Que un concursante decida cambiar de estrategia de cara a la recta final del concurso en el participa es algo valido e incluso aplaudible si las cosas que estaba haciendo no eran del todo buenas. Lo que no es válido es que dicho concursante modifique su actitud por consejos procedentes del exterior. Este es el caso de Laura Matamoros, que de la noche a la mañana ha pasado de ser enemiga acérrima de José Luis a convertirse en una balsa de aceite para minimizar esos ataques de rabia y soberbia que venía protagonizando desde las últimas semanas.

No compro este cambio repentino de la hija de Kiko Matamoros

Jamás censuraré que un concursante baile entre dos aguas si cree que esto puede llevarle más lejos dentro del juego, pero no compro este cambio repentino de la hija de Kiko Matamoros, básicamente porque responde a una estrategia que se ha establecido desde el exterior por parte de la familia de dicha concursante. Se puede confirmar pues, que Laura no está siendo como verdaderamente es, y que su estrategia y modo de comportarse actual no es algo que haya planeado ella como concursante. Le han dado el proceso a seguir por escrito y bien masacadito, menospreciando su capacidad como jugadora.

El otro día estuve escuchando a algunos colaboradores de Sálvame aplaudir la actitud de esta concursante. Decían que era honesta y que por eso no podía soportar la hipocresía que se está viviendo, según ellos, dentro del concurso. O yo me he vuelto loco de remate o estoy viviendo otro concurso completamente diferente al que ven mis compañeros. No encuentro la honestidad ni la bondad en Laura por ninguna parte. Una persona que para defenderse recurre siempre a la humillación a un vocabulario tan limitado, no merece llegar a la final de este concurso.

No encuentro la honestidad ni la bondad en Laura por ninguna parte

El paso de Laura por Supervivientes se caracteriza por una vaguedad extrema que ella justifica afirmando que sus compañeros no le permiten hacer nada, algo que se ha demostrado que es completamente falso. Sus insultos y criticas fuera de tono en la mayoría de ocasiones la convierten en una de las supervivientes con menos capacidades para colarse en el pódium de finalistas de esta temporada. Su repentino cambio de proceder y este papel que lleva interpretando desde que el jueves viera a su hermano Diego y leyese la carta de su padre no hay quien se lo trague, al menos conmigo que no cuenten.

Con Juan Miguel ocurre algo parecido. Tiene guasa que se queje de que Alejandro le nominara con los dos puntos que en principio le pertenecían a él. No se terminan de enterar de que están en un juego, y que lo más normal es que tus enemigos aprovechen tus puntos para nominarte si se produce esa situación. Alejandro hizo lo tenía que hacer, bastante tiempo ha ejercido de pringado dentro de este concurso. El paso de Juan Miguel por la isla no es más que una pantomima del típico jugador que quiere pasar por el concurso de puntillas sin pringarse en absolutamente nada. Se ha dedicado a ir de gracioso, pero es ahora cuando estamos viendo su verdadera cara y cuando estamos descubriendo sus verdaderas intenciones de cara a la recta final.

Lo bueno es que al pobre no le está saliendo nada bien dicha artimaña. Es ridículo que intente desacreditar a sus compañeros con un tema tan sagrado como son las nominaciones, algo que todo concursante debe emplear para librarse así de sus contrincantes. Es evidente que Juan Miguel es el nominado que debe salir el próximo jueves. Su grado de implicación en el concurso ha sido nulo y no ha hecho nada especial para que su participación sea recordada dentro de unos meses.

Es evidente que el trio que forman Laura, Alba y Juan Miguel anda más reventado de la cuenta. Una lástima que la modelo pertenezca a dicho bando, pues tiene algo especial que no permite al espectador soltarla con facilidad, al menos en mi caso. A pesar de todos sus fallos como concursante, tiene algo que me hace desear verla en la gran final. Reconozco incluso que no me disgustaría verla como ganadora. Alba mola hasta cuando mete la pata.