Ya hace tiempo que los ciudadanos no observamos debates sosegados entre los políticos. Siempre hay enfrentamientos. No hay puntos de conexión. Nada se puede compartir. Si los de un lado opinan “a”, los del otro opinan “b” siempre.
Y esto se traslada a los ciudadanos, que observamos, hartos, el espectáculo. Se nos traslada que “o estáis con nosotros o contra nosotros” en una especie de totalitarismo ideológico.
Con el tiempo ha ido subiendo el nivel de enfrentamiento y ahora mismo las ofensas verbales son continuas. Se puede decir que asistimos a continuos discursos de odio.
Nos llegan continuamente sus eslóganes que pretenden condicionar la opinión pública utilizando todos los medios a su alcance. La prensa se encuentra dividida en bloques, validando o legitimando esos discursos, esos enfrentamientos, que se convierten en “el” debate. La violencia verbal (de momento) se convierte en habitual, en normal.
Hace no tantos años la prensa era más educada, no asumía este papel de incitador. Ahora las palabras parecen emplearse como armas, como proyectiles dirigidos al contrario, con total falta de respeto y de educación.
Se acaba convirtiendo al diferente, al que piensa de otra manera, en alguien que es el culpable de todos los males que ocurren, dando pie, inconscientemente, a la justificación de actos, en algún caso, incluso violentos, dando los primeros pasos para que esta normalización del odio vaya siendo cada vez más natural. Cuando se compara a “los otros” con todo lo malo se corre el peligro de que ocurran cosas como lo sucedido en Torre Pacheco.
Hay que pedir, hay que exigir, educación, más educación a los protagonistas de esta escalada. Y, por otra parte, se echa en falta en los receptores de todo este odio lo que se suele llamar pensamiento crítico.
Hace unos días leía una entrevista a José Antonio Madina, filósofo de 86 años, en la que le preguntaban sobre el clima actual. Él proponía una vacunación masiva contra la insensatez, entendida esta como opinión con falta de información (muchos contertulios opinan de cualquier cosa con poca información), como opinión emocional, sin razonamiento previo.
Hablaba de virus mentales que atacan incluso a las personas actuales, que disponen (disponemos) de la mayor información de toda la historia, que la llevan en el móvil, siempre con ellos en el bolsillo. Pero lo peor es que, aun siendo las personas más informadas, también son (somos) las que nos creemos cualquier cosa que aparece en los dispositivos.
Se dan los pasos para convertirnos en fanáticos, y como sugiere José Antonio Madina, un fanático no es vacunable, porque considera que tiene la razón y lo defenderá de cualquier manera y con cualquier argumento.
El problema es que normalmente somos manipulables y es fácil inocularnos (a nosotros también) el virus de la insensatez, sobre todo cuando nos convertimos en “masa”, cuando nos integramos en un “colectivo”. Y esto se ve potenciado con las llamadas redes sociales, cuando el algoritmo nos coloca delante aquello que queremos ver, con total anonimato.
A veces se tiene además la sensación de que los políticos se parecen a los ilusionistas, a los magos, que nos distraen con lo que hace una mano mientras hacen con la otra lo que no quieren que veamos.
Termina el filósofo diciendo que la vacuna contra la insensatez se basa en ejercer el pensamiento crítico. Y en este sentido, me vienen a la memoria las palabras de Frida Kahlo, pintora mexicana esposa de Diego Rivera, que decía “no quiero que nadie piense como yo, solo quiero que piense”.
