¿Quiénes son los chivos expiatorios?

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Queda un largo invierno por delante. Meses de frío, dudas y cifras sin avances significativos en esta contienda biológica. Distintos países han desplegado estrategias con desiguales resultados, muchos comprometiendo el funcionamiento normal de las comunidades, casi todos causando una fatiga que compromete el cumplimiento exhaustivo de los protocolos y las medidas higiénicas por los ciudadanos. Presenciamos una sensación de hartazgo que banaliza la pandemia e ignora sus secuelas incrementando la difusión del microbio.

El antiguo adagio latino: Cito, longe fugeas, tarde redeas (huye rápido, lejos y regresa tarde) no es un recurso al alcance de muchos y entonces surge la angustia bajo diversos contornos y siluetas.

El miedo siempre es consustancial a cualquier pandemia. La bestia vírica ha cuarteado sociedades imbuyendo temores con desiguales intensidades. Para la escritora Susan Sontag las epidemias de enfermedades nuevas, en general, desencadenan un colapso inexorable de la moral y la educación. Todo con connotaciones siniestras, apunta el virólogo Roy Porter.

Jean Delumeau, en un estudio sobre el miedo en Occidente, concluye que las ciudades contagiadas pierden los lazos comunitarios, manifestándose en la ciudadanía un escapismo de la realidad y una permisibilidad de las costumbres.

El chivo expiatorio, el propiciatorio de la epidemia o el propiciatorio de las antipatías, todo entra en un mismo pretexto, ha sido descrito como un fenómeno de proyección psicológica intentando disminuir la impotencia ante lo incomprensible y dañino. Son estrategias de compensación psicológica, pretendiendo más seguridad, menos zozobra, más dominio.

Con la peste europea desde el s. XIV se estigmatizaron tanto minorías étnicas y religiosas; proscritos sociales como brujas, mendigos, vagos, curanderos, extranjeros, dementes, tullidos… como proscritos personales por obra de delatores furtivos, los mismos de todos los tiempos...

Los escogidos y señalados fueron acusados de propagar la enfermedad a través de polvos, ungüentos o hechizos y ahorcados por las autoridades cuando no víctimas de una muchedumbre delirante.

En España, tanto en Madrid como en Barcelona, se despachaban matrículas en los establecimientos públicos para identificar a los foráneos y mermar su comercio. Como vemos siempre hay una dualidad de propósitos que pueden converger o no con la prevención de las epidemias.

Los mismos afectados por la enfermedad sufrieron el repudio social por un miedo irracional, quizás un sentimiento de protección extremo porque extrema era la vulnerabilidad. En el Decamerón, Boccaccio relata la soledad de los enfermos,

repudiados por su familia y vecinos; Para Camus, en La Peste: Cada uno tuvo que aceptar el vivir al día, solo bajo el cielo.

En la peste del s. XVII en Gran Bretaña, la casa de los enfermos era señalada mediante una cruz de color rojo de 31 cm. Pintada sobre la puerta, en la parte superior, se inscribía el texto: «Señor, ten piedad de nosotros». Práctica seguida en muchos países del continente.

En los tiempos del cólera, en el s. XIX, las reacciones tumultuarias se dirigieron contra distintos colectivos. Contra los médicos y sanitarios en general porque rumores los inculpaban como autores de la muerte de enfermos para analizar sus cuerpos, farsa difundida por EE.UU., Gran Bretaña y Francia.

En Madrid en 1834 fueron acusadas gentes sin recursos que bajo las órdenes de los frailes envenenaron las fuentes públicas para propagar el patógeno. Rumores falsarios, pero aquel mes de julio, la muchedumbre cayó en un delirio insensato y el pogromo comenzó. En el Colegio Imperial de San Isidro fueron asesinados 14 frailes.

Posteriormente se dirigieron al convento de S. Francisco El Grande en donde mataron a 50 religiosos. El total de ejecutados ese día ascendieron a más de 100 hermanos.

Persecuciones contra los inmigrantes, como los irlandeses en EEUU entre 1830-1840.

A los peregrinos musulmanes que acudieron a la Meca, en el brote de 1866, las naciones europeas propusieron aplicar un cordón sanitario e imponer una cuarentena a los afectados.

En términos similares, comenta la investigadora Sonia Shah, los inmigrantes del este de Europa cuando en 1890 emigraron a Nueva York.

La gripe de 1918 pasó rápido. La Gran Guerra motivó que fuera silenciada entre los bandos combatientes salvo en España, país neutral. No hubo tiempo para crear chivos expiatorios pero la angustia ante una enfermedad incontrolable provoco fenómenos sociales en diversos países.

El carnaval de 1919 en Río de Janeiro (Brasil) se vivió como si no hubiese un mañana. Hubo una concupiscencia consentida durante toda la noche del sábado como nunca había ocurrido. La lujuria ajustó los momentos que podrían ser los últimos instantes de vida. De aquellas jornadas de excesos de alcohol, sexo y depravación surgieron los que se llamarían «hijos de la gripe».

La idea de la muerte cambió radicalmente reglas y convenciones sociales, transformó al hombre civilizado y entonces se abrió el cuarto sello y brotó el placer voluptuoso cabalgando sobre el caballo bayo seguido por el Hades del intramundo...

En 2020 la epidemia del virus esta produciendo episodios de angustia y momentos de escapismo con relajación absoluta de precauciones.

Dos aspectos destaco: primera, a diferencia de otras epidemias, los ciudadanos exigen eficiencia a los poderes públicos para gestionar la epidemia. Y segunda, los jóvenes, teóricamente menos afectados, prescinden de las prevenciones sanitarias contribuyendo a la propagación del virus. Es algo que, por común en Europa y otras partes del mundo, no deja de ser un gesto llamativo de insolidaridad o de irresponsabilidad para con sus mayores. Sin duda, este comportamiento evidencia una crisis de valores en el mismo concepto de familia: el hedonismo desplaza a la fraternidad.

Queda por mostrar los fenómenos más particulares, en las interacciones persona- grupo, como pueden ser el bullying en los centros de educación, el abuso de debilidad, el acoso en el trabajo y otros signos de perversión.