San Martín del Rey Aurelio y del estabular silencio de Asturias

Casa del pueblo. Manuel Asur

Aurelio, quinto rey de Asturias, da el nombre al concejo: San Martín del Rey Aurelio. Atravesado por el río Nalón, uno de sus afluentes es El Silvestre, riachuelo cuya humildad se escabulle entre las vallinas de La Gueria Carrocera y La Guerta. Aquí se ubica el edificio de la foto. Fue construido en 1934 para servir como Casa del Pueblo, idea que Manuel Llaneza, fundador del Sindicato Minero (SOMA), había traído, con éxito, del Norte de Francia. En ella, se fraguaron numerosas actividades. Poseía biblioteca, se organizaban conferencias y, sobre todo, se formó una eficaz cooperativa agrícola alimentaria. A principios de la contienda civil, momentos de incertidumbre, escasez y estraperlo, se produjeron algunos robos cuyas responsabilidades recayeron en un chivo expiatorio. Lo mataron. Sucedió el 29 de junio de 1937 y nunca más se supo de él. Ni siquiera dónde se cavó su tumba. Tampoco consta en ningún Acta de defunción.

Después de la guerra, fue consultorio médico, escuela y cuartel de la guardia civil, a veces visitado por el “tenientín”. Así llamaba la gente a Jaime de Piniés. En 1985, Felipe González lo nombraría embajador en la ONU. Algunos socialistas que fueron arrojados al Pozu Funeris, como Jesús, un primo de mi madre, eran escoltados por los guardas de este cuartel. Desapareció como tal, cuando entró en conflicto con el cura del lugar. Un cura, que, pese a la hostilidad anticlerical del ambiente, salvó la vida de un socialista, Rufino. Lo ocultó en su casa y facilitó su huida a México.

La Casa del Pueblo pudo conservarse gracias a que fue habitada por dos familias, el único acto inteligente que el Ayuntamiento de San Martín del Rey Aurelio realizó. Porque una vez desaparecidas, el aspecto, como puede observarse, es desolador y un peligro para el viandante. Ni lo derriban, ni lo reparan. Es nido de bichos y malezas. ¿Por qué? Nadie lo sabe. Las opiniones son diversas. Unos, por estar en una localidad que ya no da votos y otros, porque la titularidad no está clara, etc.

En La Guerta, durante las lóbregas tardes de invierno, reina un silencio mortal. Reina el rumor de un río que raspa un rasero pedregoso y truchero. Antes bajaba negro por causa de una mina. Ahora, es lugar sencillo y sin importancia. Tuvo oportunidad de no serlo tanto, cuando un copioso dinero de la UE, los fondos mineros, llegó para mejorar estos parajes. Pero se invirtieron en una inútil autovía de altísimo sobrecoste a causa de las dificultades del terreno. Unos 12 kilómetros y 174 millones de euros. Muchas protestaron contra tan descabellado proyecto de nulo beneficio, como así resultó. Pero el acéfalo Ayuntamiento, no los escuchó. Su cazurra, estabular y arrogante sordera aún trina entre los lugares pequeños y sin relieve, como La Guerta.

SMRA y del estabular silencio

Recuerdo un pueblo muy triste

con un puente medieval

y un río de agua dura

que nunca llegó a la mar.

Tenía una fuente fresca

de perenne manantial

escondida en la floresta

de un sonoro pedregal.

Una casa en la pobreza

del olvido y un solar

donde creció la rareza

de un socialismo social.

Recuerdo un valle sin cielo,

un Sol que no es de alumbrar

y una niebla de subsuelo

en un silencio letal.

Silencio que suda barro,

silencio que suda hielo,

silencio que suda sarro

por las paredes del miedo.

Recuerdo llantos azules

provocados por sañudos

pedagogos de las luces,

por profesores palurdos.

Silencios de campanario,

silencios amarillentos

pingando como sudarios

por los castilletes yertos.

Recuerdo lunas sin marzo,

lámparas de polvo y duelo,

terribles como el regazo

metálico del desconsuelo.

Los temblores de portazos

enloquecidos por dueños

de puños cerrados, mazos

embaucadores de sueños.

Quedaron ecos, alardes

de sílice a cielo abierto

con sus minas seminales

extrañas en propio suelo.

Quedaron estabulares

silencios con cuño y sello

de ofidios mandibulares

en San Martín del Rey Aurelio.