Constancio Navarro, presidente de la Unión Vecinal
Zaragoza
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Casco antiguo, casco viejo o casco histórico; cualquier denominación me parece válida. Llevamos décadas dándole vueltas a su degradación y a cómo regenerarlo, cómo darle vida de nuevo. Pero antes hay que entender su evolución, por qué se ha llegado a este punto.

Hay que recordar que las personas, a lo largo de la historia, siempre han intentado hacer las cosas con cierto sentido; todas tienen un porqué. Si repasamos la historia, veremos que cuando nacieron los tejidos urbanos que ahora consideramos cascos antiguos, gozaban de buenas cualidades para vivir en ellos. Pero durante muchísimo tiempo, las circunstancias hicieron que las ciudades se amurallasen y no se permitiera crecer fuera de su perímetro.

Todos recordamos los sitios de Zaragoza y las puertas que existían; eso suponía que el aumento de población debía alojarse en la misma superficie, haciendo crecer los edificios en profundidad y en altura, perdiendo progresivamente condiciones de habitabilidad.

A finales del siglo XIX, por fin las ciudades pudieron crecer fuera de las murallas, que se iban derribando. El caso más claro es Barcelona, cuando el espacio que rodeaba el casco antiguo, que debía quedar libre de edificaciones en la distancia que podía alcanzar un cañón. "L'eixample" (en catalán) o "el ensanche" (en castellano), pudo por fin urbanizarse mediante el proyecto del ingeniero Ildefonso Cerdá, que hoy caracteriza a la ciudad. Lo mismo pasó en la mayor parte de las ciudades.

Pero el mal ya estaba hecho. Frente a las dimensiones de los nuevos tejidos urbanos, las malas condiciones de los cascos provocaron cambios de población, atrayendo a las clases más desfavorecidas. Por eso a principios del siglo XX ya se planteaban operaciones urbanas para mitigar la degradación.

La mayoría de los cascos antiguos de los municipios comparten estas características; ya sea el de Fraga (Huesca) o el de Calahorra (La Rioja), por poner dos ejemplos, se encuentran en zonas elevadas, son muy compactos y sus edificios y sus calles no soportan el tráfico de vehículos, por lo que no "cumplen" las condiciones que ahora demandamos para vivir.

En Zaragoza, el año 1968 se aprobó el Plan General de Ordenación Urbana redactado por Emilio Larrodera (como el de José de Yarza de 1959), que planteaba que la altura de los edificios debía estar en relación con la anchura de la calle. Esta medida en el casco antiguo supuso la paralización de cualquier derribo para construir un edificio nuevo; no era rentable.

A finales de los años 70 se aprobó el Reglamento de Disciplina Urbanística que incluía el procedimiento de declaración de ruina en los edificios. En pocas semanas esta parte fue derogada casi en su totalidad, pues incluía la mejora de las condiciones de habitabilidad para calcular la ruina económica. Con esta norma, la totalidad de los cascos antiguos de España se encontraba en ruina; de ahí su derogación.

El año 1986 (ya en democracia) un nuevo Plan vino a introducir la rehabilitación de edificios y modificó esta norma, pretendiendo dar nueva vida al casco para evitar a huida de "sus" habitantes, los de toda la vida.

Pero antes de su aprobación se encargó a una empresa madrileña la valoración de los edificios de cara a su protección. Esta empresa calificó el edificio del Pilar como de "simple interés ambiental"; ni siquiera interés arquitectónico o monumental. Rechazado su análisis para el casco, los funcionarios municipales elaboraron una catalogación amplísima; un número muy elevado de edificios merecían conservarse en su totalidad o, al menos, en su fachada.

El año 1982, la Cámara de la Propiedad Urbana efectuó una alegación en la que ponía de manifiesto que para la catalogación no se habían tenido en cuenta opiniones autorizadas de Academias, Universidad, profesionales de prestigio, etc. También que era excesivo el número de edificios incluidos, que los ínfimos niveles habitacionales había que solucionarlos y que el avance de los tiempos había que coordinarlo con la conservación de los edificios que realmente lo merecían y que son las señas de identidad del casco y que lo definen como tal frente a los de otras ciudades. Incluso planteaban una gran plaza ajardinada entre las calles 4 de Agosto, Estébanes, Libertad y Cinegio.

Ya entonces consideraban que muchas de las viviendas del casco no eran viviendas; parecían más bien muriendas. Sostenían entonces que una de las causas que prolongarían su degradación sería la excesiva catalogación, proponiendo además el "esponjamiento" del barrio.

¿Qué opina el lector? ¿Cree que siguen siendo válidas las propuestas de la Cámara de la Propiedad Urbana? ¿Coincide con ellas?

¿Iría a vivir al casco con sus condiciones actuales?