Félix Gil, presidente de Tecnara y CEO de Integra
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Loudoun County, en el estado de Virginia, es hoy el epicentro mundial de los centros de datos. Aquí, a apenas media hora de Washington D.C., se concentra más del 70% del tráfico global de Internet.

Lo que hace tres décadas comenzó como una apuesta local por la conectividad y el desarrollo tecnológico, se ha convertido en un fenómeno económico sin precedentes. Y estar hoy aquí, junto a la delegación aragonesa encabezada por el presidente Jorge Azcón, permite mirar de cerca lo que significa construir un ecosistema próspero alrededor de una nueva y floreciente industria como son los centros de datos.

Aragón se encuentra en un momento decisivo con la llegada de grandes proyectos de centros de datos, pero para que esa oportunidad se traduzca en bienestar sostenible, hay lecciones que aprender del camino recorrido por Virginia.

Primera lección: la visión a largo plazo como política de Estado

Nada de lo que hoy vemos en Virginia ocurrió por azar. Hace veinte años, las instituciones locales y estatales comprendieron que el futuro económico pasaría por la infraestructura digital, del mismo modo que el siglo XX lo hizo con la infraestructura física.

Apostaron por una planificación estratégica, estable y compartida entre administraciones, empresas y universidades. En Loudoun, las reglas del juego no cambian con cada legislatura: la colaboración público-privada se ha convertido en una cultura que trasciende la política.

Aragón necesita esa misma constancia. La estrategia de desarrollo de los centros de datos no puede limitarse a atraer inversiones puntuales; debe integrarse en una visión de futuro que conecte infraestructuras eléctricas, suelo industrial, formación técnica y fiscalidad competitiva.

En Virginia, cada decisión —desde la red eléctrica hasta los incentivos a la innovación— responde a una hoja de ruta común. Esa es la diferencia entre una política coyuntural y una política transformadora.

Segunda lección: el talento como motor invisible

Loudoun no se ha hecho rica solo por albergar servidores. Su prosperidad nace de haber tejido un ecosistema de conocimiento, investigación y empleos de alta cualificación. Las universidades y centros técnicos trabajan de forma coordinada con las empresas para formar los perfiles que el sector necesita. La educación es vista como la primera infraestructura económica del territorio.

En Aragón, la oportunidad de la industria del dato pasa también por anticiparse. Si queremos que los aragoneses no solo vean pasar la riqueza digital, sino que participen en su creación, hay que invertir en educación técnica, ingeniería, energía y gestión digital.

Los centros de formación profesional, las universidades y las empresas debemos colaborar para formar a la nueva generación de profesionales del dato. No se trata de crear solo empleos; se trata de crear conocimiento que se quede aquí.

Tercera lección: la energía como palanca de competitividad

En la visita a Virginia es evidente cómo la disponibilidad energética condiciona las decisiones de inversión. La red eléctrica es aquí un activo estratégico.

Las compañías operan sabiendo que el suministro es estable, predecible y compatible con los compromisos medioambientales.

La transición hacia energías renovables no se ha visto como un obstáculo, sino como una ventaja competitiva: una forma de atraer empresas responsables y sostenibles.

Aragón dispone de uno de los mayores potenciales renovables de Europa, y ese es su gran tesoro. La clave está en articular una red eficiente, estable y capaz de garantizar suministro competitivo para los nuevos proyectos industriales.

Cuarta lección: la comunidad como beneficiaria directa

Quizás lo más inspirador de Virginia es que la riqueza generada por los centros de datos se nota en la calidad de vida de la gente. Loudoun County es hoy uno de los condados con mayores ingresos medios de Estados Unidos.

Las inversiones en educación, transporte, sanidad o espacios públicos son visibles. Aquí, la tecnología no se percibe como algo distante o elitista, sino como una industria que mejora la vida cotidiana de los ciudadanos, orgullosos de ser referencia mundial.

Ese debe ser el horizonte de Aragón. Los centros de datos no pueden ser solo infraestructuras cerradas, sino motores de bienestar colectivo. Las comunidades locales deben participar del progreso a través del empleo, la formación y la reinversión social.

Un modelo de desarrollo sostenible no se mide solo por el PIB, sino por el bienestar real que genera en su entorno.

Quinta lección: el valor de la identidad

Pese a su vocación global, Virginia ha sabido preservar su identidad local. La cultura del esfuerzo, la estabilidad y la comunidad sigue siendo el sello de sus ciudadanos. No han perdido el sentido de pertenencia en medio de la revolución digital; lo han reforzado.

Aragón comparte esa misma fortaleza cultural. Su historia de trabajo, compromiso y capacidad para adaptarse a los tiempos puede ser su mejor ventaja competitiva. La digitalización no debe diluir lo que somos, sino amplificarlo.

Igual que Virginia convirtió su paisaje rural en motor tecnológico sin renunciar a su esencia, Aragón puede construir su futuro desde sus raíces.

Mientras recorremos los parques tecnológicos de Loudoun, es inevitable pensar en lo que podría ser Aragón dentro de una década: una región con energía limpia, industria digital avanzada y empleo de calidad. No es un sueño imposible. Es el resultado de decisiones sostenidas, visión compartida y confianza en el talento propio.

Reconozco que estoy muy sorprendido. Por mucho que nos lo hayan contado como caso de éxito, estar aquí y ver la dimensión de lo conseguido y el camino aún por recorrer es impresionante.

El viaje a Virginia no es solo una misión comercial; es un espejo del futuro. Un recordatorio de que los milagros económicos no ocurren por azar, sino por la convergencia de liderazgo, planificación y colaboración.

Aragón tiene las condiciones, la posición y la energía necesarias. Ahora le toca hacer lo que hizo Virginia: creer en sí misma y actuar con determinación.