A veces, a una hora de casa, se esconden lugares capaces de sorprenderte más que cualquier destino lejano. Eso pasa con Anento, un pequeño pueblo de Aragón que no suele aparecer en las guías, pero que conquista desde el primer paso.
Aquí no hay ruido, ni prisas, ni colas interminables. Solo un puñado de casas de piedra, cien vecinos y un paisaje que te obliga a bajar el ritmo. Anento es uno de esos sitios que, sin querer, te reconcilian con lo sencillo.
El casco urbano es pequeño, pero encantador. Calles estrechas, fachadas en tonos ocres y ese aroma a pueblo que cuesta explicar pero que se reconoce al instante. No tardas ni cinco minutos en entender por qué forma parte de los Pueblos Más Bonitos de España.
Anento
A nivel histórico, Anento también sorprende. Su Iglesia de San Blas, del siglo XIII, guarda frescos góticos y un retablo renacentista que no te esperas encontrar en un pueblo tan pequeño. Y desde las ruinas del castillo, todavía en pie a pesar del tiempo, las vistas del valle son un regalo.
El pequeño pueblo medieval está a tan solo una hora en coche de Zaragoza, por lo que supone un destino perfecto para una escapada este otoño. Las casas de piedra, muchas de ellas con fachadas de tonos ocres y rojizos, se alinean a lo largo de las calles estrechas, que parecen laberintos en los que perderse y descubrir rincones pintorescos.
Uno de los rincones más especiales del pueblo es el Aguallueve. Un manantial que cae suavemente por la roca, creando un rincón verde y húmedo que no encaja con el paisaje árido de alrededor. Parece un fallo de matriz, un trocito de bosque encantado plantado en mitad de Aragón.
El camino hasta allí es sencillo y agradable. Perfecto para quienes quieren pasear sin complicarse y quedarse un rato escuchando solo el agua. Sí, suena cursi, pero es lo que pasa cuando llegas: te sientas y te olvidas de todo.
Laguna de Aguallueve en Anento, Zaragoza.
Las huertas que rodean el pueblo completan la estampa. Son pequeñas, discretas, pero cuentan la historia de un lugar que ha vivido siempre pegado a la tierra y a sus ritmos.
Y si algo no falla nunca en Aragón es la comida. En Anento, el protagonista es el ternasco, tierno y jugoso, preparado como manda la tradición. Un plato que sabe a domingo de los buenos.
También merece la pena probar las migas aragonesas, hechas con pan duro, ajo y un toque de chorizo o panceta que las convierte en pura cocina de aprovechamiento… y puro placer.
La longaniza de Aragón, artesanal y sabrosa, es otro imprescindible para acompañar con pan y poco más.
Anento
Para los que buscan sabores más potentes, los guisos de caza como jabalí o conejo completan el menú. Lentamente cocinados, con hierbas y vino, de esos que te reconfortan incluso en verano.
Anento no es un lugar de grandes planes. Es un pueblo para pasear, comer bien y desconectar. Uno de esos sitios que no necesitas esforzarte para disfrutar.
