Joseba Bonaut, profesor de Comunicación en la UZ
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Cuando llega la etapa navideña, es momento de reconocimientos en el mundo cinematográfico. Tanto en España como en el resto del mundo, múltiples asociaciones de críticos, academias y gremios cinematográficos deciden cuáles han sido las películas más destacadas del año, en lo que se conoce como la “temporada de premios”.

En España hay una película que ha iniciado su camino victorioso en esas ceremonias con alfombra roja y que, además, ha sido una de las historias que mayor repercusión social ha tenido en la audiencia. Me refiero a la película “Los domingos”, realizada por la cineasta vasca Alauda Ruiz de Azúa.

“Los domingos”, de forma muy resumida, nos cuenta la historia de Ainara, una joven de 17 años que, justo antes de acabar su trayectoria en el instituto y decidir qué carrera universitaria estudiar, expresa una inquietud que sorprende a toda su familia: manifiesta que se siente muy cercana a Dios y que se plantea ser monja de clausura.

Esta noticia será el motor de una película que nos muestra las creencias, fortalezas, debilidades y contradicciones de una familia dividida por las heridas del pasado (la muerte prematura de la madre), del presente (los problemas económicos del padre o la inestabilidad de pareja de la tía) y un inevitable miedo al futuro.

Lo más interesante de “Los domingos” es que deja al espectador muy libre, ya que en ningún momento se siente dirigido a pensar en una dirección, sino que debe tratar de entender las razones de cada uno de sus personajes, tanto en lo que parece lógico como en lo que no es tan evidente.

Además, la película se aleja de los dogmas específicos. Es decir, no subraya ninguna propuesta como la ideal ni demoniza un pensamiento o decisión, como podría ser la noticia sorpresiva de Ainara, sino que se cuestiona y pone un espejo frente a la audiencia: dependiendo de sus creencias y visión del mundo, cada espectador puede decidir si la resolución de la película es adecuada o, al contrario, una auténtica locura.

Muchas personas han visto en “Los domingos” una película que puede abrir el camino a la fe de los jóvenes, mientras que, por otra parte, otras han considerado al filme como un relato de terror en el que los dogmas religiosos pueden lavar la cabeza a las personas.

En definitiva, “Los domingos”, y ese me parece a mí su mayor logro, cuestiona sin descanso al espectador y le hace sentirse integrado en una realidad compleja que es, en definitiva, la vida.

La situación más sorprendente se ha producido tras la victoria de la película en los premios “Forqué” de la producción. En ese momento, la directora subrayó lo ya comentado anteriormente, al explicar que el filme era respetuoso con la audiencia y que era “una forma de honrar el pensamiento crítico y la independencia del espectador frente a los dogmas”.

Sin embargo, acto seguido realizó una afirmación llamativa: “Esta es una película que explora cómo el adoctrinamiento religioso puede distorsionar tu percepción o sentimientos”.

En una clara toma de postura, la directora de la película cerraba de un portazo cualquier espacio para el debate al aclarar el sentido de la historia o, al menos, su intención como creadora.

Y, sinceramente, estas declaraciones me dieron bastante pena, ya que, por una vez, estábamos asistiendo a una historia en la que los matices y argumentos se enfrentaban en pantalla dejándonos espacio como ciudadanos libres y críticos, y nadie subrayaba cómo debíamos pensar.

No sé si estas declaraciones son fruto de la convicción de la cineasta, oportunismo en una temporada de premios u otra razón que se me escapa.

Pero sí que ahondan en un tema que me parece clave en la creación artística y, también, en el arte cinematográfico. Las obras no deben ser explicadas ni entendidas, tienen que vivir en la ambigüedad de su sentido.

Con ambigüedad no me refiero a una cualidad de confusión o de oscuridad, o a una intención misteriosa que puede ser manipuladora.

La ambigüedad es un ámbito clave de la obra de arte porque hace que su significado se abra a las posibilidades, se entregue en plenas potencialidades creativas al contemplador, dejándole espacio para reinterpretar la obra y hacerla suya.

La ambigüedad del conocimiento es un paso clave para abordar cuestiones complejas y profundas y superar, así, los clásicos esquemas simplificados y superficiales.

Es por eso que, sintiéndolo mucho, como espectadores tenemos una importante responsabilidad: no hacer mucho caso a los creadores ni a sus declaraciones de intenciones, y entrar en juego con la obra de forma libre y sin prejuicios, reinterpretando la película y dándole sentido a nuestra existencia.

Y es que, llegado a un momento, la obra deja de pertenecer al autor y se libera para que el resto del mundo podamos apreciarla, disfrutarla y, finalmente, vivirla.