Las fundaciones religiosas

San Desiderio de Langres

Ocultos en un sueño roto, recopilamos la memoria que llenó los conventos.

La vejez, intramuros, acompañada de la soledad, pide a gritos tranquilidad y seguridad.

Esa vejez religiosa, es terrible, lo que más teme es el futuro.

Como en todos los lugares y situaciones, la periferia conventual, aquella que ha unificado todos sus votos en la obediencia debida, vestida de pobreza alimentada, guarda un silencio irresponsable por miedo a su propia supervivencia.

La superioridad, por “mandato, dicen, divino”, contempla desde el ático la inmensidad de su poder... Remueve las múltiples Constituciones adaptadas, convertidas, ya, en caricaturas de la original. 

Tiembla el futuro... Tiembla la supervivencia... Se buscan territorios nuevos donde el “don”, el “padre”, el “miedo”, el “hijito”, el.... Vuelvan a tener cierto valor, que dé un poco sentido a sus vidas “religiosas”, ya que no a su Constitución fundacional.

Esa superioridad, en cónclaves minoritarios, deciden crear monopolios de gestión y darles un sobrenombre de intimidad religiosa: las fundaciones.

Las fundaciones, escondite cobarde de realidades vergonzosas, se convierten en gestoras de intereses humanos, bancos privados para muchos y aparente tranquilidad para dirigentes religiosos, que viejos, sólo quieren su seguridad.

Las fundaciones, el tiempo lo dirá, serán focos de corrupción, donde la falta de controles rigurosos hará cabalgar a algunos como príncipes escogidos y no como guardianes de lo “poco” o “mucho” que quede de espiritualidad fundacional.

Lo digo desde fuera, secándome las lágrimas.