La teología de la ternura en el Papa Francisco

El Papa en la plaza de Politeama en Palermo, Italia.

Durante el congreso “La teología de la ternura en el Papa Francisco”, que ha tenido lugar en Asís durante el pasado fin de semana, el Papa ha incitado a buscar teología en camino. Una teología que “con dinamismo se dirija a Dios, tomando al hombre de la mano”; una teología no narcisista, sino “encaminada al servicio de la comunidad”.

El Papa ha explicado que aunque “teología” y “ternura” parecen dos palabras distantes, en realidad, “nuestra fe las vincula inextricablemente”. La teología está llamada –ha matizado– a comunicar la “concreción del Dios amor”, y la ternura es un buen “existencial concreto”, para traducir en nuestros tiempos el afecto que el Señor nutre por nosotros.

La teología, de hecho, no puede ser abstracta. Si fuera abstracta sería ideología porque surge de un conocimiento existencial, nacido del “encuentro con el Verbo hecho carne”, ha explicado el Santo Padre.

En esta línea, ha dicho que el amor de Dios “no es un principio general abstracto, sino personal y concreto, que el Espíritu Santo comunica íntimamente”. Él, en efecto, alcanza y transforma los sentimientos y pensamientos del hombre, ha aclarado el Pontífice.

“¿Qué contenidos podría tener entonces una teología de la ternura?”, ha planteado el Papa a los teólogos, enumerando dos: la belleza de sentirnos amados por Dios y la belleza de sentir que amamos en nombre de Dios. Sentirse amado –ha apuntado– significa aprender a confiar en Dios, a decirle, como quiere: “Jesús, confío en ti”. Es un mensaje que nos ha llegado más fuerte en los últimos tiempos, según Francisco: del Sagrado Corazón, del Jesús misericordioso, de la misericordia como propiedad esencial de la Trinidad y de la vida cristiana.

En el discurso de bienvenida ofreció tres sugerencias. La primera se refiere a la frase teología de la ternura. Teología y ternura parecen dos palabras distantes: la primera parece recordar el contexto académico, la segunda las relaciones interpersonales. En realidad, nuestra fe las vincula inextricablemente. La teología, de hecho, no puede ser abstracta, -si fuera abstracta sería ideología- porque surge de un conocimiento existencial, nacido del encuentro con el Verbo hecho carne.

Hoy nos concentramos menos que en el pasado en el concepto o en la praxis y más en el “sentir”. Puede no gustar, pero es un hecho: se empieza de lo que sentimos. La teología ciertamente no puede reducirse al sentimiento, pero tampoco puede ignorar que, en muchas partes del mundo, el enfoque de cuestiones vitales ya no parte de las últimas cuestiones o de las demandas sociales, sino de lo que la persona advierte emocionalmente.

La teología está llamada a acompañar esta búsqueda existencial, aportando la luz que proviene de la Palabra de Dios. Y una buena teología de la ternura puede declinar la caridad divina en este sentido. Es posible, porque el amor de Dios no es un principio general abstracto, sino personal y concreto, que el Espíritu Santo comunica íntimamente. Él, en efecto, alcanza y transforma los sentimientos y pensamientos del hombre. ¿Qué contenidos podría tener entonces una teología de la ternura? Dos me parecen importantes, y son las otras dos sugerencias que me gustaría brindaros: la belleza de sentirnos amados por Dios y la belleza de sentir que amamos en nombre de Dios.

Sentirse amado. Es un mensaje que nos ha llegado más fuerte en los últimos tiempos: del Sagrado Corazón, del Jesús misericordioso, de la misericordia como propiedad esencial de la Trinidad y de la vida cristiana. Hoy, la liturgia nos recordaba la palabra de Jesús: “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso”. La ternura puede indicar precisamente nuestra forma de recibir hoy la misericordia divina. La ternura nos revela, junto al rostro paterno, el rostro materno de Dios, de un Dios enamorado del hombre, que nos ama con un amor infinitamente más grande que el de una madre por su propio hijo. Pase lo que pase, hagamos lo que hagamos, estamos seguros de que Dios está cerca, compasivo, listo para conmoverse por nosotros.

He aquí, pues, la última sugerencia: sentir que podemos amar. Cuando el hombre se siente verdaderamente amado, se siente inclinado a amar. Por otro lado, si Dios es ternura infinita, también el hombre, creado a su imagen, es capaz de ternura. La ternura, entonces, lejos de reducirse al sentimentalismo, es el primer paso para superar el replegarse en uno mismo, para salir del egocentrismo que desfigura la libertad humana. La ternura de Dios nos lleva a entender que el amor es el significado de la vida. Comprendemos, por lo tanto, que la raíz de nuestra libertad nunca es autorreferencial. Y nos sentimos llamados a derramar en el mundo el amor recibido del Señor, a declinarlo en la Iglesia, en la familia, en la sociedad, a conjugarlo en el servicio y la entrega. Todo esto no por deber, sino por amor, por amor a aquel por quien somos tiernamente amados.