Este lunes la cárcel de Cruz del Norte se despedía de la televisión. Vis a vis llegaba a su fin tras cuatro temporadas en las que hemos vivido una auténtico fenómeno audiovisual, con historias de robos y fugas, amores y amistad, funcionarios y presidiarias.

Cuando Antena 3 decidía acabar con Vis a vis allá por 2016, lo hacía de una manera abierta. Casi que no sabíamos en qué punto dejábamos la historia, más allá de que Zulema (Nawja Nimri) estaba en coma, y que Macarena (Maggie Civantos), casi por propia voluntad, decidía volver a la cárcel, dejarse atrapar.

Mucho corazón y pocos efectos especiales

Lo de anoche en Fox fue harina de otro costal. La cadena, el equipo, tenían que darle a la audiencia un gran final, y lo ofrecieron con mucho cariño, sin necesidad de efectos especiales. No había necesidad de dinamitar la cárcel ni nada parecido, no era lo que pedía la historia.

Con diálogos que ponía en boca de los personajes lo que el equipo nos querían decir a la audiencia, un agradecimiento por haber sido su compañero entre rejas, por ir todas a una, por formar parte de la marea amarilla, tal como dijo literalmente Sole (María Isabel Díaz). La “mami” de las reclusas (y también de los espectadores).

Antes de que empezase el capítulo, me preguntaba que qué me encontraría, sobre todo, porque el último episodio de cada temporada era un auténtico revulsivo. Una fuga, alguien que queda en coma, dos amigas que se disparan en un coche.

La cosa fue más tranquila, partiendo de la base, por supuesto, de que estábamos asistiendo a un motín en una cárcel. Hubo abrazos, gestos de amor del que duele, deseos cumplidos, redención. Nos encontramos momentos de auténtica tensión, como ese Sandoval (Ramiro Blas) entrando al módulo rodeado de presas en silencio, que por un momento me recordó a la escena final de Los Pájaros de Hitchcock, con Tippi Hedren y Rod Taylor caminando entre esos animales asesinos, sin saber si podrán llegar a escapar de allí o si se rebelarán.

Qué será de nuestras presas

En general, todo se cerró, incluida la historia de Macarena (Maggie Civantos), que despertó del coma la pasada semana para decirnos adiós, para que el último recuerdo que tuviésemos de su personaje no fuese metida en una lavadora.

Lo último que vimos de nuestras presas de siempre cómo estaban congregadas frente a una hoguera, de un fuego que sirvió para purificarlas a todas, para sacar esos demonios interiores. Ya en los últimos minutos del episodio, a modo de epílogo, se nos contó qué fue de cada una de esas presas. La que se centró tras cumplir condena y logró la reinserción social sin perder su esencia. La que estudió y formó una familia. La que sigue siendo una bala perdida, quizá porque le da más miedo la libertad que la cárcel. Y las que antaño eran enemigas y acabaron siendo socias, aunque no precisamente de una mercería de barrio.

Y fue un gran acierto. Porque tampoco habría sido creíble dejarlas a todas bien situadas y felices, casadas las unas con las otras, con vidas ejemplares tras su paso por las cárceles Cruz. Porque hay escorpiones que no se pueden domar, por más que se quieran. Larga vida a la marea amarilla.