Chulo, choni y macarra son acepciones de nuestro diccionario que se utilizan más con la conducta que con el lenguaje. La chulería es arrogancia, lo chabacano es choni y el “macarrismo” es propio de camorristas. Todos estos adjetivos se han incorporado a la dinámica del parlamento aragonés.
Hemos importado lo peor de la política madrileña de confrontación, para impedir la esencia aragonesa del diálogo y el acuerdo que se reflejaron en el Compromiso de Caspe. Hoy nadie diría que las Cortes de Aragón son una institución digna de haber heredado la necesidad de pacto de nuestros antecesores. Es triste que, en la era de la comunicación, nos tengamos que alegrar de que los debates en La Aljafería no lleguen a la ciudadanía con la crudeza que vivimos desde nuestros escaños.
El contraste de diferencia horaria en la realidad es mínimo, si lo comparamos con el de las emociones. Mientras las víctimas de la DANA de Valencia honraban a sus seres queridos, Mazón arrojaba la chulería de su presencia sobre las heridas de tantas vidas truncadas. Las palabras más duras que escuchó el principal responsable de esa negligencia no fueron los insultos de rabia ni las acusaciones de culpabilidad.
“El causante de la tragedia es quien omite su deber”. Es una frase que debería quedar reflejada en la tumba política del dirigente del PP. Por mucho que fuera arropado por sus compañeros de partido, entre ellos Azcón para bochorno de Aragón, su futuro ha quedado ligado a su desaparición en aquél “Ventorro” de la vergüenza.
Al día siguiente, alguien pensó en Génova que la comparecencia de Pedro Sánchez en el Senado serviría de cortina de humo para tapar tanta infamia. El fracaso de la arrogancia del PP en esa sesión fue tan sonoro como el de la chulería inquisitorial que ejerció el portavoz de Feijóo en la Cámara Alta. Mientras eso ocurría, en el pleno de las Cortes de Aragón su presidenta, Marta Fernández, preguntaba tras la intervención del diputado de IU, Álvaro Sanz, “se droga”. No sabemos si afirmaba o preguntaba.
Los micrófonos abiertos es lo que tienen. Que tapan las voces, pero no las ideas. Lo lamentable es que el señor Azcón siga respaldando con sus votos los hechos y las actitudes de la presidenta ultra que colocaron con sus votos al frente de la segunda institución de Aragón. Se trata de la misma presidenta que se negó a secundar y presidir el minuto de silencio por las víctimas del genocidio contra el pueblo palestino.
En ese clima tan poco sostenible, sufrimos el “macarrismo” del señor Azcón en sus intervenciones y en sus actitudes. Si a la lejanía de los aragoneses sumamos el desprecio por el parlamento, nos queda un comportamiento que se alimenta de soberbia y prepotencia.
Puede ser una forma de disimular su debilidad y su minoría. Pero las y los aragoneses no se merecen asistir a este espectáculo teatral de gresca permanente con sus socios de la ultraderecha. Su único objetivo es alargar el tiempo que no tiene para pactar unos presupuestos que no quiere.
Porque querer es dialogar, ceder y pactar. Y el señor Azcón sólo busca la bronca para intentar sacar rédito electoral e intentar culpabilizar a los demás de su fracaso. A esta fecha todavía no ha sido capaz de presentar ni el techo de gasto que abre la puerta al debate presupuestario. Se ha escudado en que el Consejo de Política Fiscal y Financiera no se había reunido para marcar la cifra de déficit.
Pero La Rioja, Castilla-La Mancha y Extremadura han registrado sus presupuestos, sin utilizar esa excusa. ¿Son unos responsables? No, sencillamente no necesitan ganar tiempo. Porque para gobernar no son imprescindibles los presupuestos. Lo único necesario es tener ganas, confianza y capacidad de gestión. Algo de lo que carece el presidente de Aragón.
El “macarrismo” del señor Azcón es provocador, para generar conflicto, pero bravucón porque sólo es valiente en la apariencia. Lleva meses amenazando a todos para repetir que, aunque sea su última opción, irá a elecciones si sus socios no le apoyan su presupuesto. Sus socios y su presupuesto.
En esta frase se resume su capacidad de diálogo y cesión. Las y los aragoneses no nos merecemos ir a las urnas, antes de hora, por el fracaso de gestión y la pugna electoral que viven la derecha extrema y la extrema derecha.
Pero viendo este panorama de obstrucción, bronca y paralización que sufrimos en Aragón, cada vez vemos más necesario que las urnas tengan la opción de impulsar un giro progresista y, especialmente, un giro hacia el sentido común. Porque el “macarrismo” carece de sentido y no es propio de Aragón.