Cruz Isábal Mallén, Vocal CAF Aragón
Zaragoza
Publicada

Los apellidos de las nuevas generaciones de mi familia no guardan nada que ver con los apellidos que una podría esperar. Ocurre como en las comunidades de propietarios: cada vez es más habitual que, al mirar el tablón de anuncios o asistir a una junta, descubramos apellidos que hace unos años apenas se oían en el vecindario.

Lo que antes podía ser una comunidad más o menos homogénea, hoy se convierte en un pequeño mapa del mundo: desde familias trabajadoras que han arraigado aquí y han accedido a la propiedad, a personas de otras latitudes que han elegido nuestro país para teletrabajar o disfrutar de su jubilación o segunda residencia.

El fenómeno es transversal: la multiculturalidad ya no es ajena ni a los barrios obreros ni a las urbanizaciones de lujo. Pero, aunque la realidad cambia, las reglas de convivencia —y las mentalidades de unos y otros— no siempre lo hacen al mismo ritmo. Y ahí surgen los roces, las incomprensiones y también las oportunidades.

En las comunidades de primera residencia, la diversidad suele tener un componente de esfuerzo compartido. Vecinos de diferentes orígenes que trabajan, pagan su hipoteca y aspiran a estabilidad. Sin embargo, las diferencias culturales en torno al ruido, las reuniones, el uso de zonas comunes o el sentido del espacio privado, pueden generar fricciones. A veces, simplemente no compartimos los mismos códigos de convivencia. El conflicto, si lo hay, suele ser, más que económico, social o relacional: costumbres, horarios o percepción distinta de la autoridad comunitaria.

No podemos esperar que un nuevo vecino, que desconoce nuestros códigos vitales, comprenda automáticamente nuestras normas o costumbres si nadie se las explica con empatía. Tampoco podemos asumir que la “forma correcta” de hacer las cosas es siempre la nuestra, por mucho que "siempre se haya hecho así".

Aquí entra en juego una idea poderosa: la mentoría cívica y cultural. En lugar de ver la diversidad como una fuente de conflicto, podríamos verla como una oportunidad de aprendizaje mutuo. ¿Qué pasaría si cada comunidad de propietarios promoviera figuras —formales o informales— de acompañamiento a los nuevos vecinos? Establecer un protocolo para que, a los nuevos vecinos, se les explique cómo funcionan los pagos, qué se espera en una junta, cómo se gestiona el uso de la piscina o del garaje. Pequeños gestos que faciliten una gran integración.

La multiculturalidad no debería gestionarse desde la tolerancia —palabra que suena a resignación—, sino desde la curiosidad y el respeto activo, con estrategias de convivencia inteligente.

En las comunidades que funcionan bien, la empatía se traduce en normas claras y comunicación constante. No se trata de hacer excepciones arbitrarias, sino de explicar por qué existen las reglas y cómo benefician a todos. La claridad reduce la desconfianza y, sobre todo, evita que la diferencia se convierta en sospecha.

Y aquí viene un nuevo papel o función del administrador de fincas colegiado que, de alguna manera, se convierte en traductor social, detectando tensiones antes de que estallen, propiciando reuniones constructivas, utilizando un lenguaje neutro y comprensible para todos.

Una comunidad diversa necesita un liderazgo paciente, pedagógico y proactivo. Alguien que fomente la convivencia. Alguien que recuerde que los muros no son solo de ladrillo: también se construyen —o se derriban— con palabras.

En el fondo, todos buscamos lo mismo: vivir tranquilos, sentirnos respetados y pertenecer a un entorno que funcione. La multiculturalidad es una realidad que exige madurez colectiva. No se trata de diluir identidades, sino de crear un espacio común donde todas tengan cabida.

En ese sentido, el futuro de nuestras comunidades de propietarios va a estar en aprender a convivir desde la diferencia. Porque una comunidad que logra integrar diversas culturas no solo es más rica: también es más humana.

Y el Administrador de Fincas Colegiado, como figura de equilibrio entre los intereses individuales y el bien común, en una Comunidad de Propietarios, puede tener un papel muy activo en todo esto ejerciendo su liderazgo natural para identificar si hay un componente cultural o de desconocimiento mutuo en los patrones de conflicto, fomentando la asistencia a Juntas y valorando los gestos de cooperación y respeto intercultural dándoles visibilidad. Convirtiendo la diferencia en punto de encuentro y contribuyendo a que la distancia cultural no se traduzca en distancia emocional.

Este año en mi casa, pequeño reflejo del mundo, celebraremos el día de Reyes con niños medio chinos y medio españoles y con niños medio mexicanos y medio españoles. Y hemos incorporado el Día de Muertos mexicano y el Año Nuevo Chino a nuestras rutinas familiares mientras mi madre, de 88 años, que es la que mejor ha entendido de qué va esto, prueba curiosa manjares que no sabe ni qué son y celebra la vida con unas personas que, sin ninguna duda, nos han hecho mejores.

* Cruz Isábal Mallén, vocal Junta de Gobierno del Colegio de Administradores de Fincas de Aragón.