Mientras dure la guerra

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Amenábar lo ha vuelto a hacer, tras esa nadería con aroma a telefilm que hizo hace 4 años llamada 'Regresión', el director ha firmado una gran película que en buena medida rompe en forma y fondo con su cine anterior.

En 'Mientras dure la guerra', Amenábar además afronta una complejidad extra, ya que no solo tiene que defender una obra cinematográfica, sino también exponerse al escrutinio ideológico habitual, cuando se trata cualquier aspecto relacionado con la Guerra Civil. No me voy a detener en exceso en este ámbito, ya que lo que escribo es una crítica de cine, pero no me resisto a apuntar que es aquí donde uno se lleva la primera sorpresa. Para disgusto de analistas políticos, y parte del público lleno de prejuicios contra el cine español, Amenábar marca distancia a través de un rigor histórico, que ni justifica, ni demoniza lo que está mostrando. Sobre la base de un hecho real de esa época ocurrido en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, nos presenta la profunda división entre dos Españas y la derrota de la razón frente a la fuerza cuando todo un país se embarca en una Guerra Civil.

Pasando a lo estrictamente cinematográfico, la película empieza bien, con tensión e intensidad, y ya desde la primera secuencia tiene la virtud de ponernos en situación de lo que está ocurriendo en la España de 1936, explicando y desarrollando con inmediatez la posición del protagonista, D. Miguel de Unamuno, al respecto.

A partir de ahí se intercalan varias tramas donde se desarrolla, por un lado, el discurso y los razonamientos de Unamuno, enfrentado a familia y amigos y terco ante su convicción de lo que es mejor para España. Por otro lado, se nos muestra la intrahistoria de los dirigentes del bando nacional, sus personalidades y luchas de poder. De fondo, a todo lo anterior se añaden situaciones que muestran la creciente tensión y terror que se está imponiendo en la ciudad.

Entrando en el detalle, en la parte “unamoniana” la interpretación que hace Karra Elejalde del personaje es solvente, y el maquillaje aun mejor. Este eje central de la historia, siendo robusto en líneas generales, pierde algo de intensidad en la parte central del film. Por otro lado, tampoco me convence la reacción de Unamuno ante el destino de sus dos amigos, me resulta fría en exceso, no creo que transmita con intensidad la emoción que requiere el momento.

Por lo que respecta a la parte de los dirigentes del bando nacional, la descripción del ambiente y las interpretaciones son extraordinarias y llenas además de diálogos y momentos brillantes. Aquí destacan dos personajes fascinantes en la forma en que son concebidos para esta película, Franco y Millan-Astray, interpretados prodigiosamente por Santi Prego y Eduard Fernández. La aproximación a Franco es certera respecto al tipo de personaje que debía ser, y la exuberancia y gracejo de Millan-Astray, resulta sorprendente y verosímil a la vez. Dos de los personajes más oscuros de la España del siglo XX, a los que el director no solo no demoniza, sino que intenta extraerles toda su humanidad.

En medio de todo esto, el resto del reparto está impecable, la puesta en escena es brillante y hay algunos momentos de extraordinario interés, como aquel en que se canta el himno de España, y que tiene la virtud de no provocar dos reacciones iguales (yo mismo sentí una mezcla de rechazo y orgullo al verlo). Por último, un final a través del cual se vertebra toda la narración y se asienta la película, que enfrenta razón y sinrazón y que sin duda constituye el mejor y más álgido momento de la historia. Una escena presentada con brillantez, elegancia y una emoción solo al alcance de grandes autores como Amenábar, que recrea el mítico discurso de Unamuno del “venceréis pero no convenceréis” y que hace coincidir el final de la película con su momento cumbre.

No se dejen convencer por radicales que opinan de oídas y venzan a quienes critican al cine español y sus autores. El cine solo debe dividirse entre buenas y malas películas, y yo les aseguro que esta, es de las buenas.