El voto útil y el cultivo de la democracia

.

En la mayoría de las facetas y desempeños de nuestra vida es clave no solo aprender sino también cultivar para alcanzar los objetivos que perseguimos.

Tal y como resaltaba Clara Campoamor hace años diciendo que la libertad se ejerce practicándola, deberíamos reflexionar a nivel individual y colectivo sobre si estamos contribuyendo al cultivo de nuestra democracia, sobre todo en la coyuntura actual, para mantenerla viva y preservarla de un deterioro que la conduzca a su defunción por desatención.

Analizando el contexto político español en el que nos encontramos, observamos, entre otras cosas, una gran banalización y mediocridad del nivel político que está conllevando a una pérdida de confianza en el sistema y a una crispación basada en enfrentamientos puramente emocionales e ideológicos que son totalmente improductivos y contraproducentes para la sociedad.

Una de las cuestiones llamativas de nuestro déficit democrático, que no hay que achacársela solo a los políticos como tenemos tendencia a hacer, señalando que son “todos iguales”, “solo van a lo suyo”, “mi voto lo utilizan a su gusto”, etc, es el alto índice de abstención que se da en las elecciones, donde siempre concurren decisiones importantes sobre nuestro devenir.

Es cierto que, ante situaciones de evidente mediocridad, tanto del sistema político como de los actores que se aprovechan interesadamente del mismo, resulta natural entender que aparezca con fuerza el fenómeno de la abstención como forma de protesta por parte del electorado.

Este déficit del ejercicio democrático en España contrasta con lo que acontece en otros países de Europa como por ejemplo Alemania, Dinamarca, Holanda y Suecia en los que podemos encontrar unos índices de participación en las elecciones que superan el 80%.

La falta de una implicación realmente crítica propicia que los políticos sean cada vez más mediocres y que atiendan a apelar al voto fundamentalmente a través de emociones y no mediante el planteamiento de propuestas y actuaciones rigurosas que conlleven una mejora real de las condiciones de vida de los ciudadanos. Cabe preguntarse, por tanto, si somos nosotros mismos mediante nuestra inacción, abstención, o bien elección puramente emocional, corresponsables de la mediocridad y crispación política en la que nos hemos instalado.

Es cierto que el sistema electoral español es a todas luces mejorable para evitar, por ejemplo, que el excesivo peso de la representación territorial no suponga un desequilibrio grande del peso y el valor de un voto, traducido en escaños del parlamento, dependiendo de la circunscripción provincial en la que se vote. Asimismo, es cuestionable si no sería más conveniente el ir a sistemas de lección de listas abiertas, segunda vuelta para favorecer mayorías e incluso de elección mediante compromisarios en lugar de elección directa.

En cualquier caso, la mejora y perfeccionamiento de nuestro sistema electoral es algo que debería demandar la ciudadanía con más ahínco a nuestra clase política como parte del cultivo de nuestra democracia que todos deberíamos desarrollar ejercitándola cada vez que tenemos la oportunidad de hacerlo.

Se habla mucho del voto útil, a veces de forma peyorativa y como mal menor, cuando en realidad el voto siempre es útil, necesario y posee un gran valor pensando en que si uno no ejercita su derecho al voto estamos abdicando de nuestra voluntad y, en cierta forma nuestra libertad, favoreciendo que la opinión del ciudadano que expresa su voto prevalezca sobre la nuestra por pura omisión.

Se dice que la democracia, con todos sus defectos, es el menos malo de todos los regímenes posible, lo cual implica que debemos ser inteligentes a la hora de ejercerla con espíritu crítico para evitar que se pueda pervertir mediante prácticas y círculos viciosos que favorecen el voto emocional y cautivo y, por ende, la limitación de nuestra la libertad tanto a nivel individual como colectiva.

El voto útil puede en muchas ocasiones, y la historia así nos lo recuerda con algunos casos desgraciadamente fatídicos, servir para cribar y apartar a caudillos autoritarios que solo persiguen conquistar el poder para posteriormente ultrajar y socavar a la democracia.

Estas reflexiones nos deberían reafirmar en que la democracia no es solo una cuestión de los políticos, que solo son la representación elegida por la ciudadanía, sino de la sociedad en general que tiene que cultivarla y perfeccionarla día a día mediante la expresión de sus prioridades y necesidades, y sobre todo de ejercerla adecuadamente cuando hay que hacerlo en el ámbito local, autonómico y nacional, o simple y llanamente, en nuestro ámbito de comunidad personal y de cualquier tipo en el que nos encontremos inmersos.

Hoy más que nunca y en los tiempos que vivimos una urna abierta al electorado es una oportunidad para encontrar un aliento de libertad y “separar el grano de la paja”.