La vida real muchas veces supera la ficción. Más allá de esos héroes y heroínas de película, los hay de carne y hueso, con una gran fortaleza, en ocasiones obligada, y que sirven de ejemplo para todos. Imene, una joven argelina de 22 años, es una de esas personas que merece un reconocimiento por todas las adversidades que ha tenido que vencer durante mucho tiempo y que no le han hecho perder la sonrisa. Su historia de superación, motivada por ayudar a su familia, es realmente admirable.
Era el año 2002 cuando Imene, con tan solo seis meses, puso rumbo a España junto a sus padres en busca de una nueva vida. Los tres llegaron a Melilla, desde donde les derivaron a Valencia, donde sus padres estuvieron trabajando para conseguir regular su situación. En el 2006, llegaron a Zaragoza, y aquí nacieron el resto de sus hermanos.
Imene es la mayor de cuatro hermanos, y, por tanto, quien ha tenido que cuidar y tirar de ellos ante la complicada situación de su familia. “En casa siempre ha habido un ambiente hostil, la relación entre mi madre y mi padre no era buena y a eso se sumaban las complicaciones económicas”, cuenta la joven.
Además, esos problemas entre el matrimonio se iban agravando con el tiempo, siendo un contexto desfavorable para el desarrollo normal de unos niños, tal y como expresa Imene, que sabe que su infancia y adolescencia se sale de los patrones establecidos. Conflictos, inestabilidad, responsabilidades y más de siete mudanzas…
Pero, en esta historia de héroes, la educación y la motivación tendrían un papel crucial. “Yo fui al Colegio Público Santo Domingo, en El Gancho, donde la mayoría de niños éramos inmigrantes. En ese cole empezó el proyecto Programa de Liderazgo Social (PLS) de Cooperación Internacional, con el que hacíamos actividades y podíamos desconectar”, narra Imene, que vio más tarde en la organización un gran apoyo. Sobre todo, valora la figura de Perico Herráiz, el delegado en Aragón.
Después, llegó al instituto Luis Buñuel, centro en el que se encontró con prejuicios y rechazo, pues consideraban que tenían menos nivel. “Con la situación que vivía en casa, que tenía que hacerme cargo de mis hermanos, no tenía ganas de estudiar, fue muy duro, pero lo iba sacando sin repetir curso”, recapitula.
En ese punto tan delicado, Imene recuerda el programa de Cooperación Internacional, Women Youth Talent: “Éramos todo chicas y organizábamos mesas redondas, fuimos a Madrid a Telefónica, a muchas empresas, y nos hacían ver que podíamos conseguir lo que fuera”. Así pues, la argelina terminó la ESO, y pese a las indicaciones de sus profesores, comenzó a cursar el bachillerato de sociales.
“En el boletín de notas me dijeron que me fuera a un Grado Medio, que el bachillerato no era para mí, que no sería capaz. No hice caso, porque yo consideraba que tenía que seguir estudiando y llegar a algo para ayudar a mi familia. Yo tenía dudas, pero veía que era la única manera de sacarlos adelante. Mi motivación siempre ha sido poder ayudar a mi familia, a mis hermanos, para que no tuvieran las carencias que yo tuve”, explicaba Imene con firmeza.
A partir de ahí, esa obligación moral fue su mayor compañera. Mientras estudiaba segundo de bachillerato y se preparaba la EVAU, comenzó a trabajar en Pull & Bear para obtener ingresos extra. Poco a poco, Imene fue viendo que era capaz de todo eso que se iba proponiendo y entró a la carrera de Derecho con más de un 11 en selectividad.
Sin embargo, en su familia las cosas no mejoraban. Más bien, todo lo contrario. “Mi madre seguía enferma, no tenía amigas, nunca ha podido tener un círculo, solo salía a comprar y poco más. Mis hermanos y ella recurrían siempre a mí, a veces me veía en medio del conflicto. Te sientes responsable porque eres la mayor y no quieres que lo pasen mal”, se sincera Imene.
No obstante, la carga en la Universidad iba aumentando y ella no se conformaba, quería dar el máximo o poder estudiar como hacían sus compañeros. “Mis vacaciones del trabajo las dedicaba para estudiar en época de exámenes o para hacer las prácticas”, explica volviendo a sentir su odisea.
La situación en su casa dio un giro importante cuando sus padres se separaron. Ella estaba en tercero de carrera, se encargó de toda la gestión y fue un alivio, aunque también una gran incertidumbre, ya que el único ingreso que quedaba era el suyo.
Por eso, durante un tiempo trabajó 40 horas en la tienda de Inditex, aunque esa etapa acabó hace poco para ella. Ahora, tras graduarse en Derecho, ha encontrado un empleo en un despacho de abogados y parece que su vida se encauza. Eso sí, todavía con el peso de ser el sostén de su familia.
Una de las cosas que caracteriza a esta gran heroína es su fortaleza. A día de hoy, Imene lo cuenta con serenidad, pero vivirlo no fue nada fácil: “A mí esto me afectaba muchísimo, llegué a estar muy mal. Me decían que tenía que ser el salvavidas de mi propia vida, priorizarme, pero sentía que mi obligación era sacarlos adelante. No podía dejarlos caer”.
Voluntariado y consejos
Con una historia como pocas, unas agallas y una fuerza de la que pocos pueden presumir, Imene, que ahora es voluntaria del programa que la ayudó, trata de trasladar sus valores a aquellas niñas que viven lo que a ella le tocó. Esas niñas del colegio Santo Domingo que sueñan a lo grande, pero piensan que no pueden.
“Me gustaría inspirarles, decirles que más allá de las dificultades que tengan en casa, se puede, que no todo es malo. Hay luz al final del túnel y no tienen techo”, insiste una joven que no pierde su sonrisa.
Así pues, como gran consejo para ellas y para todos, se aferra a esa frase, un tópico, pero que ha formado parte de su realidad: “Nada es imposible”.
“Por mucho que siempre te digan que no, si se quiere se puede. Ni por venir del Santo Domingo, ni de El Gancho, ni por ser blanco o negro eres menos. Con esfuerzo, constancia, motivación y ayuda, se puede. Y, sobre todo, agarrarte muy fuerte a tu motivación”.
Una motivación que ella siempre tuvo clara: su madre y sus hermanos. Por ellos, todo su esfuerzo y sacrificio ha valido la pena. Echa la vista atrás, y le da pena haber vivido una vida diferente a la de alguien de su edad, pero no se arrepiente de nada. “Volvería a hacer todo igual”, confiesa.
“No he podido vivir esa vida normal de gente de mi edad, pero para mí merece la pena todo por ayudar a mi familia. No pasa nada, a unas personas les toca vivir mejor y a otras personas peor, pero no por eso tengo que enfadarme con el mundo”, concluye Imene con madurez y emoción.
En definitiva, a pesar de todo lo que ha vivido, sufrido y pasado esta joven que abandonó su país con nueve meses, no pierde la sonrisa, ni la esperanza ni las ganas de afrontar la vida. Para ella, cada día es una nueva oportunidad de superarse, de disfrutar y de valorar lo afortunados que muchos somos.