La vida en el talego

Iñaki Urdangarin

Mi amigo Pedro siempre dice que la libertad es como el aire, no eres consciente de su importancia hasta que te falta. Los años de trena le han marcado en detalles tan sutiles como la distancia de sus pasos caminando, que coincide exactamente con la longitud del patio carcelario, o el hecho de darle vueltas al café con el papel del azucarillo al no existir  para él la cucharilla pese a tenerla a la vista o el esperar ante una puerta esperando que se abra automáticamente a pesar de tener manija.

Con él los platillos de la  balanza de la Justicia cayeron del otro lado, lenta pero inexorablemente (dura lex, sed lex) y las incursiones que realizó vulnerando algún que otro capítulo del código penal las más de las veces por acción y alguna que otra por omisión, le llevaron a conocer la geografía española a través de sus cárceles y compartiendo “chabolo”, celda, escuchó las intimidades más aterradoras que uno pueda llegar a imaginar a la vez que le permitió establecer los lazos relacionales más fuertes que alguien pueda tejer con un desconocido. De las “cundas”, conducciones de presos, aprendió que viajar no resulta placentero o al menos hacerlo en esas condiciones y que el bienestar cotidiano depende muchas veces de ánimo de quienes te rodean.

Del rancho nunca se quejó, en su casa no era habitual comer caliente por lo que sus expectativas gastronómicas nunca fueron muy exigentes. Amargamente recuerda, cuando era más joven, algún que otro “pinchazo” en el patio por deudas de droga y también cuando algún funcionario le daba “vidilla” y le permitía hablar un poco más de tiempo con su anciana madre, la única persona que siempre le apoyó. Aprovecho la ocasión para preguntarle qué opina sobre la entrada en prisión de Iñaki de Urdangarín o de otros delincuentes de cuello blanco y tras mirarme fijamente y aspirar profundamente el cigarrillo que soporta entre sus temblorosos dedos amarillos, termina diciéndome que se alegra de que haya jueces a los que no les tiemble el pulso a la hora de “entalegar”, encarcelar, a quienes le sale la pasta por las orejas, porque al final quien la hace, la paga. Él ya pagó hace demasiado tiempo y no quiere volver dentro ni loco, ni aunque pudiera cumplir la condena en la cárcel de Brieva, porque la libertad es como el aire, no te das cuenta de su importancia hasta que te falta.