No sabía muy bien si escribir estas líneas o no hacerlo, pero finalmente y gracias a un buen amigo que estaba algo desanimado al final me puse dedos al teclado y aquí estoy, con la televisión en silencio, y escuchando a mis vecinos como cantan, bailan y charlan entre las cuatro paredes de sus casas.

La vida nos ha cambiado de un día para otro, yo que estaba organizando una fiesta de bienvenida para el bebé de una amiga, de repente todo se torció, comenzó el miedo de alguna de mis amigas, el “no será para tanto si hacemos la fiesta en casa, vamos en taxi y mantenemos la distancia de seguridad” de otras. 

Finalmente se canceló, os debo confesar que me enfadé mucho, porque la ilusión que habíamos puesto, las ganas en preparar todo, la esperanza en lo bonito que está por llegar, todo se quebró, y mi reacción fue la que emocionalmente habremos tenido todos en algún momento, de rabia que descargué con mis amigas.

Yo he superado esa fase, y creo que la de la incredulidad también, pero mucho me temo que hay miles de personas que continúan en ambas. Por un lado, tenemos a quienes se saltan de forma sistemática el Estado de Alarma disfrazándose de dinosaurios, perros, o dando mil paseos hasta el supermercado. Por el otro tenemos a la clase política.

En esta segunda parte creo que debemos ser algo más generosos con el Gobierno nacional, es cierto que es su obligación, pero también lo es que se están dejando la piel para que toda la estructura funcione. Creo que muchos políticos que salen en estos días a echarse pestes unos a otros no están a la altura de la ciudadanía. Mientras los ciudadanos y ciudadanas de este país se quedan confinados en sus casas, colaboran con el de al lado, se hablan, se ayudan y salen cada día a las 20:00 h a aplaudir a todos los médicos, enfermeras, auxiliares, celadores, dependientes, repartidores, agricultores (y tantísimos sectores) que permiten que podamos seguir adelante. Tenemos a una extrema derecha radicalizada, embarrada en algo que los ciudadanos jamás vamos a perdonar, que es hacer política de lo que para mí supone una catástrofe humana. Para todo hay límites, y las vidas son uno de los que no hay que sobrepasar, con lo que jamás se debe hacer política.

Todos hemos cometido errores, como ya expuse al principio, la primera yo por creer que el problema era mucho menor a las dimensiones que hoy conocemos, pero todos y cada uno de nosotros hemos sido responsables de ello, con cada quedada en el bar, con cada entrenamiento en el gimnasio, y con tantas y tantas cosas que de haber sabido que eran tan potencialmente peligrosas jamás nos hubiésemos planteado hacer.

Quiero quedarme con lo fundamental, con la esencia de los seres humanos, que no es otra que la música desde las ventanas, las charlas desde los balcones, la solidaridad desbordada para conseguir ayudar a todas y cada una de las personas que tenemos al lado.

Los pequeños gestos son los que engrandecen a las personas, a las sociedades. Por todo ello he denominado a este artículo de opinión “CiudadaVID-19”, porque lo más contagioso es la sonrisa, la empatía, la solidaridad con el otro, y es algo que debemos transmitir.

Que aún sabiendo la gravedad de lo que nos rodea, cambiemos el mundo desde nuestra casa, comenzando por los de nuestro lado, y encendiendo así una pequeña llamita que nos ilumine, y que unida a todas las demás suponga esa luz al final del túnel.

Si algo estamos aprendiendo a reaprender es la escala de valores. Estábamos inmersos en un consumismo individualista que se ha transformado en una colaboración altruista, las personas se necesitan unas a otras, es imprescindible para la supervivencia, para el desarrollo humano, social y económico. Retomando los valores que nos hacen más humanos es como lograremos seguir adelante.

En palabras de Apuleyo “Uno a uno, todos somos mortales. Juntos, somos eternos”



Contagia lo bueno, y recuerda que #EsteVirusLoParamosUnidos