Ha vuelto a pasar. No tenía dudas de ello. De hecho, ya el pasado 5 de junio, cuando Netflix subió a su catálogo Perdida, la serie que meses atrás había emitido en abierto Antena 3, comenté en Twitter que “varios meses después de su estreno en abierto, algunos empezarán a hablar de ella”.

¿Por qué una serie es un éxito si desconocemos sus datos de audiencia?

Así ha sido. Sólo ha hecho falta que la ficción creada por Natxo López se haya colado en el top ten de la plataforma de varios países para los que, hasta ahora la ignoraban a pesar de las buenas críticas aparecidas en medios, se hayan lanzado a hablar del producto.

Es algo así como lo que sucedía en la tercera parte de la Jungla de cristal en la que el agente John McClane (Bruce Willis) accedía a jugar con un tal Simon (Jeremy Irons) al juego llamado ‘Simon dice’. Si esta plataforma dice… 

Lo más llamativo es que en muchas ocasiones no se pone en cuestión cuántas visualizaciones se necesitan para ser un éxito en Netflix. ¿100.000? ¿500.000? ¿1.000.000? ¿Por qué fue un fracaso en Antena 3 con un millón de espectadores de media frente a un titán como La isla de las tentaciones y ahora es un éxito en Netflix si desconocemos sus datos?

Como bien reflexiona Elena Neira en su más que recomendable libro Streaming Wars, “más allá de algún autobombo puntual, creernos el éxito de un programa estrenado en una plataforma de streaming seguirá siendo un acto de fe”. Entonces, ¿por qué los medios siguen comprando estos discursos? ¿Por qué esta doble vara de medir? ¿Snobismo, paletismo, la religión Netflix, o es que se pasa por caja para ampliar el mensaje? 

¿Snobismo o paletismo?

Por una parte, cada vez está siendo más común ver que se disfrazan de información determinados contenidos patrocinados sin ningún tipo de aviso al lector. ¿De verdad suscita más interés una serie de Starz que una de Playz? ¿De verdad es más accesible la primera plataforma que la segunda?

Pero, por otra, está ese recalcitrante snobismo de aquellos, que hasta hace poco desdeñaban la televisión, ahora rinden pleitesía a todo aquello que venga con la firma de una plataforma extranjera, mientras que a su vez denigran lo que se produce en nuestro país. El apellido por encima del contenido.

Una actitud que, sin embargo, recuerda más bien a la de los aldeanos del Villar del Río de Bienvenido, Mister Marshall, como ya criticó el el director de la Academia de Cine, Mariano Barroso, durante la inauguración del primer centro de producción en Europa de Netflix en Madrid. “Esto no es un Bienvenido Mr. Marshall, sino Aquí estamos Mr. Marshall. Estábamos aquí. Estamos preparados para hacerlo”. 

¿Por qué muchos no se preguntan por qué Netflix o cualquier otra plataforma mete en su catálogo series ‘fracasadas'? ¿No será que en realidad no son tal fracaso? ¿No es ya un triunfo venderle una serie a una plataforma?

¿Cómo valorar el éxito de una serie?

Llegados a este punto y, con esta falta de transparencia, ¿cómo hablar entonces de éxitos o fracasos? También cómo escribe Neira en su libro, o cómo hemos analizado en este diario, “la brújula que, a día de hoy, nos puede orientar mejor sobre si un programa ha funcionado o no es la de toda la vida: que el programa se renueve o no”.

“También podemos fiarnos de algún que otro parámetro más, como los galardones o la validación pública de los programas que se traduce en seguidores en redes de las cuentas de las plataformas en conversación social, en posts, en memes”, añade.

Y el mejor ejemplo en este sentido lo encontramos en Toy Boy. La serie se coló en más de una decena de países en el top ten de la plataforma, incluido EEUU y otros países de habla no castellana; medios americanos dedicaron varios artículos a hablar de la serie, o sus protagonistas pasaron de 40.000 seguidores a 1 millón en cuestión de semanas.

Sin embargo, hasta el momento, Netflix aún no se ha decidido a dar luz verde a una segunda temporada, como sí sucedió con La Casa de Papel.