no es más que un número desechable a su suerte, pues no tiene el aprecio necesario.



Podemos pensar que lo primero es la economía y que se somete todo a su criterio para obtener las mejores ratios de bienestar y, como nos ha pasado, concluir que es mejor que mueran unos pocos si con eso la economía se mejora.

Finalmente, podemos pensar que lo fundamental para desarrollar una sociedad es poner al ser humano en el centro de la misma y someter la economía, el Estado, la Administración y las decisiones al valor fundamental del hombre y, en ese caso, valoraremos a la familia como núcleo de crecimiento social, el esfuerzo como forma de superación personal y valor general, el lucro como la consecución de un trabajo o una empresa, preciso para vivir, pero no como un fin en sí mismo y exigiremos que nos dirijan los mejores, que nos lideren aquellos que demuestren cumplir, en primer lugar, lo que nos exigen y nos dedicaremos todos a servir y no a servirnos de lo que cada uno alcanza.

Sólo con el hombre en el centro de la vida seremos capaces de generar, respetar y hacer crecer hombres. Esa es nuestra decisión para el futuro más próximo.