Las amenazas de la democracia

El pleno del Senado durante su constitución. Daniel Basteiro

Se le atribuye a W. Churchill que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos, etimológicamente quiere decir gobierno del pueblo. Algunos confunden la democracia con la república que literalmente quiere decir gobierno de la ley. Es importante está distinción pues hay repúblicas que no son democráticas.

Para complicar este galimatías tenemos el llamado Estado de derecho cuyo concepto se le atribuye a Kant y que los ingleses denominan (la regla de la ley). Se entiende por estado de derecho aquella forma de organización política en la cual el ejercicio del poder se encuentra sometido a los parámetros del Derecho, es decir la forma como se ejerce el poder se rige por los mandatos que emanan de un orden jurídico vigente. Frecuentemente los “Estados de Derecho” son además democracias participativas pero no por ello debemos asimilar los términos.

En el momento de escribir estas líneas sendos titulares nos advierten que la democracia está en peligro; de un lado Barack Obama de otro Meral Aksener (la llamada Dama de Hierro en Turquía).

Nos hemos acostumbrado a vivir en democracia pero al igual que la vida ambas precisan de determinadas condiciones y delicados equilibrios para que triunfen y continúen. Ya sabemos lo que pasa con el exceso de CO2, el calentamiento global, etc. Lo mismo con la democracia, los peligros son muchos.

Alfred Croiset advirtió: “El enemigo más temible de las democracia es la demagogia”, por desgracia son los políticos los primeros en caer en ella. Últimamente lo comprobamos con facilidad y ninguna sigla se escapa de tenerlos en sus filas.

Además, la mayoría de los políticos ignoran o desconocen cuáles son su funciones, continuamente vemos titulares y actuaciones en donde se aprueban resoluciones o declaraciones grandilocuentes por los motivos más variopintos, que algunas incluso pueden estar bien, pero la primordial función de estos señores es resolver o por lo menos plantear soluciones a los problemas de los ciudadanos, no aumentarlos, además deben legislar o adecuar la legislación existente a los tiempos actuales y parece mentira pero a juzgar por el trabajo del Constitucional fallan más que una escopeta de feria. Mientras la oposición debe controlar la acción de gobierno y ser la voz de las minorías para evitar posibles abusos de la mayoría, haciendo ver los despropósitos y consensuando las medidas para el bien común.

Otro de los peligros, que acechan a la democracia, es la poca separación e independencia de poderes. Así nos encontramos con jueces sometidos a presiones políticas y de otras instituciones que debieran dar ejemplo de no injerencia. Para más nos aparecen jueces estrella con aspiraciones políticas o profesionales, medrando en el escalafón anteponiendo sus interés a los de la sociedad a la que supuestamente sirven.

Otros riesgos surgen de la casi inexistencia de una prensa libre, culta y con público (a ser posible con criterio), el amarillismo de los medios, la esquizofrenia por las audiencias y los índices de ventas, la deformación del periodismo que propicia la visibilidad (excesiva) de algunos intereses que buscan la promoción gratuita e incluso la manipulación de la sociedad y que exacerban los ánimos.

Sin olvidar las redes sociales con su postverdad y la nueva palabra del año en inglés las fake news (noticias falsas). Los postulados sobre la propaganda de Goebbels nunca han estado más de moda.

La injerencia de otros estados (Rusia, China, Venezuela, Arabia Saudí,...) con otros modelos ademocráticos que conspiran para que la Democracia sucumba como se está comprobando en recientes investigaciones, curiosamente valiéndose de las redes sociales y de la libertad de expresión que es de dudosa existencia en sus países.

Nuestro sistema educativo hilvanado, ni siquiera confeccionado, para aplastar la inteligencia e igualar en mediocridad con el fin domesticar el espíritu crítico y evitar la indicación de caminos y de objetivos a la sociedad. Y que provoca una falta de cultura, de conocimiento básico, de educación cívica, que permita discernir y distinguir entre conceptos como Democracia, República, Estado de Derecho, Constitución, Consenso y lo que representan.

Toda esta ignorancia democrática conforma una mayoría silenciosa y temerosa de expresar sus ideas y que cuando se pronuncia lo hace a última hora, tarde y mal; que se contenta con el espejismo de la participación ciudadana a través de las votaciones, porque lo “democrático” es votar, el becerro de oro es la urna y sus resultados, independientemente de que no haya veracidad en ellos. Ya que los sumos sacerdotes de la demagogia se encargan de proclamar el pecado de blasfemia contra el progreso y tildan al discrepante, aunque sea de los suyos, de enemigo público al que hay que purgar o reeducar, al más puro estilo bolchevique o del primer franquismo.

Ya Aristóteles reflexionaba “Cuanto más democrática se vuelve una democracia, más tiende a ser gobernada por la plebe, (...) degener(ando) en tiranía”.