Los pactos traen más cargos y más sillones

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. EFE

El estatus político habitual en España desde la restauración democrática, se articulaba sobre dos grandes partidos, PSOE y PP, con la aparición puntual, al principio del periodo, de la UCD alrededor del liderazgo de Adolfo Suárez, optimizado desde el Gobierno que, una vez perdido éste, dejó entrever las fuertes diferencias entre sus muy distintas familias, desde conservadores cercanos al franquismo, a demócratas cristianos; desde liberales, a tibios socialdemócratas. Actuando como bisagras los partidos nacionalistas, CiU y PNV especialmente, cuando la opción ganadora de los comicios no alcanzaba la mayoría absoluta, lo cual supieron rentabilizar para sus intereses y territorios, aunque de manera asimétrica para el interés general de los españoles y del Estado en su unidad de acción.

A raíz del tsunami de los devastadores efectos de la crisis explosionada en torno al año 2008, articulados en las protestas sociales del 15-M (2011), y de los efectos de la corrupción política, con evidentes señales alrededor del PP, surgieron dos nuevas formaciones. Podemos y Ciudadanos llegaron a alcanzar presencia en el Congreso de los diputados en 2015, con 69 escaños la liderada por Pablo Iglesias (junto con sus confluencias) y 40 la liderada por Albert Rivera.

En las elecciones generales de 2019 fue Vox, fuerza nutrida de antiguos votantes y militantes del PP, quien alcanzó presencia en la Cámara Baja del Parlamento español, con 24 diputados. Esto supone que el voto mayoritario de los españoles ha quedado representado alrededor de cinco grandes partidos políticos, cuando hace muy pocos años solo lo estaba en dos, mientras que otras ocho formaciones políticas también tienen presencia en el Congreso ( ERC -15-, JxCAT -7-, PNV -6-, Bildu -4-, CC -2-, NA+ -2-, Compromís -1- y PRC -1-).

Como consecuencia de esa atomización del voto y de ganar presencia las peculiaridades de cualesquiera territorio o sesgo, se ha impuesto un cierto bloqueo que no solo ha alcanzado al Gobierno del Estado, sino que ha hecho necesarios pactos para constituirse muchos ayuntamientos y comunidades autónomas. Cuando éstas ya han sido todas definidas, habiendo sido Murcia y Madrid las dos últimas, el primer dato que salta a la vista es que esa “nueva política” o, al menos, el efecto de la mayor presencia de actores ha hecho que, aunque las necesidades y problemas de los españoles son los habituales, lo que se ha disparado hayan sido los sillones de consejeros, asistentes y cargos de confianza.

Los datos son evidentes. En diez de los catorce nuevos gobiernos autonómicos, los consejeros nombrados han aumentado sobre los que había anteriormente (pasando de 129 departamentos a 146), únicamente en tres se quedan en el número que estaba y sólo uno, en Andalucía, se ha reducido el número de consejeros en dos. “Rompiendo la baraja” el nuevo Gobierno de Isabel Díaz-Ayuso en la Comunidad de Madrid, que ha nombrado veintidós nuevos altos cargos, a pesar de hacer de la contención del gasto público una de sus principales promesas en la campaña electoral, pero parece que “una cosa es predicar y otra dar trigo”, sobre todo con la necesidad de recolocar a tanto descolocado tras la moción de censura a Rajoy el año pasado.

Los españoles no tienen Gobierno, ni solución a sus más acuciantes problemas, pero más profesionales de la política han encontrado acomodo en las instituciones y ya superan los tres millones los empleos públicos en España, entendidos como el sumatorio de políticos, cargos de confianza y funcionarios. En 1977 su número era de 1.358.100. Es decir, en algo más de cuarenta años, se ha incrementado un 122,22% el numero de sueldos públicos, mientras la población total de nuestro país ha crecido solo un 28,16% en ese mismo periodo (de 36.255.708 habitantes en 1977 a 46.468.102 en 2017).

En el acervo popular español pervive una cita, de autor no conocido, al menos por mí, que dice …”ha dicho el padre prior que bajéis a trabajar, y que luego subamos a comer”, que se podría complementar con la cita atribuida a Luis de Góngora, ya de uso en el refranero español, de “ande yo caliente, ríase la gente”, y parece que el contenido que se destila en esas palabras es el que pervive en la motivación de gran parte de nuestra clase política actual.

No parece baladí que hoy, para los españoles, la clase política sea el segundo problema principal de nuestro país, solo superado por el paro, y por delante en importancia de la corrupción, el fraude, los problemas de índole económica y la sanidad.

A estas alturas de septiembre no sabemos si habrá pacto PSOE - Podemos, pero al margen de todo, más de allá de su bonanzas y de otras no tanto, como cualquier otro entre formaciones distintas, lo que con seguridad traerá, bajo el brazo, serán más cargos y mas sillones.